Vista de las
cercanías de Vik, este febrero
El pasado
sábado, en el suplemento Cultura/s de
La Vanguardia, Núria Albesa firmaba
una columna sobre Hildur, titulada “El abismo”. La aparición de la reseña coincidía con el viaje de una querida amiga
a Islandia, que hizo esta maravillosa foto en un lugar en el que yo también estuve pero del
que no apunté su nombre extrañamente. De modo que, en los créditos de la novela,
cuando aporté la imagen de cubierta con la que la editorial Piel de Zapa elaboró el diseño
con el violín abandonado, sólo pude limitarme a decir que era una foto hecha
en Islandia en agosto del 2010.
Ahora, gracias
a esta viajera, descubro que es Vik, en el centro-sur de la isla, y, tras
investigar un poco, que esas rocas monolíticas son conocidas como
Reynisfrangur, algo así como tres trolls gigantes que adoptaron esa forma rocosa
por la luz del sol: la explicación mitológica al efecto de la erosión del
oleaje del mar del Norte junto al acantilado. Un lugar además que tiene la
playa más alucinante del mundo, de arena negra, de la que tomé un frasco que
descansa en casa al lado de una piedra encontrada allí tan insólita que, solamente, puedo
pensar que salió despedida del interior más profundo de un volcán.