No
puedo contener el entusiasmo ante la lectura de las novelas del asturiano
Ignacio del Valle. Han pasado bastantes días desde que terminara El arte de matar dragones, y ya estoy
saboreando la continuación que protagoniza su ¿héroe, antihéroe? Arturo
Andrade, titulada El tiempo de los
emperadores extraños. En aquella, una historia centrada en la España
franquista, ofrecía todo un cúmulo de virtudes creativas, estilísticas y argumentales
que hacen, sin duda alguna, de Del Valle –que por cierto ya contestó a la
habitual entrevista capotiana de este blog– uno de los grandes, grandes,
grandes narradores españoles. Me resisto a etiquetar sus obras dentro de “novela
negra”, son simplemente extraordinarios artefactos literarios, magistralmente
escritos, y desarrollos en su trama con una perfección, una elegancia y una
habilidad impropias –¿o sí, justamente por eso?– de alguien tan joven (El arte de matar dragones es del año
2004; el autor nació en 1971).
La
profundidad psicológica de sus personajes, su capacidad para la descripción, su
audacia en los diálogos y en todo lo que tiene que ver con la estructura de su
obra es algo simplemente maravilloso. Y además logrando lo mejor: entretener
con una trama jugosa, rotunda, y haciéndolo con lo que me parece lo más
atractivo de sus textos, esto es, la calidad de su prosa, excelsa. Abran
cualquier página de Ignacio del Valle, en todas se encontrará una metáfora
sorprendente, un símil admirable, una forma de presentar escenas de personajes
o situaciones conflictivas con tan honda técnica narrativa como riqueza visual, como si nuestra mente rodara
la novela y la hiciera película. El sorprendente final de El arte de matar dragones, que gira en torno al robo y recuperación
de una pintura y que nos mete en las calles del Madrid que está dejando atrás
la guerra, es prodigioso, y constata la sensación de que la novela carece por
completo de la fisura más pequeña.
Tal vez que encasillen al autor dentro de novela
de género detectivesco es injusto por cuanto lo coloca en cierto horizonte de
expectativas de cierto tipo de lector; es, como decía, un creador de novelas sobresalientes sin más, de lo mejor que uno puede conocer en la actualidad, cuando tantísimas
editoriales –como la que le publica a él mismo– siguen y siguen ofreciendo
hasta la saciedad textos anodinos, que adolecen de la más mínima autoexigencia
artística, en muchas ocasiones de esos escritores veteranos que hace mucho
tiempo no tienen nada que decir y que deberían aprender cómo se escribe, por
ejemplo, leyendo El arte de matar
dragones, El tiempo de los
emperadores extraños o la que me espera cuando cierre esta, Soles negros, la tercera entrega de las
duras peripecias de Arturo Andrade que acaba de publicarse y se está
presentando estos días en diferentes lugares de España.