viernes, 11 de marzo de 2016

Entrevista capotiana a Antonio Soler

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Antonio Soler.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un lugar también es un continente, ¿no? Europa.
¿Prefiere los animales a la gente?
En el 99% de los casos no.
¿Es usted cruel?
Lo fui, como todos los niños.
¿Tiene muchos amigos?
Aun sin saber cuál es el baremo en eso, yo diría que sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco nada. La amistad no está hecha de búsquedas sino de encuentros. Aunque si me pongo a analizar la cuestión veo que mis amigos suelen tener bastante sentido del humor, lo cual implica inteligencia, no son pesados, ni bocazas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Otra cosa es que me haya cruzado con algún impostor.
¿Es usted una persona sincera? 
A ratos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Iba a decir que leyendo, pero eso no es tiempo libre, es respirar.
¿Qué le da más miedo?
Las manifestaciones implacables de la naturaleza. Sobre todo las de magnitud microscópica.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Determinadas combinaciones. Por ejemplo, algunos bobos que no conformes con ser bobos ejercen de soberbios, o algunos miserables que se venden como almas caritativas.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Sobrevivir.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
De niño y adolescente hice una de las cosas con las que más he disfrutado en la vida, jugar al fútbol. Luego fui atleta de competición. Más tarde, para mantenerme en forma, jugué durante veinte años al frontón, con raqueta. Ahora troto.
¿Sabe cocinar?
No. Y me irritan los cocineros que se creen artistas. Son otro tipo de bobos llenos de soberbia.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
La verdad es que cada vez tengo peor memoria.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana.
¿Y la más peligrosa?
La verdad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Asesinar exactamente no, pero en un momento me habría gustado que se hubiese mantenido la costumbre de poder retar a alguien a un duelo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Socialdemocracia.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Matemático.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Esas cosas no se dicen.
¿Y sus virtudes?
Menos aún.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me estaba ahogando una vez cuando tenía ocho o nueve años. Tuve conciencia de que iba a morir y lo que vi fue al Dios que había en el libro de religión. Exactamente como aparecía en el libro, en blanco y negro y con los mismos trazos del dibujo. Fue más bien ridículo.

T. M.