En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Emilio Alonso.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál
elegiría? Pues no es un planteamiento que me haya hecho nunca, aunque
ahora, en tiempos de cuarentenas y confinamientos, es como para planteárselo.
Déjeme pensar. Menorca, tal vez, o algún sitio al pie de los Picos de Europa, o
Buenos Aires, o Londres. O aquí, en mi casa. Diría Nueva York, como
Capote, pero no he estado nunca y me parecería una impostura fingir lo contrario.
¿Prefiere los animales a la gente? No, bajo ningún concepto. Y creo que responder
“sí” a esta pregunta es el síntoma de una enfermedad moral que, por desgracia,
está bastante extendida.
¿Es usted cruel? Como casi todas las preguntas, sobre todo cuando
son tan breves, esta hay que interpretarla. Si la pregunta es “¿es usted (más)
cruel (que la media)?” la respuesta, en mi caso, es que no, que no me creo más
cruel de lo que pueda ser usted o el vecino de al lado. Pero cruel… ¿quién no
lo es, aunque sea en un grado ínfimo? ¿Quién no ha disfrutado ridiculizando un
poco a un pariente pelma en una reunión familiar? ¿A quién no le divierte,
aunque sea sólo un poco, el sufrimiento de, por ejemplo, los aficionados de un
equipo rival después de una derrota dolorosa, aunque nuestro propio equipo no
haya tenido nada que ver? Todos tenemos algo de crueldad dentro. Bueno, mi
madre no, pero todos los demás, sí.
¿Tiene muchos amigos? No sé qué cantidad se consideran muchos y cuántos
pocos. Tampoco sé a qué se le llama “amigo” exactamente. Por decir algo, diré
que no muchos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Esto va a sonar terriblemente presuntuoso y snob,
pero aspiro a que sean inteligentes. También buenas personas, claro. De hacer
caso a Platón, ambas cosas suelen coincidir.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No más de lo que yo los habré decepcionado
a ellos. El truco consiste en no ponerse las expectativas demasiado altas
y en tener eso que ahora se llama empatía. De joven yo juzgaba con mucho rigor
los errores y faltas de los otros; con el correr de los años, he cometido yo
mismo tantos errores y he decepcionado a tanta gente que sería una desvergüenza
no mostrar cierta comprensión hacia las equivocaciones de los demás.
¿Es usted una persona sincera? Véase la respuesta a la pregunta sobre la
crueldad. No creo ser ni más ni menos sincero que la media. También le digo que
la sinceridad completa es evolutivamente imposible y, de hecho, asusta pensar
en alguien totalmente sincero. Una cierta insinceridad es la base de las
relaciones humanas. Un sujeto totalmente sincero sería odioso. Y estaría muy
solo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo y escribiendo, aunque eso son actividades
que requieren de cierta predisposición que no siempre consigo, así que leer y
escribir es lo que prefiero, por mucho que pase largas temporadas sin hacerlo.
Hace poco he descubierto la fotografía, que me apasiona. Veo la tele. Juego al
pádel. Y con frecuencia hago excursiones muy divertidas con la familia, nos
encanta.
¿Qué le da más miedo? De nuevo sonaré petulante, pero total, el mal ya está
hecho. Me da miedo la estupidez. Y sobre todo me da miedo la buena prensa que
tiene la estupidez hoy en día y cómo fluye torrencialmente por todos los
canales de comunicación social. Uno entra por ejemplo en Twitter y se espanta
de la cantidad de tonterías abyectas por minuto que se pueden llegar a producir
y que, con su estrépito, con sus clichés, con sus letras gordas, con su
ignorancia autocomplaciente, en seguida aplastan a las pocas cosas sensatas y
racionales que tratan de sobrevivir entre tanto cieno. Y ojo, que todo ese
magma de imbecilidad no es algo que deba preocuparnos sólo desde un punto de
vista intelectual o estético: por desgracia, la estupidez condiciona el
funcionamiento de la sociedad, crea patrones de comportamiento extraordinariamente
nocivos y, en general, degrada la inteligencia, entorpece el progreso y
emponzoña nuestro proyecto de vida en común. Decididamente la estupidez me da un
miedo atroz.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? En realidad, también la
estupidez. La estupidez está en la raíz de la mayor parte de los males de este
mundo. Pero por favor, tampoco me malinterprete, la razón termina por
imponerse. La historia de la humanidad es el relato maravilloso de cómo la
inteligencia triunfa sobre la estupidez. Piense en cómo estábamos hace diez
siglos, sometidos a los dogmas más peregrinos, condenados a trabajos terribles
y degradantes, en perpetuo enfrentamiento de unos contra otros, sojuzgados por
la ignorancia y hundidos en la miseria material y moral más absoluta, y después
piense en cómo estamos ahora. Pero ni podemos ni debemos confiarnos, a ver si
ahora vamos a convertirnos en la primera generación que fracasó en el intento y
anduvo hacia atrás, como los cangrejos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una
vida creativa, ¿qué habría hecho? Bueno, es que lo
de ser escritor es una actividad subalterna para mí. Digamos que soy una cuarta
parte escritor y tres cuartas partes comercial en una empresa de software. Si
me faltara esa cuarta parte relacionada con la literatura sería cuatro cuartas
partes comercial en una empresa de software.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Juego al pádel dos o tres veces a la semana y
también, siempre que puedo, salgo a andar con mi mujer, que es una polvorilla y
me lleva por todas partes con la lengua fuera.
¿Sabe cocinar? No,
pero me como todo lo que me ponen con agrado y sin rechistar. Bueno, menos las
espinacas.
Si el Reader’s Digest le encargara
escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién
elegiría? Habría unos cuantos sobre
los que me gustaría escribir: Gail Halvorsen, Qin Shi Huang, el Príncipe de
Venosa… También me llaman la atención los desventurados hijos de los grandes
hombres: Alejandro IV de Macedonia, Cesarión o el niño ese que Varinia alza en
sus brazos, bañada en lágrimas, para enseñárselo a Espartaco moribundo al final
de la película de Kubrik. ¿Se imagina lo que debe de pesarle a uno ser el hijo
de un hombre así de grande? No me extraña que la mayoría de ellos hayan durado
tan poco.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más
llena de esperanza? Libertad.
¿Y la más peligrosa? Más que una palabra, es una frase, que se vuelve
peligrosísima cuando es pronunciada por cualquier político: “Yo os prometo
que…” Cuando escuche usted eso, échese a temblar.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Vuelta a las preguntas sometidas a
interpretación. ¿Me pregunta si “he querido” o si “me he planteado” matar a
alguien? Naturalmente, nunca me he planteado matar a nadie, pero alguna vez sí
lo habría querido. ¿Quién no?
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy profundamente liberal, pero también estoy
profundamente desencantado. Yo creo que las personas tenemos que ser dueñas de
nuestro propio destino, hacernos responsables de nuestros éxitos y de nuestros
fracasos y ganarnos nuestro lugar en el mundo. Hoy en día, la mayor parte de la
gente aspira a que el Estado se subrogue en esas sagradas obligaciones. Y ese
es el caldo de cultivo perfecto para que llegue un político, diga “Yo os
prometo que…” y entonces es cuando todo empieza a irse a la mierda. Como
escribió Borges, algún día mereceremos que no haya gobiernos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un gran amigo mío que vive en Rosario, escritor
también, tuvo que escribir una breve nota autobiográfica para la solapilla de
uno de sus libros y esto fue lo que escribió: “Yo querría ser joven, guapo y
rico y, sin embargo, soy feo, viejo y no tengo un mango”. Supongo que yo podría
decir algo parecido: me gustaría ser yo mismo pero un poco más joven, un poco
más guapo, un poco más rico y jugar un poco mejor al pádel. Lo demás es pedir
mucho y, seguramente, arriesgarse mucho.
¿Cuáles son sus vicios principales? Realmente no tengo grandes vicios, o lo que se
consideran vicios en el habla cotidiana. No fumo, no bebo, no consumo
sustancias psicotrópicas, no engaño a mi mujer, no pertenezco a ninguna secta,
no veo Tele5. Si la pregunta se refiere, más que a los vicios, a los defectos,
es obvio que nadie responde la verdad cuando se le hace esta pregunta, por lo
que lo más honrado es dejarla sin responder. Es una pregunta tonta, de
entrevista de trabajo, donde la respuesta ritual es “soy testarudo” porque la
testarudez puede interpretarse, en muchos sentidos, como una virtud: fortaleza,
criterio propio, liderazgo. De modo que, de acuerdo, soy testarudo. ¿Le sirve a
usted? A mí tampoco.
¿Y sus virtudes? Si uno nunca es sincero al confesar sus defectos,
imagínese las virtudes. Dejémoslo en que soy testarudo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes,
dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? A estas alturas de mi vida recuerdo mi infancia
como un tiempo muy feliz, así que supongo que esas imágenes que dicen que le
pasan a uno por la cabeza en rápida sucesión serían estampas de mi infancia, de
mi padre, que murió hace años y a quien recuerdo cada día, de mi madre, mis
hermanas, mis primeros amigos, los lugares de la niñez… Hölderlin dijo aquello
tan conocido de que “la verdadera patria del hombre es su infancia”. Supongo
que, en el trance de abandonar este mundo, todos tratamos de recuperar esa
patria perdida, hermosa y pura, quizá con la esperanza de que morir signifique,
de algún modo, regresar allí para siempre.
T. M.