miércoles, 2 de octubre de 2019

Entrevista capotiana a Agustina Rimondi


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Agustina Rimondi.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una buena biblioteca (con sus múltiples materiales, sus carteles de «silencio» y su maquinita de café).
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero la hibridez y asumir el «solapamiento entre lo humano y lo animal» (en palabras de Simon Critchley, (2010): Sobre el humor, trad. Antonio Lastra, Torrelavega, Cantabria, Quálea).
¿Es usted cruel?
Procuro no serlo (a no ser que las circunstancias me obliguen).
¿Tiene muchos amigos?
No sé si son muchos o pocos. Pero son verdaderos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que no sean imaginarios.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Los verdaderos amigos nunca decepcionan. Los falsos, siempre. Y con los imaginarios la decepción es recíproca.
¿Es usted una persona sincera? 
Intento que la práctica de la sinceridad no se convierta en algo extremista. Prefiero matizarla con diplomacia y nobleza, para no cometer sincericidios ni sincerinatos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Si lo ocupase, ya no sería libre.
¿Qué le da más miedo?
Uno siempre tiene mieditos y pequeñas fobias que de vez en cuando enfrenta para sentirse valiente. Pero al mayor de mis terrores, aquello que me llevaría a la locura, ni siquiera me atrevo a nombrarlo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Más que escandalizarme, me indigna la corrección política extremista y su deriva hacia la caza de brujas. Corremos el riesgo de convertirnos en unos memos a fuerza de autocensura.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Probablemente sería abogada. Y esa profesión también requiere un dominio de la lengua escrita y creatividad para desarrollar los argumentos.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Paseo en bicicleta.
¿Sabe cocinar?
Sí. Desde los once años.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Elegiría a mi madre y a mi padre. Fueron personas extraordinarias.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Creo que hay muchas, pero me decanto por «resiste».
¿Y la más peligrosa?
Cualquiera. Depende de las oscuras intenciones de quien la utilice.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Por suerte, nunca me encontré en esa situación. No sé qué haría en defensa propia o de mis seres queridos. Y preferiría seguir sin averiguarlo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No acato siglas ni inclinaciones. Intento huir de los prejuicios mediante la capacidad de reflexión.  Me gusta escuchar abiertamente todas las propuestas y trato de votar a quien me parece más honesto. En cualquier caso, prefiero los estadistas a los caciques.  
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Notaria o, en su defecto, vedete.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Rumiar el pasado. El resto, inconfesable.
¿Y sus virtudes?
Soy confiable y procuro ser optimista.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Depende del momento en que eso ocurra. Supongo que pasaré del terror a la aceptación conforme me acerque a la vejez. Tal vez ahí sí tenga la templanza para repasar los momentos trascendentales: el nacimiento de mis hijos, la muerte de mis padres, la infancia feliz junto a mi hermana, el primer beso con mi marido (si la memoria no me falla)...
T. M.