Magnífica ocasión esta para conocer el pensamiento mordaz del que fue un héroe intelectual para Robert Musil –sobre el que Ediciones del Subsuelo acaba de publicar un gran ensayo de Jean-Pierre Cometti, «El hombre exacto»–, que habló de él con admiración en sus diarios, y Elias Canetti, que en cuanto lo escuchó hablar en público, entendió que «él “era” la justicia». Y es que Kraus se concentró en señalar la hipocresía social frente a las minorías maltratadas –prostitutas, homosexuales– o frente a la comunidad judía, a la que quería liberar de su gueto. Y sin embargo, sus enemigos y el tiempo lo simplificaron y, con desdén, le redujeron a figurar como un simple satírico.
Pero Kraus fue mucho más que eso. Se distinguió como un notable poeta, como supimos en el año 2005 por medio de la antología «Palabras en versos» (Pre-Textos), que demostraba cómo su mente dotada para el aforismo –véanse sus «Dichos y contradichos» (Minúscula, 2003)– llegaba a su cenit abrigando lo lírico, lo sensual, lo provocador y hasta lo narrativo. En su poesía se cifraba asimismo su obsesión contra la Prensa –la madre de los males más graves, según él–, tendencia que también conocimos gracias a la edición de Adan Kovacsics de «La Antorcha. Selección de artículos de “Die Fackel”» (Acantilado, 2011). Y ahora el mismo traductor presenta estas «Glosas», también extraídas de esta publicación que Kraus editó desde 1899 hasta prácticamente su muerte, siendo su único redactor desde 1911 hasta el final.
En este casi centenar de ácidas y sorprendentes glosas aparecen las calles vienesas con sus variopintos personajes y Hitler, el cometa Halley y el periódico objetivo de sus mayores ataques, «Neue Freie Presse», los políticos del momento y la necesidad de escribir necrológicas antes de que la celebridad de turno fallezca, Mahler y crímenes en el extranjero, la «necesaria» pornografía y los métodos educativos...
Genio y figura, Kraus fue un gigante solitario al que le interesó absolutamente todo lo que le circundaba; un obsesivo del uso del lenguaje –por eso transcribe muchas citas de otros medios, para analizar las cosas literalmente– tanto como un hombre preocupado por la libertad de pensamiento de sus conciudadanos, de los que también era capaz de distanciarse por completo. Así, en una glosa llamada «El censo» dice que éste «ha dado como resultado que la ciudad de Viena cuenta con 2.030.834 habitantes. Concretamente, 2.030.833 almas y yo».
Publicado en La Razón, 31-V-2018