No incurriremos en desvelar nada que sea clave para estropear la lectura a quien se adentre en el último premio Planeta si citamos la frase “Roma no es sitio seguro para nadie”, de la página 174. Ese es el quid de la cuestión a lo largo de “Yo, Julia”, del exitoso narrador de novela histórica Santiago Posteguillo, que tras dos monumentales trilogías dedicadas a Escipión el Africano y Trajano, dedica su última obra a la figura de Julia Domna. De diversas maneras, esta está presentada como la emperatriz más poderosa de la antigua Roma (en concreto, en el siglo II después de Cristo), a la sazón esposa de Septimio Severo, gobernador de Panonia Superior, un área dominada por el Imperio romano que hoy abarcaría territorios que son parte de Austria, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia y Hungría, y cuya capital era Carnuntum.
Esos recodos fronterizos y lejanos, y el hecho de atar en corto desde Roma a cada uno de los gobernadores que controlan tales áreas controlando a sus propias familias, devienen asuntos trascendentes en la novela, pues no en balde el césar de turno alcanzará el poder sintiendo en sus carnes que ser tan poderoso es una diana para la traición, cuando no para el asesinato directamente. Lo mejor de una novela de estas características, aparte de que urda una trama clara y entretenida, es que el escritor, adentrándose en ficciones que busquen trasfondos de época en pos de abrir a los lectores a los encantos y misterios de una sociedad pretérita, se dé licencias históricas mínimas, pues lo ficticio –se demuestra en tantos relatos de este tipo por parte de escritores que no conocen en verdad los acontecimientos históricos y pese a ello obtienen una gran fama– lo acepta todo: datos inexactos, caracterizaciones libres de personajes conocidos, etc.
A este respecto, Posteguillo siempre es una garantía de certidumbre y respeto frente a lo que decide llevar a la literatura: filólogo y lingüística, trabaja como profesor de literatura inglesa en la Universidad de Valencia y es un experto en la época isabelina. No extraña, pues, que para él el rigor de los datos históricos y las diferentes lenguas que se emplearon en los contextos que presenta tengan un peso importante. Por ejemplo, si uno abría la tercera entrega de su trilogía sobre el emperador Trajano, “La legión perdida”, se veían glosarios de latín, sánscrito y chino, un aparato bibliográfico y mapas y diagramas de diferentes batallas para, como reza el dicho clásico, instruir deleitando. Con “Yo, Julia” sucede lo mismo, con unos apéndices que, lejos de ser un añadido baladí al texto, constituyen un complemento adecuado para acabar disfrutando de una manera integral de un argumento que no puede empezar con más fuerza: con un incendio en la Roma que gobierna, de forma demente, Cómodo, infame y caprichoso ser, más si cabe al contrastarlo con su gran padre, Marco Aurelio; un inicio en que vemos cómo Galeno se lamenta por haber perdido manuscritos de inapreciable valor.
Galeno como hilo conductor
Justamente, el célebre médico griego de la familia imperial es el que comienza teniendo el mando narrativo de la obra, destacando “la capacidad de sobrevivir de Julia en medio del peor de los mundos”. Irá apareciendo así una mujer de belleza hipnótica y exótica –natural de Emesa, actual ciudad siria de Homs–, dardo literal para un Cómodo infantil y violento cuyos días están contados, y destinada a ser fundamental en el devenir del imperio. Y es que un horóscopo le había vaticinado que se casaría con un hombre que llegaría a ser emperador. Es una elección esta muy audaz, ya que Julia Domna apenas ha sido tratada literariamente; el propio Posteguillo alude a la única obra (teatral en verso, para más señas) que descubrió sobre ella, de 1903, en Cambridge, y hace que Galeno avance que “tuvo enemigos formidables, oponentes mortíferos” en pos de “entender con precisión quién, de verdad, fue la persona a la que tanto mal intentaron hacer estos”.
La obra se estructura en cinco secciones ajustándose a los cinco principales enemigos de un personaje que surge sin cesar –a veces de modo harto hiperbólico, como la pasión, algo redundante y lineal, que siente Septimio por ella– con unas virtudes físicas y amatorias, con una valentía e inteligencia extraordinarias: nada menos que cinco emperadores, el mencionado Cómodo, Pértinax, Juliano, Nigro y Albino. Como se sabe, Pértinax es asesinado, constatando que el máximo poder no sale gratis, y con Septimio empezará una nueva estirpe de emperadores, en buen grado gracias al concurso de Julia, que con esta novela sale rotundamente del casi anonimato al que la habían arrinconado los estudios históricos; y es que ha tenido que sufrir el doble prejuicio y ataque, por su procedencia extranjera y por ser mujer, como recalca Posteguillo en un epílogo en que, ciertamente, se atestigua que esta ficción está asentada de forma sobresaliente en sucesos y personajes contrastados.
Publicado en La Razón, 15-XI-2018