jueves, 4 de julio de 2019

Aquella era dorada del periodismo


Con ochenta años, Seymour M. Hersh se puso a escribir sus memorias. Tenía mucho que contar. En eso, seguramente no hay periodista que le haya hecho sombra en las últimas cinco décadas, prácticamente, tal es su nivel de implicación y profesionalidad en cada uno de los asuntos –siempre los más importantes a escala global, además– que quiso atender, relacionados sobre todo con la política exterior norteamericana. Esta autobiografía, ya avanzamos que texto ineludible para cualquier facultad de Periodismo del mundo a partir de ahora mismo, se subtitula, absurdamente, “Memorias del último gran periodista americano” (traducción de Juanjo Estrella), pero, claro está, el propio autor no puso eso en su propio libro, que se tituló simplemente “Reporter” y se publicó en Estados Unidos el año pasado.

La contundencia de esa palabra es absoluta, pues lo que se entendió ayer por reporterismo está muy lejos de lo que puede suceder en nuestra época. Él mismo habla de que es un superviviente de la era dorada del periodismo, “ese tiempo en que los que trabajábamos en prensa escrita no teníamos que competir con canales de noticias de 24 horas, en que los periódicos nadaban en la abundancia gracias a los ingresos por publicidad y anuncios clasificados, en que yo tenía libertad para viajar adonde quisiera, cuando quisiera, por las razones que me parecieran oportunas”. Por todo ello, su voz y experiencia valen oro en una época, la nuestra, en que la urgencia y la falta de profundidad investigadora ante el alud de medios noticiosos, nos hace imposible concebir una frase genial que un día le dijeron a Hersh: si tu madre te dice que te quiere, contrástalo.

Hasta el 11-S

Con ese lema grabado en la frente, Hersh nos cuenta sus modestos inicios profesionales en Chicago, y cómo se fue interesando por cuestionar la verdad oficial que se daba desde el Gobierno estadounidense para descubrir lo que se ocultaba, en especial alrededor de las barbaridades cometidas en Vietman, con bombardeos sobre civiles. Un tipo de noticias, como la perpetrada en Hanói, que era desmentida por el Pentágono pero que Hersh ayudó a desmontar con una valentía y determinación ejemplares, mediante entrevistas, viajes y artículos. Y así fue su “modus operandi”: informarse lo máximo para escudriñar la verdad desde las páginas del “New York Times” y el “New Yorker”: en lo referente al escándalo del Watergate, a las intervenciones de su país en lugares como Chile, Cuba o Panamá; cerca de varios políticos determinantes detrás en cada uno de los contextos, como Kennedy, Nixon y Kissinger. Y así hasta asuntos que aún colean, como las decisiones tomadas por Dick Cheney y Bush hijo tras los atentados terroristas del año 2001, sobre lo que habló sin tapujos, afirmando que ni siquiera la muerte de Bin Laden aconteció según lo contado, o al revelar el caso de una serie de torturas contra iraquíes, haciendo responsable a Donald Rumsfeld y la Casa Blanca.

Publicado en La Razón, 27-VI-2019