miércoles, 24 de enero de 2018

Entrevista capotiana a Ricardo Silva Romero

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ricardo Silva Romero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Este apartamento: aquí no sólo hay una biblioteca de libros, de discos y de películas, y hay una señal de internet que se cae de vez en cuando, sino que tarde o temprano tendrán que visitarme los mismos de siempre.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Pero la verdad es que ni los animales ni la gente me caen bien o mal hasta que los conozco uno por uno.
¿Es usted cruel?
No soy cruel. Pero puedo estar cruel.
¿Tiene muchos amigos?
No sé cómo contarlos porque algunos lo son más o menos, pero, si no estoy mal, habré sumado cinco amigos a los cinco amigos verdaderos que he tenido desde el principio.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Creo que el sentido del humor, que revela desde la creatividad hasta el buen oído, es más que suficiente. Y sin embargo, no sobra, en tiempos de redes, que crean en aquello de que a los amigos hay que elogiarlos en público y criticarlos en privado, cara a cara.    
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Comparado con los viejos no soy viejo, pero sí soy suficientemente viejo para que ya no me decepcionen mis amigos, para no andar pidiéndoles más que lealtad y sinceridad y compasión, y teniendo claro que lo mínimo no siempre es posible. 
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, lo soy. Pero con cuidado. No ando por ahí diciéndoles a todos los que pienso, ni ando por ahí confundiendo discreción con hipocresía, pero uno de mis trabajos es decir lo que pienso exactamente como lo pienso. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Yendo a cine.
¿Qué le da más miedo?
Hace rato no me pasaba, pero desde que tengo hijos le he vuelto a temer al futuro, que es temerle al mundo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No sé si la palabra es “escandalizar”, pero últimamente me preocupan –esa es la palabra– los ajusticiamientos y los linchamientos de las redes sociales.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No se me ocurre ninguna vida que no sea creativa de algún modo, pero realmente sería un logro poder quedarse quieto, hacer un trabajo, como cuidar una casa o atender una biblioteca, que sea una rutina. De nuevo: ser amo de casa o bibliotecario suena creativo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Jugué fútbol. Jugué squash. Monté en bicicleta. Pero ahora lo único que hago es caminar.
¿Sabe cocinar?
No tengo la menor idea: no es poco que sepa servir.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Como ya he escrito de mi familia, que es lo primero que me viene a la cabeza, quizás elegiría a mi profesor de literatura: un intérprete genial de los textos del mundo que en las noches se convierte en el sonetista Ángel Marcel.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Plegaria.
¿Y la más peligrosa?
¿Trump?
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. No se me ha pasado por la cabeza ni siquiera en las peores fantasías, sino acaso en las ficciones que se me ocurren, porque, luego de leer tantos crímenes, luego de escribir tantos crímenes, ya sé que es un error, ya sé que suele salir mal.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo en el liberalismo que no matonea al conservadurismo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gustaría ser un oficinista que llega a la casa al tiempo con sus hijos.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Me temo que todos son benignos, de los chocolates a las peores comidas que uno pueda imaginar –de la escritura a la ansiedad–, pero que van a empezar a aparecer en los exámenes de sangre.
¿Y sus virtudes?
Soy leal. Tengo paciencia. Y soy capaz de escribir las ideas que se me ocurren.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Trataría de retener las fotos de mis padres, de mi esposa y de mis hijos que tengo en mi escritorio. Sentiría vergüenza de ser el muerto.

T. M.