Hace muchos años, cuando comprarse libros era un
lujo al que no era posible aspirar, allá por el primer lustro de
los años noventa, conseguiría en una mesa de libros de segunda mano uno muy
pequeñito, ya amarillento, blando, editado en 1975 en su tercera edición. Era Poesía última (editorial Taurus), una selección de poemas
de Eladio Cabañero, Ángel González, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún y José
Ángel Valente. De esos cinco, tres eran conocidos o estaban en un plano de difusión
y aceptación mayor, y sin embargo la poesía de Cabañero y Sahagún me atrajo
más. Por su sencillez, su nobleza, su belleza.
Ahora, mucho tiempo después, ese
recuerdo grato resurge y lo retomo al descubrir un libro que estaba encaminado a decirme
mucho: Poesías completas 1957-2000 (editorial Renacimiento) de Sahagún, que leo poco a poco, para conocer la evolución
del autor de Profecías del agua, Como si hubiera muerto un niño, Estar contigo, Primer y último oficio y Últimos
poemas, las colecciones de versos aquí reunidas y que deparan de continuo
una lectura profundamente hermosa; un concepto este que suele escasear en la
poesía moderna.
Precisamente hace pocos días reseñaba para La Razón extensamente el último libro poético de Houellebecq, y su
expresión ruda y seca la contrastaba con la elegancia de Sahagún. Ambos
hablaban de lo mismo, pero el poeta valenciano alcanzaba a decirlo de manera
sinuosa, verdadera, preciosa. La vida y la muerte, la infancia, el amor, la
separación, la naturaleza, los recuerdos de juventud, la España de la posguerra
como ligero trasfondo memorialístico, todo lo cercano y simple es materia lírica
para Sahagún, desaparecido el año pasado dejando un legado literario que merece la pena conocer.