viernes, 18 de noviembre de 2016

El escritor sufriente

“Y finalmente, señores, lo mejor es no hacer nada. ¡Lo mejor es una inercia consciente! Así, pues, ¡viva el subsuelo!”, dijo aquel escritor sufriente llamado Fiódor Dostoievski en “Memorias del subsuelo” (1864), obra escrita en unas circunstancias tormentosas –su mujer está a punto de morirse y él tiene una relación con una joven de la que se arrepiente– y en la que se reflejan sus remordimientos. El libro inspiraría el nombre de una editorial nacida hace cinco años, especializada sobre todo en literatura del centro y este de Europa, que nos ha proporcionado verdaderas joyas inéditas, ensayísticas y narrativas, y que ahora ofrece otro objeto de lujo de crítica literaria firmado por otro gran escritor.

“Dostoievski” (traducción de Laura Claravall), reuniendo las conferencias que André Gide dio en el teatro Vieux-Colombier y varios artículos publicados en la prensa, de repente, a ciento noventa y cinco años de su nacimiento en Moscú, se convierte en una inmejorable introducción al autor de “El idiota”. Lo es tanto para quien desconozca sus escritos como para el que sienta esa poderosa atracción que siempre ejerce este hombre epiléptico, ludópata y enviado a Siberia durante diez años (encerrado en campos de trabajo primero y luego colocado en el ejército), porque Gide llega al fondo del alma de Dostoievski de tal manera, que se convertiría en el principal valedor de su literatura en Francia, pese a llevar traducido veinte años, en momentos en que algunos colegas lo consideraban escandaloso y sin que todavía no se le reconociera un legado literario igual de importante al de Tolstói.

La soledad de un genio

Lo hace primero examinando un libro (en 1908) que recogía parte de su correspondencia –Dostoievski deja al morir en 1881 una gran cantidad de cartas, cuya escritura aborrecía– y que nos muestra a un ser perfeccionista, trabajador día y noche, obsesionado con el dinero, insatisfecho con las novelas que tiene entre manos hasta la repugnancia, sintiéndose tan solo “como una piedra arrojada”, como le dice a su hermano, reconociéndose en “un carácter triste, enfermizo y aprensivo”. Más adelante, tras esta incursión fascinante en sus quehaceres diarios, Gide se centra en “Los hermanos Karamázov” para entender que, en efecto, “Dostoievski era uno de esos raros genios que avanzan de obra en obra, en una especie de progresión continua”, hasta la muerte; pero también en “Los demonios”, donde “denuncia proféticamente lo que sucederá en Rusia” en torno al bolchevismo y la anarquía, y otras novelas.

La humanidad, y con ello el simbolismo que encarnan sus personajes, su visión de la libertad, las razones para estar vivos, la experiencia de la miseria… Todo detalle de la vida y obra del moscovita le servirá a Gide para resucitarlo del lugar subterráneo al que lo había enclaustrado un crítico muy influyente de la época, Eugène-Melchior de Vogüé y, con la referencia precisamente de las “Memorias del subsuelo” –el punto culminante de su carrera, a su juicio–, colocarlo donde su literatura infinita se merece.

Publicado en La Razón, 17-XI-2016