Una imagen de la película de 1953 “Vacaciones en Roma” hace de portada y metáfora de un conjunto de ensayos en torno al concepto de “posverdad” que ha recopilado Jordi Ibáñez Fanés. Es la escena en la que el personaje que encarna Gregory Peck enseña al que interpreta Audrey Hepburn la llamada “Boca de la verdad”, una gigantesca máscara de mármol dedicada al dios del mar que muerde la mano de aquel que miente. El actor ríe al bromear con la actriz, simulando que tras poner allí la mano la gran piedra se la ha tragado. Y en eso consiste la posverdad: en simulación, en tragarse falsedades mediante el autoconvencimiento de una realidad específica a partir de ciertas afirmaciones ajenas. Y en muchas otras cosas que catorce escritores han ido abordando en un momento más que oportuno.
Y es que no sólo el neologismo “post-truth” fue recogido por el “Diccionario Oxford” al tiempo que lo consideraba como palabra del año 2016, sino que estos días la RAE acaba de añadirlo en la actualización de su "Diccionario de la lengua española", como ya anunciara Darío Villanueva en un acto del inicio del curso universitario en que impartió la conferencia «Realidad, ficción, posverdad». En aquel caso, el director de la Real Academia Española se refirió a posverdad como toda información que no se fundamenta en hechos objetivos, sino que apela a lo emocional o a lo que desea recibir el público. La palabra ya había sido registrada desde hacía por lo menos una década, como dice Jordi Sánchez en la introducción del libro que ha coordinado, pero “alcanzó un pico espectacular durante los meses que precedieron al referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea de Gran Bretaña”; todo lo cual se afianzó con la campaña de las presidenciales en los Estados Unidos y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Con todo, no hay que irse tan lejos: “Aquí en España, y en Cataluña concretamente, llevamos más de siete años dando vueltas alrededor de un tótem en el que se mezclan posverdad, ilusionismo, sentimientos, engaño y manipulación a gogó”. Se refiere el autor al “Procés” catalán, desde luego, pero el concepto ya forma parte del vocabulario político diario dondequiera que sea. Justamente, Jordi Gràcia, en su texto “La posverdad no es mentira”, habla de “la consagración global de la palabra”, en concreto entre unas élites que han sobreactuado a este respecto, pues han sido permisivas y hasta animadoras de «formas muy peligrosas de semiverdad teledirigida. Sin embargo, la palabra es nuestro “gadget” verbal militante y a la vez consolador»; un recurso para simplificar todo en una división entre buenos y malos.
Una ideología invisible
Gracia llama a la posverdad “patología social”, y Marta Sanz habla de otras palabras afines como amarillismo, contrainformación estatal, demonización, desinformación, media verdad...; en definitiva, se trata ya de una “ideología invisible” que, a su vez, Joaquín Estefanía relaciona con el comportamiento erróneo de los economistas, que perdieron el contacto con la realidad, creyeron demasiado en el Dios Mercado y nos inundaron la cotidianidad con sus tecnicismos con los que se convirtieron en un altavoz poderoso e influente. Porque, en suma, estamos ante un fenómeno comunicativo que, al decir de Justo Serna, ya es un signo de nuestro tiempo y que consistiría en que “no habría hechos, sólo interpretaciones”, con el ejemplo de cómo Trump usa “la falsedad como procedimiento sistemático” a partir de “fake news”.
Por su parte, Joan Subirats pondrá el acento en cómo esta estrategia comunicativa consiste en no averiguar si los políticos tienen razón o no, sino que “lo importante es que los que los escuchan crean que es cierto”; Valentí Puig comentará que “las oleadas del emocionalismo suplantan el realismo razonable y trastocan el orden de los factores desligándolos de su naturaleza factual. Relativizada la verdad, los hechos no importan”. E incluso Nora Catelli se preguntará, muy astutamente, que “si hay una posverdad, ¿qué hubo antes?”.
El lector así irá teniendo diferentes aproximaciones a la posverdad, pero tal vez acabe prefiriendo el que es a mi juicio el mejor texto del libro, el que firma Manuel Arias Maldonado, que abre y cierra brillantemente con una cita de “Lady Susan”, de Jane Austen. Partiendo del debate entre Solbes y Pizarro que versó sobre la incipiente crisis de 2008, cuando uno la negaba y el otro la señalaba, el autor acaba concluyendo, con la victoria electoral del PSOE, que “de alguna manera, los españoles eligieron creer aquello que deseaban creer”. Se pregunta entonces: ¿era esto ya la posverdad? Y cita al Humpty Dumpty de “Alicia en el País de las Maravillas” para advertir que “lo único importante es quién manda: ése es quien fija el significado de las palabras”. Ciertamente, el “quid est veritas?” formulado por Poncio Pilatos frente a Jesús de Nazaret demuestra que la pregunta por la verdad vendría de antiguo; es más, al final podremos pensar que aquello que es verdad o mentira es lo que decimos que es verdad o mentira. Pues bien, para acabarlo de redondear (o complicar), Arias Maldonado se atreve a acuñar otro término: posfactualismo, que reflejaría “con más fidelidad las tribulaciones que padece la verdad en el espacio público y digital”. ¿No es verdad?