domingo, 11 de octubre de 2020

Entrevista capotiana a Verónica García-Peña

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Verónica García-Peña.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Elegiría una casa de buen tamaño con vistas al mar y grandes ventanales.

¿Prefiere los animales a la gente? De forma general, no.

¿Es usted cruel? En la vida real, nunca. Los remordimientos no me dejarían vivir. En cambio, en la vida que creo para otros, en la ficción, lo soy. En ocasiones, mucho.

¿Tiene muchos amigos? No sé si son muchos. Tengo los suficientes.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que estén. Que me apoyen.  

¿Suelen decepcionarle sus amigos? A ratos, a días... Todos decepcionamos alguna vez. Mi parte de socióloga me dice que es una cuestión de expectativas y que, en la mayoría de los casos, el que decepciona no es el culpable de haberlo hecho, sino nosotros mismos por crearnos unas expectativas no reales. Eso dice esa parte, pero mi yo emocional, solo emocional, no piensa lo mismo.

¿Es usted una persona sincera? Sí, lo soy, pero nunca cuando no se debe ser. Tengo claro que la sinceridad salvaje, bruta y sin medida que tan a menudo se usa para ‘demostrar’ lo verdadero y auténtico que es uno, no es sinceridad. Es crueldad.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Escucho música, hago ganchillo y me hago mis propios ciclos de cine. Ahora estoy con uno de Nolan.

¿Qué le da más miedo? El olvido. Por encima de cualquier otra cosa. No recordar. El vació en la memoria. Me aterra.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Lo alto que cotiza la simpleza y lo rápido que olvidamos para cometer los mismos errores una y otra vez.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Quiero creer que, de algún modo, hubiera acabado escribiendo. Soy periodista y también socióloga, ambas profesiones muy relacionadas con las letras. Si bien, admito que durante un tiempo, de pequeña, quería ser forense. ¿Quién sabe?

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Andar. Intento andar todos los días.

¿Sabe cocinar? Sí. Me gusta y, de hecho, no se me da nada mal, sobre todo la cocina italiana.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A una ama de llaves de la época victoriana. Creo que ellas podrían tener el verdadero secreto de los relatos góticos de la época.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amor.

¿Y la más peligrosa? Amor.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, supongo, pero nunca de forma real. No podría hacerlo. Los remordimientos…

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Mis tendencias políticas son el sentido común, que hace falta y mucho en un país que tiende, cada vez más, a aplaudir o reprender a los partidos en función de su color y no de sus actuaciones e ideas; donde falta autocrítica por parte de nuestros políticos, pero también por parte de sus seguidores. Ya lo decía Francis Bacon: «quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde».

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un árbol. Un sauce llorón. Es uno de mis arboles preferidos.

¿Cuáles son sus vicios principales? Leer.

¿Y sus virtudes? La constancia. Soy pertinaz. Mucho.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La infancia, supongo, que siempre es el mejor refugio cuando la mente sufre. La niñez; la inocencia. Pero lo de ahogarme no me hace ninguna gracia. Si he de morir, que sea de otra manera por favor.

T. M.