En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Susana Cella.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Buenos
Aires, mi ciudad natal. Desde ese hecho inaugural, mi nacimiento, todo aquello
que considero lo más raigal, significativo, ineludible, me ocurrió en Buenos
Aires. Es la matriz de mi lengua, de mis fervores, angustias, odios y amores,
la habito siempre, donde sea que me hayan llevado los caminos, tanto en el
interior de mi patria como en otros sitios. De ahí que suscriba aquella frase
de Borges: “Yo he estado y estaré siempre en Buenos Aires”. Ese “he estado” de
Borges para mí alude –y creo que para él también- no a un pretérito sino más
bien a un presente perfecto, el pasado que se enlaza con el presente y ese
presente involucra un destino, futuridad que halla su certeza en la extensión del
presente.
¿Prefiere los animales a la gente?
No,
prefiero a la gente. Recordé aquella frase que le fue adjudicada a varios
personajes, la que decía “cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi
perro”. En absoluto concuerdo, más bien me afilio a esa otra, atribuida a Publio
Terencio Africano: “Homo sum, humani nihil a me alienum
puto”, que significa: “Soy un hombre, pienso
que nada de lo humano me es ajeno". Desde luego eso de
“hombre” no refiere a género sexual, sino a la condición de ser humano, desde
ella siento y pienso y así afirmo que todo lo que tiene que ver con la
humanidad me concierne. También recuerdo aquellas palabras de una meditación de
John Donne (que Ernest Heminway rescató para una de sus novelas, Por
quién doblan las campanas): “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
¿Es usted cruel?
En mis
fantasías apenas puedo imaginar crueldades, apenas y leves. En mis actos nada
tiene que ver con la crueldad, me repugna, me parece una degradación, aún si
pienso en las crueldades simbólicas, las de despreciar al otro, la de colocarlo
en un lugar inferior por conveniencias o creencias. Y si alguna crueldad
simbólica ejerzo, como un insulto, un desaire o un gesto despectivo (muchas
veces inconsciente), me desprecio a mí misma por caer en esa lógica. No podría
infligir daño a nadie, más bien me afinco a poner límites a la impunidad ante
actos crueles que hubieran cometido. Podría pensar en que alguna crueldad anida
en mis ironías, por tanto es una crueldad limitada, sólo entiende la ironía
quien conoce aquello que se está ironizando. Creo que sí debo cuidar que mi
tendencia al desprecio no se convierta en crueldad.
¿Tiene muchos amigos?
Si pienso en la
amistad como una relación cercana, afectiva, empática, de valores y
experiencias compartidas, podría contabilizar amigos y amigas que se sucedieron
en el tiempo y con eso distinguir cómo es la amistad según el momento en que se
acontece. Así pienso en aquellas amistades de la adolescencia, donde hay
exploraciones, expectativas y travesuras, muy íntimas y empáticas, muy cercanas
y cotidianas y con todo el tiempo del mundo imaginariamente pensado para
concebir una eterna amistad. Las que se arman por ejemplo con una compañera o
compañero de estudios, con alguien vecino. El tiempo de esas amistades cesa
cuando indefectiblemente cada amiga o amigo y uno mismo comienza a diversificar
su vida, entabla nuevas relaciones y aparece la conciencia de la finitud. El
tiempo dedicado a las confidencias y juegos cede no solamente porque cada amigo
o amiga entra en un ritmo particular de trabajo o estudio sino también porque
aparecen otras personas, amigos posibles o no. Y aparecen también las
relaciones de pareja que involucran un cambio. En el transcurso de los años,
intervienen muchas cosas deshacen la fulguración de la amistad adolescente. En
cuanto a mi experiencia, he disfrutado y padecido eso que llamé amistad
adolescente, luego surgieron amistades diversas, siempre tuvieron que ver con
algo razones, sentimientos similares, y desde luego estuvieron las causales de
separación, la distancia, el trabajo, los senderos seguidos por cada quien. A
veces pude disfrutar y disfruto de la felicidad del reencuentro o de una
soterrada amistad que se preservó, en otros casos la separación fue definitiva
(elegida por el amigo o la amiga o por mí). Tuve amigas y amigos, y tengo. Y
pienso en la felicidad de aquellos amigos y amigas que perduran, como también
pienso en el destino que me separó de otros. No podría decir, según lo que
pienso que es la amistad, no una simple coincidencia, sino algo más íntimo y
fuerte, que tengo o he tenido muchos amigos, sí, desde luego relaciones de
compañerismo. Pero eso que nos hace pensar en el amigo o la amiga como alguien
con quien se comparten felicidades, desdichas, sentimientos, no puede, me
parece sino estar acotado a un número reducido de gente, digo, la fuerte
empatía que hace que a uno la reconforte tener amistades duraderas, que han
seguido y siguen, aun cuando de pronto haya lapsos en que no nos veamos o
comuniquemos. Ahí están, fieles amistades. Pocas pero buenas, porque no me
interesa tanto la cantidad como la calidad de tal relación.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La franqueza, la
lealtad, el fondo mismo de las congruencias que sueldan una relación. La
posibilidad de saber que con ellos o ellas uno cuenta, y que también uno cuenta
para ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Alguna
decepción he tenido, pero no es una constante, por lo mismo que decía antes de
eso que hace a la amistad una relación duradera. Todos vamos haciendo nuestros
caminos, nuestras elecciones, optamos por fervores que de pronto no
compartimos. Más que hablar de decepción, prefiero pensar en que las relaciones
humanas son diversas y cambiantes, sólo en algún caso muy puntual me vi
decepcionada por quienes consideré amigos. Sí he tenido decepciones respecto de
gente que consideré cercana y “amigable”, pero bueno, esto no cuenta si
hablamos de amistad.
¿Es usted una persona sincera?
Uno de los
rasgos que más detesto en las conductas de la gente es la hipocresía. En ese
sentido soy sincera, mi sinceridad además suele manifestarse,
inconscientemente, en los gestos que surgen –me lo han dicho- sin que yo lo
registrara conscientemente, ante una mentira, una impostura, algo que yo
rechazara. De ahí deduzco una sinceridad que a veces no tengo en las palabras,
digo, me sería difícil enrostrarle a alguien a boca de jarro que es un fatuo,
un mentiroso o cosas similares. Supongo que se lo hago saber por mis
expresiones no habladas.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
El tiempo libre es
para mí casi una utopía. Sin embargo puedo decir que si me remito a momentos en
los cuales puedo tener lapsos para hacer lo que me gusta más, lo que puedo
disponer o se me impone para que el deseo de bienestar surja, son aquellos en
que leo, tratando de recuperar, sin que me importe otra cosa, ese placer de la
infancia cuando me adentraba en alguna novela, o en un filme. Y aquellos
momentos en que, como decía José Martí, “cuando poesía en tu seno descansar me
es dado”, o sea, cuando todo lo demás cede ante el deseo irrefrenable de
escribir, sin excusas, sin dilaciones, sumamente imperativo. Por suerte no he
perdido esto, aun cuando acechen las tareas y responsabilidades varias. Debo
agregar otra actividad, nadar y tomar sol.
¿Qué le da más miedo?
La
represión, las bárbaras acometidas contra la gente. La tortura.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Me escandaliza el
uso discrecional de la fuerza, el avasallamiento a los débiles. Las explícitas e
implícitas declaraciones contra los más elementales derechos humanos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa,
¿qué habría hecho?
Supongo
que decir que me habría gustado ser actriz no responde, porque se trata ahí
también de una vida creativa. Pienso, y no se me ocurre otra cosa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Natación,
es maravilloso para mí moverse en el agua, mirar por debajo de la superficie.
¿Sabe cocinar?
No, pero quisiera hacer una distinción entre “cocinar”
y “hacer la comida” donde cocinar sería dedicar un tiempo a elaborar un plato o
un menú, sin que haya otras cosas entre medio, apuros, tareas. Sería algo que
se hace con tiempo y dedicación. En cambio “hacer la comida” es la tarea
cotidiana de presentar un alimento en la mesa familiar, hecho entre medio de
obligaciones, a la salida del trabajo, como una más de las tareas a cumplir diaria
y rutinariamente. Cocinar sería más bien lo excepcional. Sin embargo, admiro
esa cualidad de quienes saben conjugar el cocinar con hacer la comida, y tengo
el ejemplo más cercano en mi mamá, que, para mí mágicamente, puede producir un
exquisito menú con pocos elementos, sabiendo condimentar, combinar, sacar a
punto lo que sea que haya usado para “hacer la comida”.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No fácil, porque tengo varios personajes
inolvidables. Aquí se me presenta la cuestión de si hablar de personajes en
sentido literario o personajes como personas a las que he constituido como mis
entrañables afectos. No sé qué pide el Reader´s
Digest, esa publicación para mí es una remota referencia que me remonta a
la infancia porque mi papá la compraba, luego no me quedaron más que recuerdos
borrosos de ella, como las “citas citables”. Por tanto para hablar de
“personajes inolvidables” hablaría de “personas” cuyo recuerdo me acecha
diariamente y de los “personajes” en cuanto a seres puramente ficcionales. En
el primer caso nombraría a mi hermanita María y a mi maestro Nicolás Rosa. Si
pensara en personajes de notoriedad pública podría mencionar a Pier Paolo
Pasolini, y más, en cuanto a personajes literarios, creo que elegiría a Quentin
Compson de William Faulkner.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, aun
cuando he deseado o deseo algunas veces que alguna gente dejara de consumir el
oxígeno del planeta, pero no por mis manos. Sí me sucede llorar las partidas de
seres valiosos y queridos y pensar en la injusticia de que ellos no estén y
otros sigan haciendo maldades por el mundo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
¿Puedo
citar de nuevo a José Martí: “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte
echar? Básicamente en el mandamiento del amor se cifra toda adscripción,
elección, tendencia.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cantante
lírica o pianista, toda una utopía para mí.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Si tengo
principales, se supone que tengo otros secundarios. Difícil responder en cuanto
a los principales, me pongo a pensar para definirlos entre los pecados
capitales, y ahí mencionaría la ira y la soberbia, lo que me ubica bastante
debajo de los círculos infernales, y tan soberbia soy que de algún modo me
alegra, no me gustaría figurar en los pecadillos de la gula o la lujuria. Claro
que tampoco en el fondo más fondo, donde anida la traición.
¿Y sus virtudes?
Que no me sea
indiferente el sufrimiento del semejante.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un silo de cemento,
una rueda, un alambre tejido, una venda tapándome la boca, un camino lindo con
flores, una canción amada, todo eso junto o no. Por otra parte no sé cuál sería
el esquema clásico.
T. M.