sábado, 4 de agosto de 2018

Así se escribe el progreso


El R. W. Emerson del ensayo «La historia», aquel que decía: «El estudioso ha de leer la historia activamente, no pasivamente: debe entender que el texto equivale a su vida, de la cual los libros son el comentario» parece encarnarse en el italiano Nicola Chiaromonte (1905-1972). A partir de concienzudas lecturas de diversas cumbres literarias del siglo XIX y comienzos del XX, este filósofo y crítico literario que, tras participar en la lucha antifascista, se exilió en París, escribiría, cuestionando el concepto de “progreso”, el que acabaría siendo su libro más destacado, “La paradoja de la historia” (traducción de Eduardo Gil Bera), que se publicó en Londres en 1970.

Chiaromonte apela al socialismo en el primer párrafo de su ensayo, pues ciertas reflexiones en torno a cómo la Primera Guerra Mundial arruinó lo que él llama “el esfuerzo más vigoroso e intelectualmente fértil por promover la causa de la justicia y la libertad en Europa” le empujaron a preguntarse cómo podía una idea ser derrotada por un acontecimiento. (El propio autor abandonó su participación en la Guerra Civil Española por discrepancias con los comunistas, y ya instalado en Nueva York después de que Hitler invadiera Francia, se dedicó a escribir sobre el socialismo libertario.) Desde esta premisa tan interesante y compleja fue reflexionando con respecto a la fe en la Historia con mayúscula, asunto clave en el Tolstói de “Guerra y paz”; algo que extendió a “El rojo y el negro”, de Stendhal –ambas obras con el trasfondo napoleónico preponderante; añadirá también a Victor Hugo–, a “El doctor Zhivago”, de Borís Pasternak –“los bolcheviques accedieron al poder precisamente rechazando el socialismo democrático”, afirma– o a las novelas de André Malraux.

Exploró así el autor con ideas siempre estimulantes la relación entre la historia y el hombre mediante obras narrativas, que son paradójicamente las que a veces pueden mostrar con mayor objetividad la naturaleza real de los acontecimientos. No en balde, el propósito de la gran ficción decimonónica “era ofrecer la historia verdadera, más que la oficial, del individuo y la sociedad”. A este respecto, cabe remarcar que Chiaromonte también se ocupa de analizar una obra ahora muy olvidada, de Roger Martin du Gard, “Los Thibault”, que a sus ojos “es la última gran novela clásica del siglo XIX”, pese a que abarque hasta el año 1918. Una novela que inevitablemente bebe de Tolstói, que protagoniza las mejores páginas de este libro en torno a la idea, que bien podría haber recogido de su admirado Emerson, de que todo hombre puede vivir la historia al completo en su persona.

Publicado en La Razón, 2-VIII-2018