Recupero aquí, con el lema latino ubi sunt (dónde están), una serie de reseñas que publiqué hace unos veinte años en la revista Quimera.
"Escribo todas mis novelas y cuentos en un chorro de pasión deliciosa". Así habla Ray Bradbury de su labor creativa al describir la génesis de su famosa novela Fahrenheit 451, surgida de una Underwood que alquilaba por 10 centavos la media hora en la Universidad de California.
Manifiestos por entregas podrían ser estos ensayos, publicados entre los años 1961-90. Tanto de vida como de arte, porque para el autor de Illinois son dos cosas inseparables, que se confunden. Vivir es un privilegio y no un derecho, y por tanto, la celebración ha de ser perpetua: escribir es sentirse vivo y hay que estar borracho de escritura para que la realidad no nos destruya, para vencer la muerte. Mediante esta dicotomía, desde el prefacio (lo escribe un hombre de 75 años) hasta la sección final del libro, donde incluye varios poemas que versan sobre la creatividad, nos llega un artista que enfoca su obra con garra y entusiasmo, para trabajar divirtiéndose, que se burla de la comercialidad y de los escritores agónicos, que reivindica la "Historia de las ideas" (la ciencia ficción), y, sobre todo, el hecho de que todas esas ideas están dentro de nosotros, en una memoria escondida y llena de poesía.
Todo este caudal inagotable de proposiciones va dirigido de un modo directo al lector, retándole a explotar su fantasía y a sentirse siempre como un niño, sugiriéndole técnicas de escritura. En una de ellas, afirma escribir a partir de una lista de palabras que su inconsciente le dicta, y que luego él une hasta elaborar un relato en muy pocas horas. En la rapidez, según su criterio, está la verdad, y ese Inconsciente (él lo llama Musa) hay que saciarlo de impresiones y experiencias, conjugando realidad y recuerdo.
"Hacer es ser. / Haber hecho no basta. / Abarrotarse de hacer: ese es el juego", dice en uno de sus poemas, auténticos manifiestos de una filosofía tan sencilla como rica, basada en la reflexión diaria, en la actividad continua. Hacer de la memoria una historia nueva. Abarcarlo todo, abrir los ojos y llenarse de vida para crear otra distinta: la interior, la literaria.