En 1972,
Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que
nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los
perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo
con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de José A. Martínez Climent.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Hay un
caserón casi cubierto por las hiedras y carcomido por el tiempo en un recodo
del manglar, en un cayo de Florida, cuyo nombre me guardo. Da al mar, y no
tiene vecinos. Lo vi por primera vez cuando se rompió el motor de mi lancha y
tuve que nadar hasta la orilla. En esa casa me quedaría.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Me
gustan los animales y soy biólogo de profesión. Pero la camaradería masculina y
el atractivo animal de algunas hembras de mi especie supera con creces lo que
esa ciencia ofrece. Además, no soporto las mascotas, los animales humanizados.
¿Es usted cruel?
No. Pero como (casi)
todos encarcelamos la crueldad que llevamos dentro, diré que sí, pero con
severas restricciones.
¿Tiene muchos amigos?
Me quedan muy pocos,
pero creo que son buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ninguna, que cada
cuál sea como Dios le de a entender, y si no prende la chispa, de ahí no pasa.
Se desea una cierta y difusa lealtad que tarde o temprano siempre tendrá
ocasión de concretarse, pero resulta ilusorio esperarlo y pretencioso buscarlo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Siempre, como yo a
ellos. Sólo que no son decepciones absolutas o concluyentes; más bien son algo
normal y sin mucha importancia en al transcurrir de los días, por lo que no
cabe detenerse en ello. Si la amistad dependiera principalmente de no
decepcionar expectativas nadie tendría amigos.
¿Es usted una persona sincera?
Soy un
mentiroso muy refinado, como casi todos pero con algo de arte para ello. Quien
presuma de sinceridad haría mejor en retirarse a una montaña para que una
prolongada cura de soledad y desesperación le rehabilite para la sociedad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Todo mi tiempo es
libre, dentro de ciertas limitaciones. En consecuencia, la pregunta pertinente
sería en qué me ocupo cuando algo me reclama, lo que, afortunadamente, no
sucede a menudo. Los asuntos seculares me sacan de quicio de puro aburrimiento.
¿Qué le da más miedo?
La muerte.
Y, hoy en día, miedo no, pero sí me dan mucha risa los iluminados que florecen
en España como setas desnutridas y venenosas y se agrupan, como toda mala
hierba no puede sino crecer junto a sus misérrimos semejantes.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Nada. Carezco de la
reciedumbre moral que hace falta para el escándalo, lo que no significa que carezca
de formación en ese campo ni de un cierto sentido innato de la moral, o que me
las de de amoral. Sólo los vanidosos,
los estetas y los bobos presumen de ello. Y hoy en día sobran los primeros,
escasean los segundos y llueven los terceros.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
No decidí
ser escritor. Escribo por un imperativo de orden particular y por el puro
placer que me proporciona producir una frase justa, un párrafo perfecto, una
página necesaria.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
El verbo
"practicar" en su sentido anglosajón se ha colado en el lenguaje,
como tantos otros anglicismos. Las personas ya no salen a correr, sino que
practican un deporte; ni siquiera fornican o hacen el amor, sino que practican
sexo. Son expresiones que resultan ridículas y que poseen un formidable poder
reductor del significado. Me conviene eludirlas.
¿Sabe cocinar?
Sí, me defiendo,
pero en nada me aproximo al poder termonuclear del cocido alicantino que hacía
mi madre.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Entiendo que sería
un personaje inolvidable para mí, y por ello lo guardaré en privado. Saliendo
del ámbito particular, escribiría sobre el ayuda de cámara de Octavio Augusto,
sobre el forense que descuartizó el cadáver de Marilyn Monroe, sobre cierto
húsar belga del siglo XIII...
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
En términos puramente
estadísticos esa palabra es "yo". Quien diga lo contrario, miente.
¿Y la más peligrosa?
La misma:
"yo".
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Por supuesto. No le
quepa la menor duda. Si nuestra sociedad tuviera una sola pizca de sentido de
la dignidad permitiría los duelos de honor, y el par de canallas que tengo en
mente estaría ahora criando malvas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Carezco de tendencia
política. Soy reaccionario por naturaleza: reacciono frente las ideas y frente
a la praxis de la política. Por
modestia y por falta de interés no me molesto en tener ideas políticas, lo que
por otra parte considero de una supina vulgaridad. Dicho esto, me da verdadera
alergia cualquier forma de comunitarismo bobo, forzoso y policial, lo que hoy
en día no me deja muchas posibilidades.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Ser una
cosa que hasta donde sabemos carece de conciencia de su propio ser constituye una perspectiva decepcionante.
Dicho esto, me gustan las orcas macho, los tiburones blancos, los tigres de
Siberia, las montañas no holladas, las casas de campo abandonadas o en ruinas,
los bandos de jilgueros, los espadones toledanos, las zanfonías, los
facistoles, los coros de algunas iglesias...
¿Cuáles son sus vicios principales?
Se lo diría si viviéramos
en una sociedad que admitiera el lema hedonista por excelencia: vicios públicos, virtudes privadas. Pero
vivimos en pleno éxtasis de un tipo de comunitarismo enemigo del hedonismo, así
que me guardaré la respuesta por precaución. Nunca se puede saber si entre los
lectores hay un delator, y ya sabemos que hoy en día el Estado dispone
teléfonos gratuitos para que las personas delaten de manera anónima a su vecino
si así lo desean y sin necesidad de presentar pruebas. ¿Entiende ahora mejor
por qué soy reaccionario?
¿Y sus virtudes?
Me remito a la
respuesta anterior.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Quisiera que llegado
ese punto pudiera reunir la serenidad suficiente como para que aparte del agua
no me ahogue un torrente de imágenes desbocadas.
T. M.