sábado, 20 de octubre de 2018

Entrevista capotiana a A. Sebastiani Verlezza

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alejandro Sebastiani Verlezza.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
A mí que me suelten en el sur de Italia, allá lo tengo todo: la buena comida, las callejuelas, las mujeres bonitas, los restos paganos, el mar, las canciones, la respiración del presente, el caos y la consciencia trágica necesaria para andar por la vida “sin poder salir”. Capito?
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a la gente que sabe de su lado animal, la forma de moverse de los pájaros y los perros, los loros, las guacamayas y sus canturreos acelerados, los gatos, las gatas; los pulpos (¡hola, Octavio!), los ciempiés que gozan en el giro, porque no pueden hacer otra cosa.
¿Es usted cruel?
¡Empezando por mí mismo! A veces con poca compasión. El ring diario: peleador, público y árbitro. Dale y dale: al mentón, al estómago, al hígado, un, dos, pá, pá, paj. Alguna vez se apaciguará. De hecho, lo hace, lo hace, poco a poco, pianissimo, ahí va.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La nobleza, la belleza, el buen corazón, la justeza, la solidaridad, la verdad por la calle del medio, siempre, aunque duela. Por eso son siempre pocos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Sería extraño y hasta ingenuo pretender que nunca ocurran los desencuentros, los momentos de discordia y pesar. Me los han provocado y seguro que los provoco. Pero si se impone la sinceridad todo avanza y si hay de veras amistad entonces toca saber que las cosas son como vienen y no siempre como uno quiere. Equilibrismos. A veces sencillamente toca decir: ¡al carajo!
¿Es usted una persona sincera? 
Lo soy. Y cuando trato de no serlo, se me nota en el rostro, los gestos. Puede ser un problema, créeme, puede ser una salvación. La máscara se me tambalea, por suerte. Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Tengo muy poco tiempo libre, cada vez menos, pero me gusta mucho caminar y caminar. Suelo detenerme en una avenida que está muy cerca de donde vivo y me quedo observando su movimiento, sobre todo por las noches. Eso.
¿Qué le da más miedo?
Las dictaduras, los gobiernos que pretenden alterar los recuerdos y los hábitos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
¡Las dictaduras, los gobiernos que pretenden alterar los recuerdos y los hábitos, las colas para comprar el pan, la (hiper)inflación, la pobreza, la miseria, la gente revolviendo las bolsas de basura, la corrupción, el uso ideológico del carnet, todo el mal regado por cada rincón del atribulado país donde vivo, dominado por el impulso desorbitante de la destrucción que llevan adelante los agentes del Caos!
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Quizás médico, quizás antropólogo, quizás un sencillo hombre del mar y el campo, un arreador de bestias.  
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar y caminar.
¿Sabe cocinar?
¡Claro! Desde pequeño.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Pienso en cinco personas. La primera: mi madre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La palabra deriva, la palabra presente.
¿Y la más peligrosa?
Gulag.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¡Para qué! Que baile el dios.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Aquello de Keats: que la belleza sea la verdad y la verdad la belleza.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
¡Mago, médico, escultor, geólogo, oceanógrafo, viajero, sobre todo viajero!
¿Cuáles son sus vicios principales?
Puedo tener la lengua muy pesada. Ya con tener a raya ese vicio tengo para ocuparme media vida. Si te refieres a los tragos, el tabaco, la lotería, son caramelitos ocasionales; si te refieres a las drogas duras, no me interesan, con las que tengo dentro de mí mismo ya tengo suficiente.
¿Y sus virtudes?
Como dice el letrero aquel: “SE BUSCA”.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
¡Ya me ha pasado! No hay tiempo de ver mucho. El agua se te mete por todas las esquinas y no sabes nada, hasta que otra mano te saca del trance y respiras. Todo se apaga. Y luego, por suerte, abres los ojos. Y constatas el mundo de nuevo, avergonzado, con un poco de tos y un ardor que cruza desde los ojos hasta la garganta, algo así como volver a nacer. Bonitas “imágenes”, ¿no?
T. M.