Hojeando y leyendo los pasajes que más me llaman la atención de La luz de la noche. Los grandes mitos en la Historia del mundo (en mi vieja edición de Seix Barral, 1997, no en esta reciente de Acantilado), me encuentro con un libro sobredimensionado por el prestigio del autor.
El gran sabio Pietro Citati, del que me he ocupado en la prensa por sus magníficas biografías de Kafka y Leopardi, y también por la de Katherine Mansfield, aunque este libro es bastante menos interesante que los anteriores (no reseñé sin embargo uno muy próximo, el breve La muerte de la mariposa. Zelda y Francis Scott Fitzgerald, 2017), surge dotado de conocimientos excelsos tanto como disperso y tedioso en muchas ocasiones.
A veces, prueba un estilo de egocentrismo intelectual en el que se pone enfrente como protagonista de opiniones y sensaciones. En especial, corro a leer el apartado dedicado a Montaigne, del que es casi imposible escribir sin ser iluminador, pero me encuentro con una de esas gilipolleces pedantes difíciles de digerir, cuando afirma que un amigo suyo solía leer los Ensayos en el campo en verano, en plan locus amoenus.
Bien. Citati entonces dice que tal amigo no tiene razón, que hay que leer a Montaigne en una biblioteca de los siglos XVI o XVII, y para redondear la ocurrencia, se pone místico hablando de cómo "las estanterías se elevan hacia el techo altísimo: alrededor, serpentean las galerías, suben, se insinúan", etc. En fin, cuánta tontería pretenciosa e intelectualista, qué poco demuestra saber de Montaigne en realidad.