miércoles, 24 de abril de 2019

Entrevista capotiana a Miguel Ángel Herranz


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Ángel Herranz.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Hace unos años hubiese contestado que, bajo esas condiciones, ninguno. Hoy cambié de parecer y la falta de libertad ambulatoria ya no me resulta tan trágica. Así pues, como lugar físico: una cabaña en las Orcadas. Y como lugar metafísico: en la cabeza de Michael Ende.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de la circunstancia, pero tiendo más a relacionarme con los animales de mi especie.
¿Es usted cruel?
No. No al menos de un modo deliberado y consciente. Aunque la historia ha demostrado que la crueldad solo se pone a prueba en la circunstancia, no obstante, tengo la firme convicción e intención de no serlo.
¿Tiene muchos amigos?
No. Aunque los adverbios de cantidad son muy relativos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Las mismas que en mis enemigos, que sean libres para ir y venir.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, soy tremendamente afortunado. Mi naturaleza un tanto huraña hace que, con seguridad, los haya decepcionado yo más.
¿Es usted una persona sincera?
Trato de serlo, pero no siempre lo consigo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con la gente que quiero, leyendo, en la naturaleza (por ese orden). Aunque no es un listado de númerus clausus y cabrían más opciones.
¿Qué le da más miedo?
La cerrazón y el odio visceral.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El miedo y el escándalo, en mi caso, van de la mano.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Arreglar relojes mecánicos (hay más creatividad es ese oficio de la que podría parecer a simple vista). 
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar (si puedo por la montaña).
¿Sabe cocinar?
Dando un sentido legítimo al verbo, no.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Más que escribirlo (tarea que a todas luces me quedaría grande) me gustaría pasar un tiempo con Miguel Delibes, María Dolores Pradera, Einstein, Diane Fossey... en fin, podría estar unos meses sacando nombres. Hay muchísimas personas con las que me gustaría charlar en profundidad, semblar su figura se lo dejaría a quien sepa tallar adecuadamente el molde en bruto.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Ignorancia (deliberada).
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
A mí mismo (en sentido figurado). Y como impulso inmediato a personas que han infligido daño de un modo salvaje y desproporcionado. Aunque luego se me pasa, creo en el perdón por encima de la razón.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Tiendo a cota media, ligeramente escorado a la izquierda, si de categorías tradicionales hablamos. Defiendo la existencia de un estado que intervenga como sujeto activo para paliar las desigualdades, creo la redistribución de las rentas, en el valor de lo público, la libertad individual, la cesión de soberanía, el imperio de la ley, la división de poderes... Vamos, un socialdemócrata de libro. Arraigado, sin embargo, en los principios del humanismo cristiano y con cierta tendencia al pesimismo institucional. Como ve, me resulta casi imposible afiliarme a ningún partido del arco parlamentario actual, aunque como decía Wislawa, considero la actividad política como un oficio capital: casi todas nuestras acciones tienen significación y traducción política.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Estoy bien como estoy, siguiendo la tradición anglosajona de identificar el ser con el estar. 
¿Cuáles son sus vicios principales?
El tabaco. Sin duda este es un vicio pernicioso del que no logro desprenderme por completo, a pesar de que ya ni siquiera le veo el punto canalla... Es solo una adicción sin romanticismo alguno.
¿Y sus virtudes?
Empatía y constancia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
En primer lugar, para dar la razón a Darwin, trataría por todos los medios de ponerme a salvo (esto deja poco espacio a la imaginación) y si ya no me cupieran más opciones pues supongo que vendrían "los míos": Lucía, mis hijos...
T. M.