En 1894, llega a París un sueco que
oye voces y chillidos a su alrededor: el químico y escritor August Strindberg,
quien se consagrará a la soledad, a la miseria, a una crisis que luego cobraría
forma de un libro titulado “Inferno”.
Así, sufriendo manías persecutorias, visiones y delirios, Strindberg transitó
las calles parisinas viendo señales en todas partes hasta convencerse de que la
muerte le perseguía, obsesionado por la telepatía y la brujería mientras
paseaba por los cementerios. Había debutado con éxito con la novela “El cuarto
rojo” a los treinta años, en 1879, y en aquella década de los años noventa
–pero cuándo no– buscaba alejarse de todo, incluso de la familia.
Este Strindberg celoso en lo
sentimental (se casó tres veces y sus relaciones fueron tormentosas) y atraído
por todo lo concerniente con lo ocultista y la brujería se concentra en la
novela corta, inédita hasta ahora en español y original de 1890, “Una bruja”,
que Hermida Editores saca a la luz el próximo mes de septiembre (traducción de
Elda García-Posada). En ella, conoceremos la vida, en pleno siglo XVII –momento
en que las leyes de Suecia dictaminaban la prohibición de ejecutar a las
consideradas brujas–, de Tekla Clement, nacida en el seno de una familia dentro
de una posada-burdel de Estocolmo. Es inevitable suponer que para sus
personajes femeninos el autor de “La señorita Julia” tuviera en mente a sus
parejas, en este caso, a Siri von Essen, la noble y actriz que se convertiría
en su esposa entre los años 1877-1891, como acababa de hacer en la novela «Alegato
de un loco», donde contaba sus tormentos matrimoniales.
Algún detalle al respecto, como la
alusión a un teatro y, sobre todo, a un desliz de infidelidad trufado de
desequilibrios nerviosos, da pistas sobre el trasfondo biográfico de
Strindberg, que además dota al relato de un fondo religioso. La formación católica
por parte de Tekla, que trabaja de sirvienta y a la vez no puede asimilar el
mensaje en la iglesia de que todos los seres humanos son iguales, se mezcla con
estados de trance y sueños románticos, y una actitud lunática se abre paso:
“Hallaba un recién descubierto placer en mortificar su cuerpo, mientras
contemplaba la vida que se extendía ante ella odiosa, como un hostil poder
oscuro que morara en su interior”. Al casarse con un hombre de la alta
sociedad, su existencia dará un giro absoluto en su confort, pero también la
pondrá a los pies de sus visiones de infancia, su demencia y el dictamen de los
que acabarán juzgando su comportamiento.
Publicado en La Razón, 30-VIII-2018