sábado, 28 de mayo de 2016

Entrevista capotiana a Ricardo G. Manrique

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ricardo G. Manrique.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un convento. El de las Clarisas de Medinaceli, si me aceptaran.
¿Prefiere los animales a la gente?
No; pero una vez cogí cariño a un periquito que hablaba y sentí su muerte más que la de mucha gente.
¿Es usted cruel?
Por desgracia, lo soy en ocasiones, aunque sin mala intención.
¿Tiene muchos amigos?
Sí. Más de los que merezco.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean complementarios: que tengan lo que yo no tengo o sean lo que yo no soy. Debe ser por eso que tengo tantos, porque me faltan tantas cosas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Los que decepcionan son los que sólo parecían amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
No siempre; y, a veces, demasiado.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mirando a las musarañas. Los demás creen que lo ocupo escribiendo novelas.
¿Qué le da más miedo?
El deseo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El abuso.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser profesor, como Indiana Jones, o abogado, como Atticus Finch.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
¿Cuenta el sexo? Entonces, sí. Ah, y levantamiento de niñas.
¿Sabe cocinar?
Me sale bastante bien el huevo frito con patatas. Si me insisten, aso medio cordero. Y una vez hice suquet de peix.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A la princesa Helena de Troya y a la enfermera Larisa Antípova.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Esperanza”, ¿no? Si ésta no vale, entonces “infancia”.
¿Y la más peligrosa?
“Deseo”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
A muchos conductores de automóviles. A unos cuantos vecinos. En cuanto al medio de ejecución, me inclino por la guillotina.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me gustaría ser de izquierdas, pero no sé si tengo derecho a ello. Vivo demasiado bien.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una mujer.
¿Cuáles son sus vicios principales?
De entre los siete más importantes, todos menos la gula y la avaricia.
¿Y sus virtudes?
Me enseñaron que esta pregunta no debe contestarla uno mismo. Además, no sabría contestar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una niña en su cuna que ha vomitado por primera vez, se ha puesto de pie y está asustada, y un padre que se dispone a estrecharla entre sus brazos para consolarla. Una niña en un escenario, disfrazada de bruja, en el momento en que descubre que sus padres están entre el público. Dos niñas corriendo por la playa. Una mujer que abraza a un hombre: quizá a su hijo, quizá a su amante.

T. M.