El archipiélago de las Hébridas Exteriores (u Occidentales) son hoy un reclamo turístico de primer orden; su centenar de islas que guardan lo más interesante de la cultura gaélica, llenas de castillos, menhires, artesanía de tweed, música tradicional en los pubs y playas de arena blanca, son un complemento perfecto para quien quiera adentrarse en la naturaleza y la historia de Escocia. Un lugar remoto, al norte de Irlanda, y que en 1773 pisaría el poeta, ensayista, biógrafo y lexicógrafo Samuel Johnson (1709-1784) –se le considera el segundo autor más citado de la lengua inglesa tras Shakespeare–, quien volcaría esa experiencia en el libro “El viaje a las Islas Occidentales de Escocia” (1775), publicado hace diez años por la editorial KRK por vez primera en español. Ahora, aparece la otra versión, también en su primera traducción a nuestra lengua (a cargo de Antonio Rivero Taravillo), de aquel trayecto que duró cuatro meses: el del acompañante y en cierto modo guía, el escocés James Boswell.
Si el célebre autor de la mastodóntica «Vida Samuel Johnson» fue anotando día a día las charlas, los soliloquios, las correspondencia, las anécdotas, los chismes y los debates solemnes protagonizados por el autor más respetado de la Inglaterra del siglo XVIII hasta elaborar su gran obra, lo mismo se puede decir de “Diario de un viaje a las Hébridas con Samuel Johnson”. Y si en aquélla, Boswell detallaba que en el Doctor «se aunaban la cabeza más lógica y la imaginación más fértil, lo cual le procuraba una ventaja extraordinaria en cualquier discusión, pues era capaz de razonar en detalle o en términos generales, según conviniera al caso», en ésta de igual forma se destacará cómo “la variedad de sus conocimientos es pasmosa, y proporciona gran satisfacción encontrar a un hombre como él, que tan atento está a las artes útiles de la vida”. El comentario venía a cuento porque Johnson podía hablar del proceso del curtido o la naturaleza de la leche y sus diferentes elaboraciones tanto como de “Macbeth” –cuyos versos va recitando en el viaje–, asuntos legales, religiosos o incluso de carnecería.
Por si fuera poco, como dice uno de los innumerables individuos que van a
conocerlo: “Es un gran orador, señor; es música para el oído oír hablar a este
hombre”. Y este es el otro elemento imprescindible del libro junto a la crónica
de movimientos, encuentros, pensamientos que va recreando Boswell: la voz
potente, directa, de un Doctor Johnson que no dudará en reconocer que este de
las Hébridas será el viaje más grato (tenía sesenta años ya) que había hecho
nunca. Y todo gracias al fiel Boswell, siempre mostrando a Johnson como un
superdotado, sin eludir empero su parte menos agradable: cierta brusquedad a la
hora de dirigirse a los desconocidos, los movimientos espasmódicos que sufría
al hablar en todo el cuerpo, acompañado por un ruido que se le escapaba de la
boca parecido a un chasquido; un gran miedo a volverse loco, consciente de su
ánimo apesadumbrado –su libro favorito era la «Anatomía de la melancolía» de
Burton–, y hasta a la misma muerte, como se sabe mediante la “Vida”.
Un honor para la humanidad
Sin embargo, en el tránsito a las Hébridas vemos a un Doctor Johnson que,
menos en una ocasión en que incluso habla de forma mal educada a Boswell y éste
tiene el coraje de cuestionar su reacción y por lo tanto su amistad, se muestra
complacido con el alud de personas importantes que le presenta su compañero y
mantiene una buena predisposición pese a ciertos obstáculos que dificultan el
trayecto. Estamos, no en balde, ante el hombre que había preparado él solo un
«Diccionario de la lengua inglesa» –algo que Boswell destaca como una
heroicidad, considerando que esa labor la suele realizar un gran grupo de gente
durante muchos años–; que era capaz de escribir cien versos en un día –caso de
su poema «La vanidad de los deseos del hombre»–; que dominaba el latín, el
francés y el italiano; que editó toda la obra de Shakespeare... El mismo hombre
que, por increíble que pueda sonar, dice aquí que lleva toda su vida intentanto
en vano curar su pereza (en la “Vida” confiesa que acabó cediendo a tal pecado
trabajando sólo unas horas porque dedicaba la tarde a pasear por Londres, según
él el mejor lugar del mundo, y la noche a acudir a una taberna a beber vino).
En Escocia, también está el Doctor Johnson que conversa de forma
inteligente y humorística pese a su aspecto gruñón. De continuo responde “No”
ante opiniones ajenas, en su clásico espíritu de contradicción, pero es para
aportar luz en asuntos en torno a Homero, que “poseía todo el conocimiento de
su época”, la maldad y sus atajos, la superioridad de las mujeres, el
mejoramiento con la edad, o para criticar varias veces a Swift. Y todo ello
visitando iglesias, posadas, castillos, a caballo, caminando, en carruaje y
barco. En un momento dado, alguien dice que el Doctor es “un honor para la
humanidad”; y en otra ocasión, Boswell da la clave de la actitud de su amigo:
“El Doctor Johnson posee el feliz arte de instruirse a sí mismo haciendo hablar
a cada persona con que se encuentra de aquello que ésta conoce mejor”. todo un
consejo inmejorable para nosotros, en el viaje o sin salir de casa.
Publicado en La Razón,
16-VI-2016