El Duomo, Santa Croce, el puente Vecchio, el río Fiume, la iglesia de San Lorenzo, el Palacio Vecchio, la Galleria Uffizi, “Neptuno” en la Piazza Signoria; también “El rapto de las sabinas”, la copia del “David” de Miguel Ángel, el Battistero. Eso y muchísimo más puede ver el visitante actual en Florencia, cuyo río divide la ciudad en dos, llena de puentes con los que llegar a la Plaza de San Marco, a la Plaza de la Anunziata o a la Sinagoga, al Giardino de Boboli, al Palacio Pitti y sus jardines y al Uffizi para, cómo no, recrearse en los cuadros de Tiziano, Ghirlandaio, Caravaggio o Botticelli. Algunas de estas impresionantes obras de arte fueron objeto de atención por parte de artistas modernos, el más famoso sin duda Stendhal, que tras visitar la Basílica de la Santa Cruz florentina, en 1817, describió lo que al final se ha llamado como el mal de Stendhal, y que incluye, por el colapso de contemplar bellezas escultóricas, arquitectónicas o pictóricas, latidos del corazón desbordantes, agotamiento y mareos.
No demasiado
después del viaje del autor francés, en 1845, otro gran intelectual, en esta
ocasión desde Inglaterra, John Ruskin (Londres, 1819-Coniston Water, 1900),
partía hacia allá para admirar todos esos lugares, sacando como resultado de esto
y de otras visitas el libro “Mañanas en Florencia”, escrito entre los años
1875 y 1877. Ruskin, formado en la Universidad de Oxford, estaba muy
relacionado con el medio artístico, habiendo compuesto un panfleto en defensa
del pintor W. Turner que le llevaría a concebir su obra “Pintores modernos”,
elaborada a lo largo de más de veinte años. Es más, se dedicará profusamente al
arte italiano a partir de otra ciudad con los diversos volúmenes de “Las
piedras de Venecia” (1849-1853). Ruskin es un autor, sin embargo, que no
ha estado al alcance apenas del lector en español, de modo que hay que celebrar
la traducción ahora, de la mano de Javier Alcoriza, de este “Mañanas en
Florencia”, del que él mismo advierte que, «subtitulado “Sencillos
estudios de arte cristiano para viajeros ingleses”, fue compuesto como una guía
para visitar los principales monumentos de la ciudad italiana». Así, Ruskin recorre
Florencia durante seis mañanas de las que saca apuntes muy detallados de todo
lo que aprecia, como las pinturas de Giotto, de las que esta elegante edición
de Pre-Textos aporta algunas reproducciones en un cuadernillo precioso con las
obras referidas.
“Las
siguientes cartas han sido escritas como escribiría a cualquiera de mis amigos
que me preguntara por lo que debería estudiar de manera preferente en un tiempo
limitado; y confío en que puedan resultar útiles si son leídas en los lugares
que describen o ante las pinturas a las que se refieren”, dice Ruskin al
comienzo del libro, con la idea de que sus clases como profesor en Oxford son
insuficientes, que tiene que aportar algo más, “in situ”. Su libro se
convertirá entonces en una guía artística de la ciudad; eso sí, para visitantes
cultos que quieran saber los pormenores más precisos de cada obra y las
impresiones más personales. Resulta asombrosa la erudición de Ruskin, pero
también su forma de transmitir sabiduría técnica con cierto desenfado, sin
incurrir en pedanterías y hasta dando consejos prosaicos, como la forma de dar
propinas para recibir un buen trato o el hecho de que conviene llevar
prismáticos.
Publicado en La Razón, 21-XI-2015