miércoles, 7 de octubre de 2020

Entrevista capotiana a Emilio Alonso

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Emilio Alonso.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Pues no es un planteamiento que me haya hecho nunca, aunque ahora, en tiempos de cuarentenas y confinamientos, es como para planteárselo. Déjeme pensar. Menorca, tal vez, o algún sitio al pie de los Picos de Europa, o Buenos Aires, o Londres. O aquí, en mi casa. Diría Nueva York, como Capote, pero no he estado nunca y me parecería una impostura fingir lo contrario.

¿Prefiere los animales a la gente? No, bajo ningún concepto. Y creo que responder “sí” a esta pregunta es el síntoma de una enfermedad moral que, por desgracia, está bastante extendida.

¿Es usted cruel? Como casi todas las preguntas, sobre todo cuando son tan breves, esta hay que interpretarla. Si la pregunta es “¿es usted (más) cruel (que la media)?” la respuesta, en mi caso, es que no, que no me creo más cruel de lo que pueda ser usted o el vecino de al lado. Pero cruel… ¿quién no lo es, aunque sea en un grado ínfimo? ¿Quién no ha disfrutado ridiculizando un poco a un pariente pelma en una reunión familiar? ¿A quién no le divierte, aunque sea sólo un poco, el sufrimiento de, por ejemplo, los aficionados de un equipo rival después de una derrota dolorosa, aunque nuestro propio equipo no haya tenido nada que ver? Todos tenemos algo de crueldad dentro. Bueno, mi madre no, pero todos los demás, sí.

¿Tiene muchos amigos? No sé qué cantidad se consideran muchos y cuántos pocos. Tampoco sé a qué se le llama “amigo” exactamente. Por decir algo, diré que no muchos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Esto va a sonar terriblemente presuntuoso y snob, pero aspiro a que sean inteligentes. También buenas personas, claro. De hacer caso a Platón, ambas cosas suelen coincidir.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No más de lo que yo los habré decepcionado a ellos. El truco consiste en no ponerse las expectativas demasiado altas y en tener eso que ahora se llama empatía. De joven yo juzgaba con mucho rigor los errores y faltas de los otros; con el correr de los años, he cometido yo mismo tantos errores y he decepcionado a tanta gente que sería una desvergüenza no mostrar cierta comprensión hacia las equivocaciones de los demás.

¿Es usted una persona sincera? Véase la respuesta a la pregunta sobre la crueldad. No creo ser ni más ni menos sincero que la media. También le digo que la sinceridad completa es evolutivamente imposible y, de hecho, asusta pensar en alguien totalmente sincero. Una cierta insinceridad es la base de las relaciones humanas. Un sujeto totalmente sincero sería odioso. Y estaría muy solo. 

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo y escribiendo, aunque eso son actividades que requieren de cierta predisposición que no siempre consigo, así que leer y escribir es lo que prefiero, por mucho que pase largas temporadas sin hacerlo. Hace poco he descubierto la fotografía, que me apasiona. Veo la tele. Juego al pádel. Y con frecuencia hago excursiones muy divertidas con la familia, nos encanta.

¿Qué le da más miedo? De nuevo sonaré petulante, pero total, el mal ya está hecho. Me da miedo la estupidez. Y sobre todo me da miedo la buena prensa que tiene la estupidez hoy en día y cómo fluye torrencialmente por todos los canales de comunicación social. Uno entra por ejemplo en Twitter y se espanta de la cantidad de tonterías abyectas por minuto que se pueden llegar a producir y que, con su estrépito, con sus clichés, con sus letras gordas, con su ignorancia autocomplaciente, en seguida aplastan a las pocas cosas sensatas y racionales que tratan de sobrevivir entre tanto cieno. Y ojo, que todo ese magma de imbecilidad no es algo que deba preocuparnos sólo desde un punto de vista intelectual o estético: por desgracia, la estupidez condiciona el funcionamiento de la sociedad, crea patrones de comportamiento extraordinariamente nocivos y, en general, degrada la inteligencia, entorpece el progreso y emponzoña nuestro proyecto de vida en común. Decididamente la estupidez me da un miedo atroz. 

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? En realidad, también la estupidez. La estupidez está en la raíz de la mayor parte de los males de este mundo. Pero por favor, tampoco me malinterprete, la razón termina por imponerse. La historia de la humanidad es el relato maravilloso de cómo la inteligencia triunfa sobre la estupidez. Piense en cómo estábamos hace diez siglos, sometidos a los dogmas más peregrinos, condenados a trabajos terribles y degradantes, en perpetuo enfrentamiento de unos contra otros, sojuzgados por la ignorancia y hundidos en la miseria material y moral más absoluta, y después piense en cómo estamos ahora. Pero ni podemos ni debemos confiarnos, a ver si ahora vamos a convertirnos en la primera generación que fracasó en el intento y anduvo hacia atrás, como los cangrejos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Bueno, es que lo de ser escritor es una actividad subalterna para mí. Digamos que soy una cuarta parte escritor y tres cuartas partes comercial en una empresa de software. Si me faltara esa cuarta parte relacionada con la literatura sería cuatro cuartas partes comercial en una empresa de software.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Juego al pádel dos o tres veces a la semana y también, siempre que puedo, salgo a andar con mi mujer, que es una polvorilla y me lleva por todas partes con la lengua fuera. 

¿Sabe cocinar? No, pero me como todo lo que me ponen con agrado y sin rechistar. Bueno, menos las espinacas.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Habría unos cuantos sobre los que me gustaría escribir: Gail Halvorsen, Qin Shi Huang, el Príncipe de Venosa… También me llaman la atención los desventurados hijos de los grandes hombres: Alejandro IV de Macedonia, Cesarión o el niño ese que Varinia alza en sus brazos, bañada en lágrimas, para enseñárselo a Espartaco moribundo al final de la película de Kubrik. ¿Se imagina lo que debe de pesarle a uno ser el hijo de un hombre así de grande? No me extraña que la mayoría de ellos hayan durado tan poco. 

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Libertad.

¿Y la más peligrosa? Más que una palabra, es una frase, que se vuelve peligrosísima cuando es pronunciada por cualquier político: “Yo os prometo que…” Cuando escuche usted eso, échese a temblar.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Vuelta a las preguntas sometidas a interpretación. ¿Me pregunta si “he querido” o si “me he planteado” matar a alguien? Naturalmente, nunca me he planteado matar a nadie, pero alguna vez sí lo habría querido. ¿Quién no?

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy profundamente liberal, pero también estoy profundamente desencantado. Yo creo que las personas tenemos que ser dueñas de nuestro propio destino, hacernos responsables de nuestros éxitos y de nuestros fracasos y ganarnos nuestro lugar en el mundo. Hoy en día, la mayor parte de la gente aspira a que el Estado se subrogue en esas sagradas obligaciones. Y ese es el caldo de cultivo perfecto para que llegue un político, diga “Yo os prometo que…” y entonces es cuando todo empieza a irse a la mierda. Como escribió Borges, algún día mereceremos que no haya gobiernos.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un gran amigo mío que vive en Rosario, escritor también, tuvo que escribir una breve nota autobiográfica para la solapilla de uno de sus libros y esto fue lo que escribió: “Yo querría ser joven, guapo y rico y, sin embargo, soy feo, viejo y no tengo un mango”. Supongo que yo podría decir algo parecido: me gustaría ser yo mismo pero un poco más joven, un poco más guapo, un poco más rico y jugar un poco mejor al pádel. Lo demás es pedir mucho y, seguramente, arriesgarse mucho.

¿Cuáles son sus vicios principales? Realmente no tengo grandes vicios, o lo que se consideran vicios en el habla cotidiana. No fumo, no bebo, no consumo sustancias psicotrópicas, no engaño a mi mujer, no pertenezco a ninguna secta, no veo Tele5. Si la pregunta se refiere, más que a los vicios, a los defectos, es obvio que nadie responde la verdad cuando se le hace esta pregunta, por lo que lo más honrado es dejarla sin responder. Es una pregunta tonta, de entrevista de trabajo, donde la respuesta ritual es “soy testarudo” porque la testarudez puede interpretarse, en muchos sentidos, como una virtud: fortaleza, criterio propio, liderazgo. De modo que, de acuerdo, soy testarudo. ¿Le sirve a usted? A mí tampoco.

¿Y sus virtudes? Si uno nunca es sincero al confesar sus defectos, imagínese las virtudes. Dejémoslo en que soy testarudo. 

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? A estas alturas de mi vida recuerdo mi infancia como un tiempo muy feliz, así que supongo que esas imágenes que dicen que le pasan a uno por la cabeza en rápida sucesión serían estampas de mi infancia, de mi padre, que murió hace años y a quien recuerdo cada día, de mi madre, mis hermanas, mis primeros amigos, los lugares de la niñez… Hölderlin dijo aquello tan conocido de que “la verdadera patria del hombre es su infancia”. Supongo que, en el trance de abandonar este mundo, todos tratamos de recuperar esa patria perdida, hermosa y pura, quizá con la esperanza de que morir signifique, de algún modo, regresar allí para siempre.

T. M.