viernes, 30 de diciembre de 2016

Cuelgue el muérdago y béseme


Resulta curioso que el nacimiento de la narrativa estadounidense surja de un hombre que reside buena parte de su vida en diferentes países de Europa, un hombre cuya máxima obra habla de Andalucía, que publica algunos de sus relatos más célebres en Inglaterra. Antes de ello, Washington Irving se ha burlado de la sociedad neoyorquina en textos periodísticos y ha convertido en sátira la «Historia de Nueva York» en un libro que ha firmado con el seudónimo de un presunto historiador holandés, para después viajar por negocios y placer al Viejo Continente, donde trabajará como agregado de la embajada americana en Madrid y Londres.

Irving cruza el Atlántico, permanece diecisiete años fuera de su tierra; intelectualmente hablando, siente el desgarro de no identificarse con la naciente Unión de estados: apenas, en su literatura, hay alguna recreación sobre los colonos, en especial en el cuento «Rip van Winkle». Irving en realidad quiere asemejarse a don Quijote, y escribe sus «Cuentos de la Alhambra» tomando el carácter del viajero curioso que recorre España con su Sancho particular –un joven guía que le hace reír mucho– pues, al igual que Alonso Quijano, lo que más desea es pararse a hablar con los que le salen al paso. Así, su prosa es el reflejo de la tradición oral, de las historias fabulosas de la gente.

Mucho de eso mismo podemos encontrar en “Vieja Navidad”, un grupo de artículos extraídos de “The Sketch Book of Geoffrey Crayon, Gent” (1819-1820) donde aparecieron algunas de sus historias, como «La leyenda de Sleepy Hollow», en los que Irving va exponiendo diferentes anécdotas de un trayecto navideño. Con traducción y notas ahora de Óscar Mariscal, más las abundantes y maravillosas ilustraciones de Randolph Caldecott, que tuvo un gran éxito en la época victoriana, el texto sería una de las fuentes de inspiración nada menos que para “Cuento de Navidad” de Dickens. Y es que Irving observó como nadie unas fiestas que son las “que nos despiertan las asociaciones mentales más fuertes y sinceras”. Con tono entre autobiográfico y ensayístico, amparándose en la voz y comportamientos de aquellos con los que se cruza y habla, Irving va explicando cómo a sus ojos tal celebración ya no tiene la dimensión de antaño y se ha frivolizado, si bien aún es “un periodo de deliciosa emoción en Inglaterra”.

Uno de los capítulos iniciales lo dedicará, la misma víspera de Navidad, a un viaje en diligencia por Yorkshire cargada de pasajeros que iban a reunirse con sus parientes, y poco a poco, se irá haciendo eco de diversas tradiciones después de aceptar la invitación de un viejo amigo de alojarse en su casa: colgar el muérdago en granjas y cocinas para que los jóvenes puedan besar a las muchachas debajo de él; el transporte, la víspera del día 25, del leño de Yule, un grueso tronco de madera que se prende en la chimenea con las cenizas del leño del año anterior; servir la cabeza de jabalí y cocinar pavo real; o la tradición de mascaradas y mojigangas, con bailes y disfraces. Todo ello surge como en un espejo vistoso y lleno de acción, introduciéndonos Irving en un entorno cálido, familiar, generoso. En pleno, eterno espíritu navideño.

Publicado en La Razón, 29-XII-2016