Diez años después de ver la luz a raíz del premio Nadal, se reedita Llámame Brooklyn, de Eduardo Lago, en Malpaso, una obra y un tiempo aquel que ahora evoco como propio, lleno de inauditas sorpresas personales, unas espantosas y otras luminosas. El autor ha preparado un excelente prólogo para explicar el origen y la evolución de su escrito, haciendo hincapié naturalmente en la ciudad de Nueva York. Allí encaminé mis pasos en junio del año 2006, en uno de esos viajes que eran huida y a la vez encuentro. Inolvidable en todos los sentidos, mi estancia allá tuvo un rato igualmente fantástico: la visita al Instituto Cervantes para entrevistar a Lago, que tan amablemente contestó a todas mis preguntas, tuvo la paciencia de esperar a que saliera a la calle para comprar una grabadora nueva, porque la que llevaba descubrí azorado que estaba estropeada, y me dedicó muy cordial un ejemplar de su libro. La entrevista, realmente extensa (a la que hago referencia en una de las crónicas neoyorquinas que publiqué en La suerte del escritor viajero. Crónicas literarias de Europa y América), salió publicada en la revista Clarín ese año con fotos que le hice yo mismo en blanco y negro y de las que aquí aporto un ejemplo.