En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rafael Romero Rico.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si tengo que vivir en un lugar, por hermoso que sea, del que no puedo escapar aunque sea por unas horas, tras pasar un tiempo quizás me quitaría la vida.
¿Prefiere los animales a la gente?
Las personas son animales adiestrados en humanidad, por tanto son la misma cosa y por igual les prefiero.
¿Es usted cruel?
Mi motor es ayudar, pero podría ser cruel, mucho supongo, aunque no veo motivo para dar salida a esa parte de mí.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo exactamente los que quiero tener.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad, espontaneidad, originalidad, y en definitiva, sentirme igual que cuando tenía trece años y quedaba con la pandilla.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Cuando era joven más, por suerte mi tolerancia goza de bastante buena salud. Es necesario para atemperar mis altos niveles de exigencia.
¿Es usted una persona sincera?
Bastante, si no lo soy más es porque el de en frente no esté preparado para escuchar, no porque yo no quiera contar. Eso no significa que cuente todo, ni de cualquier manera.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Familia, deporte, amigos, lectura, viajes, escritura…, nada reseñable que aportar. Más o menos todos deseamos lo mismo, la variabilidad la encontramos en el tiempo que le dedicamos.
¿Qué le da más miedo?
A veces cometo el error de pararme a pensar qué es esto de la vida, y cómo es lógico me pierdo entre tanta curva. Aunque lo que más miedo me da es que se pierdan mis seres queridos, y que no sepa dónde poderles encontrar.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Nada. Quizás la monotonía. Sí, lo único que me escandaliza es la ausencia de escándalo, de jolgorio y novedad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
El niño que llevo dentro lo tiene claro. Bombero, a poder ser, de montaña.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
La mayoría relacionado con la montaña. También corro por disciplina, como un complemento para cualquier deporte, pero correr me parece una idiotez.
¿Sabe cocinar?
Freír unos filetes y un revuelto de huevo con jamón y queso sobre una rebanada de pan. Ah, también sé abrir la puerta del microondas, aunque no estoy seguro de saber dar con el botón para descongelar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin duda lo haría sobre la cajera del Carrefur, un taxista o el portero de mi edificio. Las personas más inolvidables son aquellas que caminan sin llamar la atención con una historia preciosa escondida en su sorda anonimidad.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hijos.
¿Y la más peligrosa?
Aburrimiento. De él salen los grandes avances de la sociedad, cierto, pero también de él las mayores desgracias.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Durante muy poco tiempo, ¿dos minutos? Yo creo que menos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No las tengo claras. No me escaqueo, es que es un asunto que me sobrepasa. Soy un manojo de incongruencias. Tengo cabeza de derechas y corazón de izquierdas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Estoy bien como estoy, gracias.
¿Cuáles son sus vicios principales?
En verdad no tengo grandes vicios ni muy inconfesables, por decir uno, el inconformismo. Quizás también tenga el vicio de vivir. No, no es broma, estar demasiado enganchado a la vida es una dulce putada.
¿Y sus virtudes?
Ser un yonki de la vida, y animar al resto de personas a consumirla con medido desenfreno. ¿Medido desenfreno? No, no son dos cualidades incompatibles, sólo hay que tirar de la mayor de las virtudes: equilibrio.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
“Me cago en todo, como coja al responsable le voy a coger de las pelotas hasta quedarme con ellas en la mano”. Luego, supongo que sobrevendría la calma, la inevitable aceptación del destino, y me acordaría de mis seres queridos y las mil y una batallas que he vivido.
T. M.