domingo, 7 de agosto de 2016

Entrevista capotiana a Fulgencio Martínez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fulgencio Martínez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La mente de uno es ese lugar donde en ocasiones nos creamos una buena compañía. No podría imaginarme otro lugar diferente, me volvería loco.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero en particular a la gente. No soy nada animalista, ni socialista, ni comunista.
¿Es usted cruel?
No tolero la crueldad en nadie, contra alguien.
¿Tiene muchos amigos?
No muchos, la verdad. La amistad del vino supongo que no cuenta.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La generosidad, la inteligencia, el humor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, porque uno se vuelve más comprensivo con el tiempo. “Ah, there’s no friends like the old friends” (“Ah, no hay amigos como los viejos amigos”), dijo James Joyce. Un amigo de verdad, aunque sea nuevo, es para mí un viejo amigo.
¿Es usted una persona sincera? 
Le pondría un “casi” delante o detrás de “persona”.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mira, el problema es que cuando uno pasa de los 15 ya no tiene “tiempo libre”. Toda esa fantasía se fue por el sumidero, aunque sobradamente la espulga la publicidad y nos la vende a paletadas.
¿Qué le da más miedo?
El reúma y la inmovilidad. Otras veces, uno de estos políticos. Otras, un loco cargado de razón, o lo que lo mismo: de odio y sectarismo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El villano que roba la Hacienda pública y se refugia en la izquierda. El otro, el que viene de la derecha o del centro, está en su papel.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me he dedicado básicamente a la enseñanza y a escribir poemas, algún relato y artículos de crítica literaria y política. No sé si eso da para una vocación, una obra. Yo veo que hay que tener cierta ingenuidad e ilusión (ilusión también en el sentido pictórico) para creerse que uno debe decir algo al mundo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
El paseo. Sin perro. Solo y sin rumbo. (Antes, iba a comprar el periódico.)
¿Sabe cocinar?
No. Digo como aquel duque de Nocera decía (según Baltasar Gracián): “No me preguntes qué quiero comer, sino con quién”. La cocina moderna es un arte muy plebeyo. Otra cosa era la cocina popular y aristocrática de nuestras madres.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
La vida de un escritor y espíritu libre, maestro de pedagogía en el buen sentido de esta mala palabra “pedagogía”; la del novelista leonés Venancio Iglesias Martín. (Por fortuna, un “personaje inolvidable” vivo.)
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Hermano”.
¿Y la más peligrosa?
“Podemos”… porque detrás viene “robar”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Bueno, a veces, bueno a algunos que se lo merecen, como a esta secuela de aquellos golpistas que traicionaron a la República española. Esos que están ahora en las filas pseudoprogresistas esperando la limosna de Judas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un republicano radical que creo en un Estado español basado en la igualdad, el mérito y la solidaridad.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cabrero de una cabra sola.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los pasivos.
¿Y sus virtudes?
Las contemplativas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un cantar, que solo diré a quien conmigo va. Morir en romance, ¡no estaría mal!

T. M.