En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Julián Herbert.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Quizá Berlín. En junio próximo volveré por cuarta vez y estoy en éxtasis por eso. Por otra parte, tengo 45 años: últimamente procuro salir lo menos posible de Saltillo, la ciudad provinciana del noreste de México donde vivo. Ahora que, si por “lugar” te refieres a lugar y no a ciudad, entonces Twitter.
¿Prefiere los animales a la gente?
Sí, siempre y cuando los animales estén lo suficientemente borrachos o sean mujeres jóvenes muy tatuadas que se confunden a sí mismas con gatos.
¿Es usted cruel?
Desafortunadamente no.
¿Tiene muchos amigos?
Demasiados y muchas. Más de lo que permiten el tiempo y el decoro y menos de lo que quisiera. Me refiero, claro, a esa clase de amistades con las que podrías sentarte durante ocho horas seguidas a hablar de nada con un tequila en la mano en una ignota cantina tapatía mientras el resto del mundo se va a la mierda en una fiesta hipster de la FIL Guadalajara.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ninguna en particular: simplemente nos volvemos amigos o no. La amistad no es una inversión sino un lujo. “La rosa, sin por qué, florece porque florece”, escribió Goethe. Como dice Carlos Valdés, uno de mis amigos más sabios y queridos, nadie merece la amistad de nadie porque la amistad no es cuestión de méritos: es un misterio. Eso es lo que la hace tan bella.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Casi nunca, y si me decepcionan se me pasa: uno de mis defectos favoritos es que se me olvida que estoy peleado con alguien, imagínate. Por otra parte, la amistad también tiene su timing, ¿no?... Sus etapas: a ratos entran unos y salen otros, hay años o procesos de la vida en los que unos están más presentes que otros… Pero siempre están ahí. Conservo a prácticamente todos los amigos que he tenido desde la adolescencia. Una sola vez me ha decepcionado alguien a quien creí mi amigo, pero luego descubrí que era simplemente un escritor.
¿Es usted una persona sincera?
Antes pensaba que sí, pero con los años he venido a descubrir que la sinceridad no es sino otra máscara de la soberbia, un hangar proto-fascista de la superioridad moral. Así que no.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No creo en el tiempo libre: creo en la prosa, la velocidad, el narcisismo y la angustia. O sea que en Twitter.
¿Qué le da más miedo?
Tener que estar sobrio por más de una semana. Lo malo de estar sobrio por más de una semana es el 70 por ciento de la humanidad.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandalizan los intelectuales que no saben bailar cumbias o cantar canciones de José José. Me escandaliza llegar a una fiesta y ver a tantas chicas bailando y cantando solas. Me encanta cantar y bailar. Casi creo que lo disfruto más que escribir.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ahí hay dos preguntas. Primero, yo hubiera preferido ser músico en vez de escritor, incluso ahora le dedico bastante tiempo a la música: tengo una banda de rock que se llama Los Tigres de Borges. Y segundo: si no hubiera llevado una vida creativa, supongo que habría sido obrero siderúrgico; eso era lo que había en el pueblo donde crecí.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No. Solía correr, pero dejé de hacerlo hace siete años. Luego me hice la ilusión de que el sexo podría ser suficiente, pero la verdad es que eso es solo un mito urbano.
¿Sabe cocinar?
Puedo preparar dos o tres platillos pero en realdad soy un glotón holgazán y mañoso, así que no. No cocino casi nunca porque vivo rodeado de espléndidos cocineros: mi ex mujer, mis amigos, incluso poseo un lujo del que estoy más orgulloso que de cualquiera de mis libros: mi hijo Arturo es chef profesional. Soy un parásito, pero algo sé de gastronomía.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A un personaje ficticio que creamos ayer a cuatro manos mi hijo Leonardo y yo: Byron Man, enemigo del Doctor Moriardoom en el Londres del siglo XIX. O a Stephen Dedalus, no tanto el del Ulises sino el del Retrato… O al doctor J. Wong Lim, sobreviviente del genocidio de chinos sucedido en Torreón entre el 13 y el 15 de mayo de 1911. O a Ricardo Tuca Ferretti. O a Lalo Mora.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Ah.
¿Y la más peligrosa?
Todas las demás.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
El pesimismo, el humorismo y la fraternidad post-histórica.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Lo dije antes: músico de rock o blues. También me hubiera gustado ser novio de una chica que se llama Elsa Antonieta de Hoyos pero ella estuvo siempre, como se dice, way out of my league. O ser Lisbeth Salander. O David Bowie. O eso que dice Joseph Conrad como metáfora del escritor: un marinero que lava la cubierta del barco sin esperar nada a cambio más que el silencioso reconocimiento de sus iguales. O un pescador borracho capaz de sacar a mano limpia una langosta del arrecife a medianoche y sin linterna (yo lo vi hacerlo en Chacahua). O un buen marido, cosa que intenté una y otra vez y al final nunca pude. O una roca. En realidad me hubiera gustado ser una roca.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy alcohólico. He sido adicto a un amplio catálogo de drogas duras. Soy un glotón pequeñoburgués, avaricioso y suburbano: un gordo. Soy workaholic y, al mismo tiempo, padezco ciclos de holgazanería en los que solo quiero ver series de TV. Soy lujurioso y depresivo. Puedo llegar a ser iracundo, a cegarme y decir o escribir estupideces en una discusión. De vez en cuando me enamoro del sonido de mi voz. Lo mío, lo mío, es eso que los griegos llamaron hybris.
¿Y sus virtudes?
Respeto y amo la literatura como si fuera un dojo, como si fuera karate: procuro escribir escrupulosamente, honro la memoria de mis ancestros culturales, comparto lo que sé del oficio con escritores que empiezan; intento hacer estas tres cosas sin reserva ni envidia ni piedad. Soy un amigo inconstante pero jamás ingrato. Y, en invierno, todas las mujeres que conozco dicen cuando me tocan: “Qué calientito estás”, no importa cuál sea la circunstancia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ofelia. Muerte por agua. Los ahogados del Sena de Peter Greenaway. La luz es el primer animal visible de lo invisible. Esto es agua. Los pensamientos son como los peces.
T. M.