martes, 3 de noviembre de 2020

Estados Unidos: sonría y diviértase


“Ou”, que significa “no”; “topos”, que significa “lugar”. Con estas palabras griegas Tomás Moro, hace quinientos años, acuñó el término “utopía”, es decir, un “no lugar”. Utopía en efecto no existe, no está en ningún sitio, porque es ideal, sus habitantes respetan las leyes en completa armonía. Hoy, el diccionario de la Real Academia Española, dice que una utopía es un «plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación». El neologismo de este jurista inglés bebía del recién viaje de Colón, pues no en vano ubicaba a Utopía en una isla perfecta de América, pero sobre todo sus antecedentes habría que encontrarlos en en Platón, Plutarco o san Agustín. En realidad, lo que hizo Moro fue, en palabras de Fernando Savater, proponer una solución imaginativa a problemas reales, y señalar con rigor y coraje los defectos estructurales en la sociedad: “No inventa lo que hay, sino que enfrenta lo que hay con lo que debería haber”.

Y eso habrá tenido en mente el argentino Silvio Waisbord (1961), doctor en Sociología por la Universidad de California y profesor de Periodismo y Comunicación Política en la Universidad George Washington, a la hora de concebir este libro, tan estimulante, en torno al imperio estadounidense. Lo imperial y lo utópico, pues, envuelven toda una serie de reflexiones en que el autor bonaerense nos presenta «un país de países, pliegues y contrapliegues, bestias y ángeles, atracciones y repulsiones. Un país de sueños permanentes y tristes realidades, el imán para inmigrantes con aspiraciones cumplidas y frustradas, la superación individual y las aspiraciones truncas, el amor por la comunidad y por el individualismo, la pasión por la vida religiosa y los bienes materiales, la inocencia eterna y la hipocresía».

Para afrontar todos esos aspectos, él mismo como ciudadano foráneo que llegó a esas tierras hace tres décadas y de lo cual también da cuenta en las presentes páginas, Waisbord parte del análisis de ocho temas: el optimismo, el individualismo, la religión, la seguridad, el nacionalismo, la política, la democracia y las desigualdades sociales. Estamos en la nación cuyos Padres Fundadores incluyeron el derecho a la felicidad, por vez primera en la historia, en su Constitución; en el que el súmmum de tal felicidad, sin embargo, está asociado al “self-made man”, a amasar dinero como símbolo del triunfo en la vida. Unos tópicos que son fáciles de caricaturizar, junto con su tendencia consumista, agresiva o mojigata, pero que son sólo detalles de una realidad mucho más compleja, desde luego, precisamente, apunta el autor, por su carácter “extremadamente heterogéneo, con enormes diferencias regionales, diversidad étnica y religiosa, una sólida segregación social y racial y abismales diferencias socioeconómicas”.

La felicidad patriótica

Para arrojar luz sobre el país que en breve decidirá si es Trump o Biden quien toma sus mandos, el sociólogo elige ese concepto de utopía, que le sirve de nexo común a los ocho asuntos que aborda y cuyas virtudes ocultan una parte más oscura. Así, el optimismo estadounidense, traducido en sus maneras cotidianas amables y sonrientes, es el signo del “management de la atención al cliente”; el individualismo como ideal de vida choca frontalmente “con la perspectiva de que somos, vivimos y queremos la vida en comunidad”; la soledad como situación deseable pero a la vez una máscara por no tener seres empáticos alrededor –un asesor de Obama, en el 2017, ya afirmó que la soledad es una epidemia en Norteamérica–; por su parte, las armas, alegoría de los derechos individuales, se vincularían con las comunidades marginalizadas y con la falaz idea de que “nadie está completamente a salvo por más que se tenga la seguridad psicológica de mantener la violencia a una distancia prudente” (según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, en Estados Unidos cada día casi cien personas mueren por acciones violentas con armas)…

De esta manera Waisbord nos sumerge en el territorio de la eterna promesa de superación personal, en el país de todo tipo de filosofías de la felicidad, de la fábrica de sueños que es Hollywood. “Hay cierto fundamentalismo del optimismo que llama la atención y hasta incomoda a quienes no están acostumbrados a la abierta expresión de tanta alegría e ilusión por el futuro”, escribe el autor. Tal cosa llega a tales extremos, que todo lo que suene a duda o escepticismo sean sinónimo de ser casi antipatriota, al cuestionar valores centrales de la sociedad. Esta utopía de cartón piedra, con una sonrisa desbordante a modo de reclamo publicitario, es el escaparate de un lugar y una población llenos de contradicciones, en que la canción “Happy de Pharrell Williams” –en la que dice «aplaude si sientes que la felicidad es la verdad»– podría muy bien constituir la filosofía del optimismo como guía permanente y omnipresente, en palabas de Waisbord, que ironiza a este respecto: “No hay lugar o institución inmune al desbordante optimismo. Hay happy hours en bares y restaurantes. Funday es el día dedicado a la diversión. McDonald’s ofrece el Happy Meal”. Todo para que el consumidor se mantenga en un aparente estado de regocijo, adicto a lo que prometa diversión. ¿O acaso el propio presidente del país no ha hecho todo un show de su legislatura y de la campaña electoral actual?

Publicado en La Razón, 31-X-2020