El atractivo por la vida y obra
de Francis Scott Fitzgerald (Saint Paul, 1896-Hollywood, 1940), emblema de lo
que puede llegar a ser el estrellato artístico y social y la degradación
fulminante, parece no tener fin. Dicha atracción se pone de manifiesto por
medio de adaptaciones fílmicas de su obra más reconocida, “El gran Gatsby”, que
estrenó Baz Luhrmann en el año 2013 –a lo que podríamos añadir apariciones como
personaje en las películas «Medianoche en París»
(2011), de Woody Allen, y “El editor de libros” (2016), de Michael Grandage– y también, por supuesto, por medio de continuas
ediciones de sus escritos. De hecho, las referencias literarias sobre el
escritor de Minnesota se han sucedido una tras otra, en ocasiones a la busca de
páginas inéditas o de corte íntimo.
Ocurrió en 2009 con un libro que
firmaba el autor con su pareja: “Pizcas de paraíso”, que reunía once cuentos
inéditos de Fitzgerald y otros diez que ella, Zelda Sayre, publicó en diversas
revistas, tal como hacía su marido para ganarse la vida, pues apenas obtuvo
ingresos con sus libros. En este sentido, no estaría de más decir que la obra
narrativa de esta artista, muy polifacética, bailarina sobre todo, es muy poco
conocida en nuestro país: sólo está al alcance en español la novela de tintes
autobiográficos “Resérvame el vals” (2012), que escribió en 1932, cuando estaba
internada en el hospital psiquiátrico Johns Hopkins de Baltimore, a causa de
sus habituales trastornos mentales. Y es que el drama persiguió a la pareja en
forma de alcoholismo, intentos de suicidio, separación irremediable y muertes
trágicas.
El segundo volumen al que hacíamos referencia fue “Querido Scott,
querida Zelda” (2013), la recopilación de cartas que se intercambiaron ambos
escritores, a la sazón padres de la niña Scottie, que estuvo también de
actualidad editorial gracias a un documento inédito, “Cartas a mi hija” (2013),
con prólogo de la propia destinataria y en el que se veía a un padre preocupado
por dar consejos sobre el dinero, las amistades, los estudios, etc. Todo ello
entre los años 1933 y 1940, cuando la muchacha tenía entre 12 y 19 años y
pasaba largas temporadas sin sus padres, pues su educación había sido confiada
a unos familiares y al colegio en el que estaba internada.
Marcado por lo póstumo
De modo que a nuestros ojos la vida y la
obra de Fitzgerald están marcadas por cómo la posteridad lo ha tratado, lo ha
conservado recuperando páginas de diferente género, como vemos: por un lado,
mediante su epistolario, como el caso también de la aportación de documentos
inéditos que ofrecía “El arte de perder. Una vida en cartas” (2016), en que
destacaban las dirigidas a dos psiquiatras –una a quien trabajaba en la clínica
donde estaba ingresada Zelda, y la otra en que detallaba sus relaciones sexuales,
casi inexistentes–; por el otro, por sus artículos, como el volumen “Mi ciudad
perdida. Ensayos autobiográficos” (2011), diecisiete artículos que Fitzgerald
deseó ver agrupados pero que no vieron la luz en forma de libro, algunos de los
cuales fueron incluidos por el crítico Edmund Wilson en el libro también
póstumo “El Crak-Up”, como “Mi ciudad perdida”, “Ring” (un homenaje conmovedor
al escritor Ring Lardner) y el fabuloso “Ecos de la era del jazz”. En aquella
ocasión, Wilson seleccionó extractos de las libretas donde escribía Fitzgerald
anécdotas o apuntes para sus relatos. Un material que ya puso en entredicho el
autor norteamericano Gore Vidal, pues en efecto tales líneas carecían muchas
veces de interés.
Ahora, surge otra oportunidad para conocer obras inéditas del
escritor, de valorar si realmente merece la pena semejante rescate o si su
aparición responde más a sacarle el jugo hasta el extremo al autor clásico que
aún suscita interés. Llega, pues, “Moriría por ti y otros cuentos perdidos” (editorial
Anagrama), una edición a cargo de Anne Margaret Daniel, de la Universidad de
Princeton, donde está el ingente material literario que en su día Scottie legó
de su padre. Se trata de relatos escritos sobre todo en la segunda mitad de los
años treinta y que no acabaría publicando ante la reacción de algunas revistas,
que o los rechazaban o le pedían que introdujera cambios que Fitzgerald no
estaba dispuesto a aceptar. Cuentos donde el fracaso o la incertidumbre planean
sobre los personajes, acaso reflejando la etapa que vivía el propio narrador y,
en su faceta mucho menos conocida, poeta (sus “Poemas de la era del jazz” se publicaron en español en 2016).
Rescate interesante
Como ha ocurrido con otros escritores, el Roberto Bolaño de
narraciones menores que permanecían guardadas que ha sido lanzado para
aprovechar su gigantesco éxito internacional, o Julio Cortázar, con papeles
sueltos hallados entre sus borradores de ficción, o el Truman Capote que,
jovencísimo, escribió diversas historias en verdad magistrales y que Anagrama
recuperó hace dos años con el título de “Relatos tempranos”… Hay así un sinfín
de ejemplos como el que ahora acaba de suceder con Fitzgerald, que disfrutó de
un primer éxito, la novela “A este lado del paraíso”, al que le seguirían numerosas
y muy bien remuneradas colaboraciones en revistas pero que enseguida padeció el
fracaso comercial con el resto de sus novelas. La narrativa corta fue para el
autor un medio de conseguir dinero, pues las publicaciones estaban encantadas
de recibir sus historias sobre jóvenes en un mundo lleno de glamur y
superficialidad, hasta el punto de que Fitzgerald fue encasillado pronto a ese
respecto. La consecuencia fue que aquellas historias que no correspondían a ese
patrón no eran del agrado de las revistas. Y entonces venían los rechazos, y
que el cuento de turno permaneciera inédito.
Ahora, el lector podrá enfrentarse a unos cuentos que en “Moriría por
ti” (es el título de uno de ellos, sobre el mundo del cine para el que
Fitzgerald trabajó de manera irregular y siempre despectiva), explica la
editora, “tratan de divorcio y desesperación; días de trabajo y noches de
soledad; chicos inteligentes que no pueden ir a la universidad o encontrar un
empleo durante la Gran Depresión; la historia de los Estados Unidos de América,
con sus guerras, sus horrores y sus promesas; sexo, con o sin el consiguiente
matrimonio; y la feroz, radiante vitalidad, con toda su miseria, de Nueva York,
una ciudad que Fitzgerald amó de verdad y entendió en todos sus aspectos, en
toda su superficialidad y su fealdad”. Es, a la vez, como sugiere la propia
Daniel, un libro que explica en paralelo el tiempo del autor, en lo general y
lo particular, con la importancia que se le da a los nuevos roles que van
adquiriendo las mujeres en aquella época y con la recreación de ciertos
ambientes médicos por influjo de las hospitalizaciones de su mujer.
He ahí el valor del libro, desigual, en algunos pasajes ciertamente
compuestos por lo que serían borradores, o argumentos precipitados, en medio de
proyectos de guiones y otros cuentos muy bien logrados. Un valor que también
hay que considerar desde el taller del escritor, desde sus intentos de llevar a
otras alturas su arte narrativo. Por ejemplo, en “El pagaré” critica el negocio
editorial (el manuscrito se vendió por casi 200.000 dólares a la Universidad de
Yale), en “Pesadilla” proyecta su imaginación tras conocer varios hospitales
psiquiátricos, y al no poder publicarlo, aprovecharía parte de él para su
novela “Suave es la noche”… Cada historia tiene una historia detrás, como
podemos conocer gracias a la investigación de la editora, y a menudo, se
aprecia un nexo común: el “chico conoce chica” que tan famoso hizo a Fitzgerald
en sus desenfadados cuentos pero del que se acabaría cansando para madurar e
intentar reinventarse.
Publicado en La Razón, 28-II-2018