El R. W. Emerson
del ensayo «La historia», aquel que decía: «El estudioso ha de leer la historia
activamente, no pasivamente: debe entender que el texto equivale a su vida, de
la cual los libros son el comentario» parece encarnarse en el italiano Nicola
Chiaromonte (1905-1972). A partir de concienzudas lecturas de diversas cumbres
literarias del siglo XIX y comienzos del XX, este filósofo y crítico literario
que, tras participar en la lucha antifascista, se exilió en París, escribiría, cuestionando
el concepto de “progreso”, el que acabaría siendo su libro más destacado, “La
paradoja de la historia” (traducción de Eduardo Gil Bera), que se publicó en Londres
en 1970.
Chiaromonte
apela al socialismo en el primer párrafo de su ensayo, pues ciertas reflexiones
en torno a cómo la Primera Guerra Mundial arruinó lo que él llama “el esfuerzo
más vigoroso e intelectualmente fértil por promover la causa de la justicia y
la libertad en Europa” le empujaron a preguntarse cómo podía una idea ser
derrotada por un acontecimiento. (El propio autor abandonó su participación en
la Guerra Civil Española por discrepancias con los comunistas, y ya instalado
en Nueva York después de que Hitler invadiera Francia, se dedicó a escribir
sobre el socialismo libertario.) Desde esta premisa tan interesante y compleja
fue reflexionando con respecto a la fe en la Historia con mayúscula, asunto
clave en el Tolstói de “Guerra y paz”; algo que extendió a “El rojo y el
negro”, de Stendhal –ambas obras con el trasfondo napoleónico preponderante;
añadirá también a Victor Hugo–, a “El doctor Zhivago”, de Borís Pasternak –“los
bolcheviques accedieron al poder precisamente rechazando el socialismo
democrático”, afirma– o a las novelas de André Malraux.
Exploró así el
autor con ideas siempre estimulantes la relación entre la historia y el hombre
mediante obras narrativas, que son paradójicamente las que a veces pueden
mostrar con mayor objetividad la naturaleza real de los acontecimientos. No en
balde, el propósito de la gran ficción decimonónica “era ofrecer la historia
verdadera, más que la oficial, del individuo y la sociedad”. A este respecto,
cabe remarcar que Chiaromonte también se ocupa de analizar una obra ahora muy
olvidada, de Roger Martin du Gard, “Los Thibault”, que a sus ojos “es la última
gran novela clásica del siglo XIX”, pese a que abarque hasta el año 1918. Una
novela que inevitablemente bebe de Tolstói, que protagoniza las mejores páginas
de este libro en torno a la idea, que bien podría haber recogido de su admirado
Emerson, de que todo hombre puede vivir la historia al completo en su persona.
Publicado
en La Razón, 2-VIII-2018