En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Cristian Crusat.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Iba a contestar que cualquiera cerca del mar, pero me he acordado de La ilusión monarca, de Marcelo Cohen, y ya no lo tengo tan claro. De todas formas, creo que
me conformaría con alguna de las siguientes opciones: el hotel Brighton de
Valparaíso, una buhardilla frente al Singel en Amsterdam o, por pedir, entre
las bóvedas y arquerías de la memoria de Crates de Tebas.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero la gente, sin duda. Gente como Henry Molise (el narrador de Mi perro Idiota, de John Fante), capaz de descubrir nuevas facetas de la existencia
gracias a un animal.
¿Es usted cruel?
Pero no practico.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes como para organizar fiestas que no acaban nunca.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ingenio, audacia,
sentido del humor, autenticidad, cariño.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. A los amigos se les quiere por muchas razones, no para que sean como
nosotros queramos.
¿Es usted una persona sincera?
Obviamente no (he publicado varios libros).
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo. Leyendo y escuchando música. Acompañando a mi hijo a los museos
Smithsonian. Yendo a la playa con mi mujer y mi hijo. Riéndome mucho con mis
amigos. Corrigiendo hasta muy tarde, demasiado tarde.
¿Qué le da más miedo?
Aquello de lo que no quiero hablar.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
El crecimiento personal. La frase “Sé tú mismo”.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Prácticamente lo mismo, pero más angustiado.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Jugar y pasear con mi hijo.
¿Sabe cocinar?
Sí, pero me aburre.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Diógenes de Sinope.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Hola.
¿Y la más peligrosa?
La que sabíamos que, tarde o temprano, íbamos a escuchar.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En general, las ideas que Tony Judt solía relacionar con la
socialdemocracia.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Delegado de campo. Con brazalete y todo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El autoexamen individual
a deshoras y el regaliz.
¿Y sus virtudes?
La discreción, tal
vez.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Lo ignoro. Cuando
tenía veintidós años estaba seguro de que moriría al volante de una furgoneta
de reparto de bebidas mientras un señor cubano, en el asiento de al lado, me
gritaría: “¿Qué pasó, chico, pero qué paso?”. Por suerte, lo superé. De lo
único que estoy seguro ahora es de que esas últimas imágenes no atenderían a ningún
esquema clásico.
T. M.