miércoles, 25 de julio de 2018

La conducta impropia de la Revolución cubana


En Holguín, al este del caimán que forma Cuba, o en Pinar del Río (al suroeste de la isla), por no decir en La Habana, resulta difícil oír el nombre de Reinaldo Arenas, uno de los muchos artistas enterrados a perpetuidad por el régimen castrista. Es imposible encontrar alguna de sus novelas en las librerías que muestran en el escaparate pequeñas historias infantiles firmadas por el mismísimo Fidel Castro. Es inútil hacerlo desde los años sesenta, cuando el gobierno ordenó una limpieza social que llevó a montones de homosexuales y gentes contrarias a la política del momento a cárceles comunes o campos de concentración para, luego, en 1980, embarcarlos en dirección a Miami en un gran exilio del que se beneficiaría el propio escritor y algunos de sus amigos.

Citamos Holguín porque en una aldea colindante nació Arenas; mencionamos Pinar del Río porque allí fue enviado para cortar caña como trabajo forzado; pensamos en La Habana porque, además de difundir su vocación literaria con la ayuda de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, empezó a ser perseguido. Arenas es sobre todo conocido por sus novelas, pero al lector interesado le llamará la atencion su poesía, titulada significativamente “Inferno” (que publicó la editorial Lumen en 2001), llena de imaginación y libertad expresiva a lo largo de los versos, por ejemplo, de la sección titulada «Leprosorio», escritos a partir de su experiencia en la cárcel de Guanabacoa.

«En aquel momento, en que éramos perseguidos y vigilados, nosotros escribíamos cosas condenatorias contra el régimen. Escribíamos, sobre todo, poemas que nos permitían no caer en la locura o en la esterilidad, como ya habían caído otros escritores cubanos», dice en su autobiografía “Antes que anochezca”, que se llevó a cine en el año 2000, con Javier Bardem como protagonista. Arenas estaba pensando en los que habían recibido «prebendas oficiales» (Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Cintio Vitier y Eliseo Diego) y en los colegas de tertulia desaparecidos en turbias circunstancias. A través de habilidosos sonetos y de una serie de textos sarcásticos, afirmaba haber cumplido «venganza» ante una vida mísera; así, el lector podía asimilar su sentido de la libertad al llegar a su «Autoepitafio», su última confesión ya enfermo de sida, escrita un año antes de suicidarse en Nueva York y de su despedida: «Cuba será libre. Yo ya lo soy».

¿Verdaderas libertades?

Ahora, ante las últimas noticias llegadas de la isla caribeña en torno a su aparente apertura hacia las personas homosexuales, cabe repreguntarse lo que dejó dichó dramáticamente Arenas. Estos días el Parlamento unicameral de Cuba estudia un proyecto de reforma constitucional que incluiría proponer una definición que expresara que el matrimonio es la “unión entre dos personas”, es decir, unos términos que podrían facilitar la legalización de las bodas homosexuales. La Constitución vigente data de 1976, y habla de “la unión concertada voluntariamente entre un hombre y una mujer”. Sin embargo, Homero Acosta, secretario del Consejo de Estado cubano, expuso ante los diputados que con esa modificación el concepto de matrimonio evitaría especificar el sexo de las personas que lo conformarían.

Se abre así la posibilidad de que en el futuro pueda surgir, desde el plano legislativo, una nueva Carta Magna firmada por el Partido Comunista de Cuba que tiene el mando del país desde su famosa Revolución de 1959; un proceso que podría durar un año, desde que la Constitución sea ratificada en referendo y se abra el plazo para modificar los aspectos que se acuerden del Código Civil y de Familia. En todo caso, el borrador de la nueva Constitución cubana contemplaría la prohibición de discriminar a las personas por su identidad de género, una reivindicación de la comunidad LGTBI, que sueña también con alcanzar logros como el acceso a la adopción y a la reproducción asistida para parejas homosexuales. Algo de lo que sin duda se congratularía la diputada y sexóloga Mariela Castro, hija del expresidente Raúl Castro y directora del Centro Nacional de Educación Sexual.

Han sido décadas de acoso, humillación y desprecio tantos a las gentes homosexuales como a aquellos artistas no afines al régimen político que se manifestaron en contra de los Castro. Una infinidad de trabajos han denunciado lo que el cineasta Néstor Almendros (Barcelona, 1930-Nueva York, 1992) denominó “la supresión general de las libertades cívicas en Cuba", con motivo de su documental “Conducta impropia”, que realizó en 1983 junto a Orlando Jiménez Leal (La Habana, 1941; reside actualmente en Madrid). En él, mediante entrevistas e imágenes de archivo, de las calles de La Habana o de otros lugares donde viven los exiliados en el extranjero, se profundizaba en cómo las instituciones castristas perseguían y vilipendiaban a los intelectuales y homosexuales cubanos bajo el régimen.

En el documental, que recibiría el Gran Premio del XII Festival Internacional de los Derechos Humanos de Estrasburgo, en 1984, salían aportando su punto de vista el propio Arenas y otros insignes escritores como Guillermo Cabrera Infante, Juan Goytisolo y Susan Sontag, todos ellos ya desaparecidos. Qué pensarían ahora tras ver esas informaciones de signo aperturista; los citados, u otros que fueron precursores en los derechos de levantar la voz que la represión silenciaba por doquier, como Manuel Puig, el autor de “El beso de la mujer araña”. En Argentina, el comportamiento homosexual podía llevar a un arresto o un ataque, o, al menos, a la humillación de verse etiquetado como «puto, palabra que siempre lo haría encogerse de vergüenza», explica su biógrafa Susanne Jill Levine.

Puig vagando por La Boca, sintiendo el suspense y a la vez la atracción de lo prohibido, morirá en 1990 con la duda de si el sida ha sido el culpable; a Jaime Gil de Biedma, que había recorrido las calles prostituidas de Manila, le sucederá igual en esas fechas; Arenas –él sí con la seguridad de la infección del virus– preferirá en cambio la muerte voluntaria. Otro cubano, Severo Sarduy, temerá ser el siguiente de la lista, pero de él sólo encontraremos una preocupación que no lo es: «¿La homosexualidad? Si no hablo de eso con frecuencia es porque, para mí, es un asunto, estrictamente, de gusto personal. No le otorgo ninguna connotación, ningún valor, ni positivo ni negativo. No creo que represente una subversión, ni una virtud. Es como ser diabético, o filatélico. Algo que no merece el menor comentario», dijo en un autorretrato.

Esta perspectiva discreta la ejemplifica otro ídolo de las letras cubano, José Lezama Lima (1912-1976), que por las fechas de la Revolución era ya un autor de prestigio, todo lo cual no impidió que se le acabara ninguneando, sobre todo a medida que el Gobierno iba endureciendo sus prácticas dirigidas a la población y el idealismo político se iba convirtiendo en pensamiento ideológico único que se había de imponer. De hecho, en la década de los setenta, momento en que se doblegó la decisión de represaliar a los artistas rebeldes, como explicó en un artículo Luis Antonio de Villena, Lezama tuvo la fortuna de no ser encerrado en un campo de concentración como otros homosexuales, pero sí quedó enclaustrado su casa de La Habana Vieja, afectado además por el asma, para lo cual la familia no conseguía medicación.

Temor frente al «arte dirigido»

Lezama, el autor de la hermética y barroca novela “Paradiso”, tiene un puesto de honor en las letras cubanas dentro de la isla, y otros que fueron atacados resurgen de repente, como el citado Piñera
 (1912-1979), poeta, dramaturgo y narrador cuya obra por fin el Gobierno aceptó divulgar en 2012. Si antes este autor homosexual y crítico de toda ideología política represiva fue aceptado por el fulgor revolucionario, luego sería excluido de los canales oficiales. Piñera tuvo la valentía de explicar al propio Fidel Castro, en un encuentro de escritores y artistas, el estado de temor que sentían los intelectuales frente al “arte dirigido” que venía de las autoridades políticas; un mecanismo de control en que desde el Estado se elegía la obra literaria, politizándola a su conveniencia, o se excluía a la que era crítica. Algo que va siendo peleado por las nuevas generaciones de escritores, que se han preocupado de recuperar el arte literario de aquellos que no disfrutaron de libertad y respeto pero cuyos libros, por su calidad e importancia sociohistórica, tendrán que resurgir tarde o temprano, plenamente libres, en el Caimán Verde.

Publicado en La Razón, 25-VII-2018