lunes, 22 de febrero de 2016

Harper Lee. El ruiseñor vuelve a su nido


Como si cerrara un círculo, Harper Lee ha muerto en la ciudad del sureste norteamericano que la vio nacer y que al cabo inspiraría su obra literaria, Monroeville, en Alabama. Así, como datación paradigmática, este 2016 se une al año de su nacimiento, 1926 –en abril hubiera cumplido noventa años–, y a sendos momentos en que empieza y acaba su narrativa: 1960, cuando se publica “Matar a un ruiseñor”, obteniendo un éxito descomunal, y 2015, cuando se publica su otra novela, “Ve y pon un centinela”. Entre esas fechas trascendentes, la vida de Lee estuvo compuesta de discreción cuando no de absoluto alejamiento del mundillo literario, pues tras recibir el premio Pulitzer por su primera novela apenas volvería a publicar nada más, salvo unos artículos muy espaciados en el tiempo –de 1961 a 2006–, y ni siquiera concedería entrevistas. En el ámbito público, lo único destacable es que en 2007 había recibido la Medalla Presidencial de la Libertad por su contribución a la literatura; el mismo año en que sufriría una apoplejía de la que conseguiría recuperarse bastante bien.

Cuarta hija de un abogado que le servirá de inspiración para el personaje que encarnará Gregory Peck en la gran adaptación de “Matar a un ruiseñor”, de Robert Mulligan, estrenada en 1962, Lee estudió en Alabama, incluido Derecho en la universidad, hasta que se trasladó a Nueva York en los años cincuenta. Allí se emplearía en una compañía aérea y conseguiría encontrar editor para “Matar a un ruiseñor”, que se ha traducido a más de cuarenta idiomas y del que se han vendido más de cuarenta millones de ejemplares en todo el mundo. Esta historia dramática con toques cómicos protagonizados por niños enfrentándose a los adultos, a la cabeza la hija del abogado, Scout, y de la que se pueden extraer motivos de reflexión perdurable en torno al tiempo de la Gran Depresión y ante un racismo institucionalizado, reflejaba los tiempos en que Lee acudía a los juzgados junto a su amigo Truman Capote en vez de ir al cine, como dijo éste en una entrevista. Todo un mundo narrativo que, a tenor de una gran novedad de hace solamente unos meses, cobra una nueva luz.

Así, en el año 2015 surgía una novela “perdida” de Lee que la abogada de la escritora, Tonja Carter, encontró en el 2011 en la caja de seguridad de un banco de Alabama y que complementaría la historia de la familia de Atticus Finch en plena segregación racial. La autora, entonces internada en la misma residencia de ancianos donde ha muerto, declaró al respecto: «A mediados de los años cincuenta terminé una novela llamada “Go Set a Watchman”. Incluye el personaje de Scout como una mujer adulta y yo creía que era un trabajo bastante decente. Mi editor, cautivado por los flashbacks a la infancia de Scout, me convenció para que escribiera una novela desde el punto de vista de la joven Scout». De tal modo que Lee tomaría el consejo y escribiría “Matar a un ruiseñor”, poniendo el foco en la niña protagonista, y dejando a un lado esta narración hallada misteriosamente que presentaba el drama de la adulta Jean Louise, la niña traviesa a la que apodaban Scout, que, ya acostumbrada a vivir en la Nueva York en la que se siente libre, vivirá un impacto demoledor cuando vuelva al pueblo para visitar a su padre y vea que los valores por los que luchó éste son papel mojado.

El descubrimiento de tal obra como especie de continuación de “Matar a un ruiseñor”, aunque escrita antes de ésta, fue todo un “best-seller” el año pasado en todo el mundo y puso de actualidad de nuevo a una autora que en diversas ocasiones, al menos si se toman como veraces algunas afirmaciones de Capote, había intentado escribir más novelas. En concreto, en algunas epístolas a amigos comunes, coincidiendo con una estancia en Palamós (Gerona), el autor de “Desayuno en Tifanny’s” aseguraba que Nelle estaba trabajando en una novela corta, muy duramente, pero con gran secretismo. Pero nada de esto se encontró, sino que aparecería el texto que tantas veces le habían rechazado las editoriales neoyorquinas, “Ve y pon un centinela”, pese a la gran madurez técnica y argumental que presentaba al narrar una historia más dura que “Matar a un ruiseñor”, en que Lee había idealizado profundamente el recuerdo del padre. 

De hecho, en no pocas ocasiones Lee había sido acusada de haber hecho con “Matar a un ruiseñor” una obra juvenil, por más que hubiera recreado aquel Sur racista y violento, rural y ultracristiano, que a su vez era un tema importante para numerosos escritores del área, como Flannery O’Connor, a la que ponía enferma Capote, literalmente lo confesó así, y le irritaba el éxito del libro y la adaptación cinematográfica tanto de “Lo que el viento se llevó”, de Margaret Mitchell, como el de “Matar a un ruiseñor”: «Es un magnífico libro para niños», dijo a un conocido, de modo despectivo, cuando le preguntó sobre él. Sin embargo, en “Ve y pon un centinela” (el centinela es la propia conciencia, se nos dirá), aparece una Scout pretendida por su amigo Henry y que cada vez entiende menos a sus tíos, a sus vecinos y a todo lo que pasa alrededor de la llamada NAACP, la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color, fundada en 1909 para combatir de modo pacífico la discriminación racial. El contraste no puede ser más contundente: el Nueva York, la gran ciudad moderna, donde Lee obtuvo su gran éxito prematuro, y el pueblo al que volvió su personaje, y la propia autora para vivir con su anciana hermana –muerta hace un par de años– y donde, en su reflejo literario hace más de cincuenta años, incluso los que ayudan a los negros arrastran los vicios de una sociedad hipócrita hasta proyectar sobre el entrañable Atticus una sombra de racismo.
Publicado en La Razón, 20-II-2016