En 1972, Truman Capote publicó un original
texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato»
(en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo
con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Pilar Méndez Jiménez.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una biblioteca, allí no hay muros y las posibilidades de
aprendizaje son infinitas. En una
biblioteca el tiempo desaparecería. Todo está en los libros.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de la persona y depende del animal: si tengo que
elegir entre salvar a Hitler o a Stalin y salvar a un perro, elijo al perro.
Pero si tengo que elegir entre salvar a un bebé desconocido o salvar a mi
perro, elijo al bebé desconocido. Los primeros no estarían de acuerdo con mi
decisión, pero el perro sí.
¿Es usted cruel?
No, es una pérdida de tiempo.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo muchos conocidos, amigos los precisos. De cada etapa
de mi vida, de cada destino profesional fuera de España hay al menos uno (a
veces varios) que supera la prueba del tiempo y la distancia. Es una gran alegría
reencontrarnos periódicamente.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Aceptación, que no te pidan ser de otra manera a cómo eres.
Y en los mejores amigos, lealtad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, si lo hicieran yo no estaría siendo buena amiga con
ellos. La amistad debe estar hecha de libertad.
¿Es usted una persona sincera?
Posiblemente demasiado. Soy una gran defensora de lo que doy
en llamar la «diplomacia directa»: ahorra tiempo, malentendidos y es,
simplemente, más honesto. En todo caso, con los años, he aprendido a encontrar
la justa medida: la sinceridad sin caridad puede derivar en crueldad. Una vez
una persona condenada a cadena perpetua en otro país y en prisión desde hacía
29 años (más de la mitad de su vida en aquel momento), me preguntó si había
alguna posibilidad de que le conmutaran la pena. La realidad era que no la había,
pero le dije que si rechazaban nuestra última petición, la pediríamos tantas
veces como fuera necesario hasta conseguirlo. A un ser humano hay que darle
siempre alguna esperanza para seguir adelante. Tampoco estaba dejando de ser
sincera, de lo que de mí dependiera lo solicitaría tantas veces como fuera
necesario.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escribiendo o viajando. Preferiblemente una combinación de
ambas.
¿Qué le da más miedo?
Me duran poco los miedos. Los empleo como señuelos para
lanzarme a la piscina. El crecimiento está justo del otro lado del miedo. Hay
un miedo recurrente en todo caso: a mi propio juicio, tiendo a ser implacable
conmigo misma, aunque con los años he aprendido a mimarme más.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que se abuse de los débiles.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
De hecho, llevo una doble vida, también soy diplomática de
carrera desde hace dos décadas. La diplomacia y los viajes de alguna forma me
han hecho escritora y, curiosamente, desde que la escritura ocupó un lugar
importante en mi vida, creo que soy mejor funcionaria. Mis dos avatares están
muy bien avenidos, se complementan y se comprenden: uno tiene los pies en el
suelo y al otro le gusta imaginar lo que no existe.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino con regularidad y hago yoga por temporadas.
¿Sabe cocinar?
Sí, aunque me gustaría saber más. Me acabo de comprar un
robot de cocina. Hace un tiempo (reciente) tomé conciencia de la importancia de
lo que suministro a mi cuerpo, tanto como del alimento de mi mente. Ahora cuido
de ser selectiva con lo que como y con lo que leo/veo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de
esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Mafalda, una feminista innata, como yo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
«Sí». Todo lo que existe comenzó con algún
sí.
¿Y la más peligrosa?
«Nunca». Es una mentira inútil que solo
limita.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Una vez, a los veinte y pico, me tocó vivir en medio de
una guerra civil, que no era mía, en uno de los países más desfavorecidos del
mundo. Alguien me recomendó entonces que aprendiera a disparar para poder
defenderme llegado el caso, no le vi entonces la utilidad, no creo que vaya a vérsela
en ningún otro contexto. Incluso a los seres más perversos prefiero castigarles
con la conciencia de sus errores antes que con la muerte. La abolición de la
pena de muerte es uno de los aspectos por los que me siento más orgullosa de
ser europea.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En el siglo XXI, a la dicotomía izquierda-derecha se ha
superpuesto otra más determinante del futuro de nuestra convivencia: entre la
democracia representativa y el populismo. La primera está al servicio del
individuo y de los pueblos, el segundo se sirve de ellos. Yo prefiero la
democracia representativa con todas sus imperfecciones, en ella izquierda y
derecha serán la opción más beneficiosa para cada sociedad según el momento de
la historia que corresponda. O incluso, como en el caso alemán, podrían llegar
a formar una coalición. En el populismo, ya sea de izquierdas o de derechas, la
convivencia pacífica se resiente. Las redes sociales han democratizado la opinión,
pero también han polarizado la discusión con algoritmos que refuerzan el
pensamiento único: no hay posible debate constructivo en 120 caracteres, solo
propaganda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Profesora de lo que sea en lo que yo pudiera ser útil
a alguien. La educación es el futuro de España y de los españoles.
¿Cuáles son sus vicios principales?
En el lado negativo, el trabajo, es una auténtica
adicción, tengo que controlarme. En el lado positivo, aprender cosas nuevas. Ya
sé que me faltará vida para aprender todo lo que me gustaría conocer.
¿Y sus virtudes?
En el lado positivo, la perseverancia. En el lado
negativo, la cabezonería.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La de mis padres.
T. M.