martes, 24 de julio de 2018

Entrevista capotiana a Juan Pedro Cosano


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Pedro Cosano.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa, esté donde esté. Es un lugar en el que jamás me aburro. Y donde siempre tengo un espacio para que puedan acompañarme mis dos mejores amigos: el silencio y la soledad.
¿Prefiere los animales a la gente?
¿Qué es la gente? Si es la masa anónima con la que identificamos el vocablo, sin lugar a dudas. Si por gente entendemos personas humanas concretas, no, por mucho que quiera a mis perros, que los adoro.
¿Es usted cruel?
No, aunque en muchas ocasiones es cruel no serlo.
¿Tiene muchos amigos?
Mis perros y, con suerte, cinco o seis personas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Respeto a mi amor profundo por la libertad y la soledad. Un amigo que te ata o que te rompe el silencio cuando el silencio es lo que buscas, dejará pronto de ser amigo mío.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No suelo darles ocasión.
¿Es usted una persona sincera? 
Por lo habitual, sólo conmigo mismo. Como dijo Óscar Wilde, “un poco de sinceridad es algo peligroso; demasiada sinceridad, es absolutamente fatal”.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo tiempo libre.  A escribir, leer, jugar al ajedrez, que son las actividades a que intento dedicarme cuando no trabajo, no les llamo hobbies, les llamo actividades esenciales en mi concepto de vida.
¿Qué le da más miedo?
Entrevistas como ésta. No, en serio: me da miedo la enfermedad, que no la muerte; o la enfermedad como certeza de la inmediatez de la muerte. Que, a lo mejor, es una forma de temer a ésta.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La estupidez humana. Por tanto, y por desgracia, suelo pasarme unas cuantas horas al día escandalizado. Estamos rodeados de estúpidos. No hay un lugar donde mirar en el que no haya un estúpido. Por eso, por ejemplo, no veo la televisión, excepto para ver a 22 estúpidos corriendo detrás de un balón.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Nada. Eso es lo que de verdad me hubiera gustado hacer: nada. O ser filósofo, que es otra forma de no hacer nada. Pero como no sabía hacer otra cosa, me hice abogado. Y posiblemente, tal como está la venta de libros en nuestro país, habré de morir con la toga puesta. Aun tengo esperanzas de no hacerlo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Andar (soy peatón por convicción; uno de mis mayores logros en esta vida es no haber pisado jamás una autoescuela). Masticar.
¿Sabe cocinar?
Coci…¿qué?
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Marco Emilio Escauro, uno de los grandes personajes de la antigua Roma. O el obispo Osio, un cordobés del siglo IV d.C., que presidió el concilio de Nicea, que fue uno de los que propició la conversión de Constantino y al que, a pesar de su trascendencia histórica, no se nombra ni en uno solo de los libros de texto que se estudian en las escuelas de este pobre país nuestro.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hijo. Representa la inmortalidad.
¿Y la más peligrosa?
Hijo. Representa el miedo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¿Y quién le ha dicho que no lo he hecho?
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
A estas alturas de mi vida, perdidas las pasiones e intentando cada día tolerar la intolerancia, me limito a ser librepensador. Así me doy la libertad de no pensar en la política actual, que es una forma tan buena como cualquier otra de bajar el colesterol.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un árbol. Y abrazaría con delicadeza con mis frondosas ramas a aquellos que grabaran sus nombres enmarcados en un corazón en mi corteza. Los abrazaría y los abrazaría hasta ahogarlos. O un libro, para ser acariciado por alguien que trate a los libros con tanta dulzura como yo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo.
¿Y sus virtudes?
Mi mayor virtud es no confesar mis vicios. Pero le voy a confesar el principal, ya que no lo hice antes: el egoísmo. Soy absolutamente egoísta para las pequeñas cosas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un salvavidas. ¿Hay algún esquema clásico a la hora de la muerte? No sé. El rostro de una mujer. 
T. M.