lunes, 8 de octubre de 2018

José Lezama Lima: el Gordo Cósmico


Ernesto Fundora dirige «Lezama Lima: soltar la lengua», el primer largometraje centrado en la figura precursora del «boom» latinoamericano, en el que además de repasar su vida y obra, se adentra en los «celos», explica, que llevó a Castro a marginar al autor, junto a otros muchos.

En 1980, Julio Cortázar está dando unas clases de literatura en la Universidad de Berkeley. Le han contratado para dos meses para que reflexione sobre su propia obra y se adentre en multitud de asuntos literarios más. Entonces, en un momento dado, un alumno alude a un personaje de la novela “Paradiso”, de José Lezama Lima, que aparece en el libro de Cortázar “La vuelta al día en ochenta mundos”, con el pretexto de hablar del uso lúdico del lenguaje. La contestación es esta: “Podría hablar sobre Lezama Lima, pero me llevaría varios días”. Y esa es justamente la impresión que a uno lo asalta cuando viaja por Cuba y comprueba cómo este escritor, paradigma del barroquismo, está en el imaginario de la intelectualidad del país y cómo aún se le idolatra.

Ya por las fechas de la Revolución cubana, Lezama era ya un autor de prestigio, todo lo cual no impidió que se le acabara ninguneando, sobre todo a medida que el Gobierno iba endureciendo sus prácticas dirigidas a la población y el idealismo político se iba convirtiendo en pensamiento ideológico único que se había de imponer. De hecho, en la década de los setenta, momento en que se doblegó la decisión de represaliar a los artistas rebeldes, Lezama tuvo la fortuna de no ser encerrado en un campo de concentración como otros homosexuales, pero sí quedó enclaustrado en su casa de La Habana Vieja, afectado además por el asma, para lo cual la familia no conseguía medicación.

Cortázar y él se hicieron amigos íntimos, y en aquella aula californiana el autor de “Rayuela” explicó que lo llamaba “el Gordo Cósmico”, porque “su mundo es un mundo que abarca el cosmos, no sólo la realidad inmediata”. Tal alias despertaba la hilaridad del hermético poeta, que hablaba del mismo modo en que escribía, inventando metáforas sorprendentes o del todo herméticas. Por eso su literatura fue honesta con su persona y no tenía nada del artificio del que se le acusó, y hasta, contaba el argentino en clase, podía hablarle al policía de la esquina y no tardar en citar a Heráclito o Voltaire. Tan ensimismado con su propio lenguaje se mostraba, y tan discreto era, que no se inmutó cuando retiraron “Paradiso” por ser tildado de pornográfico (hay un capítulo de tinte homoerótico); pero también se cuenta que le preguntaron a Fidel sobre ello y, al decir que no entendía el libro y que seguro que no podría ser antirrevolucionario, la novela volvió a ponerse a la venta.

Publicado en La Razón, 30-IX-2018