lunes, 2 de noviembre de 2020

Entrevista capotiana a Sebastián Roa

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sebastián Roa.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Alguna isla del Egeo, de esas con casitas blancas y azules, cuestas estrechas y redes de pesca.

¿Prefiere los animales a la gente? De toda la vida.

¿Es usted cruel? Nada. Al revés. Me cuesta muy poquito empatizar, y ya ni puedo ver escenas escabrosas en los telediarios. Hacer daño consciente a alguien está descartado.

¿Tiene muchos amigos? No. Conocidos sí que tengo a montones.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Ninguna. Creo que los amigos no se buscan, ni por sus cualidades ni por nada. ¿Ve por qué no tengo muchos?

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, dado que no espero nada de ellos.

¿Es usted una persona sincera? Al cien por cien no, ni conozco a nadie que lo sea.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Tengo mil aficiones. Escribir es solo una de ellas.

¿Qué le da más miedo? El miedo. Y de verdad que no pretende ser una respuesta resultona.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Lo hipócrita que es todo el mundo. Cuantas más ínfulas de honradez, mayor la hipocresía.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No me gano la vida escribiendo, mi oficio es otro. Pero me habría gustado cambiar cada poco y ser fotógrafo de viajes un tiempo, después excavar en un yacimiento, luego jardinero en Granada. ¿Cómo seguiría Sabina? Ya sé: viejo verde en Sodoma, deportado en Siberia, sultán en un harén, policía ni en broma… Bueno, policía a lo mejor sí que sería.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Siempre he hecho deporte. Ahora voy de tranqui, pero de jovenzuelo competí a buen nivel en Taekwondo. Eso era cuando se llevaban las artes marciales tradicionales. Armas nobles para tiempos más civilizados, como diría Obi Wan.

¿Sabe cocinar? No. Vivo con mi mujer, y eso me ha enseñado a idolatrar la comida bien hecha. Si yo cocinara, el santo padre debería excomulgarme.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Olvido Gara. O sea, a Alaska. Yo me eduqué con La bola de cristal, el amor a Alaska lo llevo tatuado en el ADN.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Fantasía.

¿Y la más peligrosa? Respeto. Por lo mal que se la suele interpretar.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Desde una distancia segura, sí. Pero luego no soy nadie.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Centro izquierda. Pero izquierda de verdad, no esta de la señorita Pepis que se morrea con los nacionalistas, siembra odio y se pasa el principio de igualdad por el forro.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un gato siamés. Subsidiariamente, un gato no siamés.

¿Cuáles son sus vicios principales? Soy miedoso y egoísta.

¿Y sus virtudes? Normalmente puedo superar el miedo, y también dejarme a mí mismo para después.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Yo solo, con catorce años, una tarde invernal junto al Turia, tomando apuntes sobre pájaros en una libretita marrón.

Una noche de 1986 en la discoteca Láser, en Teruel, con la que después sería mi mujer. Ella lleva minifalda y medias de rejilla. Mi hija corre y ríe entre los columpios del Campo San Francisco, en Oviedo, allá por 1997. Se le queda pequeño el parque.

T. M.