Para afrontar todos esos aspectos, él mismo como ciudadano foráneo que
llegó a esas tierras hace tres décadas y de lo cual también da cuenta en las
presentes páginas, Waisbord parte del análisis de ocho temas: el optimismo, el individualismo, la
religión, la seguridad, el nacionalismo, la política, la democracia y las
desigualdades sociales. Estamos en la nación cuyos Padres Fundadores incluyeron
el derecho a la felicidad, por vez primera en la historia, en su Constitución;
en el que el súmmum de tal felicidad, sin embargo, está asociado al “self-made
man”, a amasar dinero como símbolo del triunfo en la vida. Unos tópicos que son
fáciles de caricaturizar, junto con su tendencia consumista, agresiva o
mojigata, pero que son sólo detalles de una realidad mucho más compleja, desde
luego, precisamente, apunta el autor, por su carácter “extremadamente
heterogéneo, con enormes diferencias regionales, diversidad étnica y religiosa,
una sólida segregación social y racial y abismales diferencias
socioeconómicas”.
La felicidad patriótica
Para arrojar
luz sobre el país que en breve decidirá si es Trump o Biden quien toma sus
mandos, el sociólogo elige ese concepto de utopía, que le sirve de nexo común a
los ocho asuntos que aborda y cuyas virtudes ocultan una parte más oscura. Así,
el optimismo estadounidense, traducido en sus maneras cotidianas amables y sonrientes,
es el signo del “management de la atención al cliente”; el individualismo como
ideal de vida choca frontalmente “con la perspectiva de que somos, vivimos y
queremos la vida en comunidad”; la soledad como situación deseable pero a la
vez una máscara por no tener seres empáticos alrededor –un asesor de Obama, en
el 2017, ya afirmó que la soledad es una epidemia en Norteamérica–; por su
parte, las armas, alegoría de los derechos individuales, se vincularían con las
comunidades marginalizadas y con la falaz idea de que “nadie está completamente
a salvo por más que se tenga la seguridad psicológica de mantener la violencia
a una distancia prudente” (según la Oficina de las Naciones Unidas contra la
Droga y el Delito, en Estados Unidos cada día casi cien personas mueren por
acciones violentas con armas)…
De esta
manera Waisbord nos sumerge en el territorio de la eterna promesa de superación
personal, en el país de todo tipo de filosofías de la felicidad, de la fábrica
de sueños que es Hollywood. “Hay cierto fundamentalismo del optimismo que llama
la atención y hasta incomoda a quienes no están acostumbrados a la abierta
expresión de tanta alegría e ilusión por el futuro”, escribe el autor. Tal cosa
llega a tales extremos, que todo lo que suene a duda o escepticismo sean sinónimo
de ser casi antipatriota, al cuestionar valores centrales de la sociedad. Esta
utopía de cartón piedra, con una sonrisa desbordante a modo de reclamo
publicitario, es el escaparate de un lugar y una población llenos de
contradicciones, en que la canción “Happy de Pharrell Williams” –en la que dice
«aplaude si sientes que la felicidad es la verdad»– podría muy bien constituir
la filosofía del optimismo como guía permanente y omnipresente, en palabas de
Waisbord, que ironiza a este respecto: “No hay lugar o institución inmune al
desbordante optimismo. Hay happy hours en bares y restaurantes. Funday es el
día dedicado a la diversión. McDonald’s ofrece el Happy Meal”. Todo para que el
consumidor se mantenga en un aparente estado de regocijo, adicto a lo que
prometa diversión. ¿O acaso el propio presidente del país no ha hecho todo un
show de su legislatura y de la campaña electoral actual?
Publicado en La Razón, 31-X-2020