Qué duda cabe de que, en estos tiempos de pandemia mundial y catástrofes ecológicas, la humanidad tiene que ir resurgiendo constantemente de los obstáculos que va provocando o se le vienen encima sin su intervención directa. Y a estudiar tales fenómenos sociales, en ejemplos concretos de los últimos años, se ha dedicado la gran ensayista e investigadora Rebbeca Solnit (Bridgeport, Connecticut 1961), con un trabajo que no ha podido ser mejor aceptado, siendo elegido Libro del año por “The New York Times”, “Los Angeles Times”, “New Yorker”, “San Francisco Chronicle”, “Washington Post” y “Chicago Tribune”. La autora, una experta a la hora de escribir sobre los efectos de la tecnología en las artes y las humanidades –no en vano, en 2010 “Reader Magazine” la nombró como «una de las 25 visionarias que están cambiando el mundo»–, publica entre nosotros, pues, “Un paraíso construido en el infierno”, original del año 2009.
Editado por Capitán Swing (y traducido por David Muñoz Mateos), en él Solnit cuenta de las extraordinarias comunidades que surgen tras ciertos desastres y cómo, de resultas de ello, ya sean provocados por el hombre o por la naturaleza, si realmente se vuelven las personas más altruistas y valientes, o si el impacto de tal cosa las puede conducir incluso a la felicidad. Para ello, se nos presentan los siguientes casos, en verdad grandes calamidades: el terremoto de 1906 en San Francisco, la explosión de 1917 que destruyó Halifax, el terremoto de la Ciudad de México de 1985, el 11-S en Nueva York o el huracán Katrina en Nueva Orleans. Calamidades que tienen un nexo común que la autora encontró con asombro: que no sólo el ser humano es capaz de encarar desastres terroríficos y estar a la altura de las circunstancias, sino que lleven a cabo tal cosa con alegría, de ahí que aparezcan a lo largo de las páginas momentos de ingenio y generosidad que se asoman, dichosamente, en medio de dolores indescriptibles.
Ave Fénix alegre
Solnit ha asentado su experiencia en el análisis del medio ambiente, la política y el arte desde la década de 1980, cuando empezó a trabajar en numerosas campañas de derechos humanos —como el Proyecto de Defensa de “Western Shoshone” a principios de los 90, que describe en su libro “Savage Dreams”— y con activistas contra la guerra durante la era Bush. Sabe que media menos trecho del que podría suponerse entre el desastre y la ilusión utópica que da esperanzas y que cambia el estado mental y emocional de las personas que han sufrido un gran contratiempo colectivo, cuando en ocasiones han actuado de forma solidaria y colaborativa. La conclusión sería que la sociedad, si aprendiera de estas situaciones extremas y cómo es capaz de seguir adelante, podría ser menos autoritaria y temerosa, más empática y humana. “Cuando se produce una catástrofe, la proximidad de la muerte genera nueva vida, una vida más urgente, menos preocupada por las pequeñas cosas y más comprometida con las grandes, más implicada, por ejemplo, en la organización social y la contribución al bien común”, sostiene.
Más específicamente, el caso del huracán Katrina ya lo había tratado en su ensayo «Los usos de desastres: notas sobre el mal tiempo y el buen gobierno», publicado por “Harper” el mismo día que el huracán golpeaba la costa del Golfo. A raíz de ello, en una conversación con el cineasta Astra Taylor para una revista, Solnit resumía así el tema de su libro: «Lo que ocurre en los desastres demuestra el triunfo de la sociedad civil y el fracaso de la autoridad institucional». Algo que podría extenderse a la actualidad, cuando el coronavirus ha puesto patas arriba toda nuestra vida. A este respecto, la autora norteamericana habla de que escuchó a muchos quejarse de su dificultad para concentrarse en algo o para ser productivos, frente a este estado de cosas confinado, limitante: “El cambio no es solo posible, es inevitable: nos arrolla y arrastra consigo. Cambiamos también nosotros, reordenamos prioridades y una conciencia más acuciante de la propia mortalidad hace que abramos los ojos al preciado valor de la vida». Y afirma, en definitiva, que el confinamiento nos ha traído una nueva realidad con desconocidos, y que ahora tenemos entre manos es una nueva versión de nosotros mismos.
Entre incendios y terremotos
Formada en California y, desde los 17 años, en París, hasta volver a Estados Unidos y estudiar en la Universidad Estatal de San Francisco, Solnit ha escrito libros observando el suelo que los protagonistas de sus reflexiones pisan literalmente, y siempre apegada a la realidad, aporta un prólogo fechado este mismo 2020, y además otro relativo a los diez años desde la publicación primigenia de libro. En él, se hace eco de cómo una pequeña localidad californiana llamada Paradise se convirtió en cenizas, por culpa de un incendio, con el resultado de casi un centenar de víctimas y miles perdiendo sus hogares. Habla así de cómo vivimos en un infierno dentro del paraíso (el mundo en es como acogedor del ser humano), dentro de un ambiente en que claro está hay reacciones violentas, “como las hay cuando se trata de reconocer la realidad del cambio climático y lo que el momento actual exige e nosotros”.
Y es que hay que autoexigirnos ciertos principios que tienen que ver con ideales y herramientas en torno a movimientos de derechos humanos, feminismo, antirracismo, resolución de conflictos… La decisión es nuestra. “Nos encontramos ante una encrucijada: a partir de aquí, podemos convertirnos en la mejor comunidad posible ante el desastre. De lo contrario, nos autodestruiremos. El Paraíso y el Infierno son decisiones que siguen con nosotros, más urgentes hoy, globalmente, de lo que han sido nunca”, dice Solnit antes de concretarse en la tragedia del Katrina, en que cientos de personas acudieron para rescatar a los damnificados; y en lo ocurrido en la bahía de San Francisco, durante el terremoto de Loma Prieta de 1989, que tuvo una respuesta emocionante por parte de la comunidad, con barbacoas callejeras y ciudadanos espontáneos que, al ver que los semáforos no funcionaban, se convertían de repente en policías urbanos.
Las palabras de Solnit alientan el anhelo de un mundo mejor: “Carecemos de términos para estas emociones, en las que lo maravilloso llega envuelto en lo terrible; la alegría, en el dolor; el valor, en el miedo. No todo el mundo lo experimenta –no se trata de un fenómeno simple ni anímicamente evidente–, pero sucede, y es importante. No puedo anhelar un desastre, pero sí puedo valorar la forma en que respondemos a él, tanto práctica como psicológicamente”. Algo que se demostró de forma conmovedora durante los días del 11-S, un “extraño placer en medio del desastre”, mezcla de repulsión entre lo que acababa de ocurrir y la imagen de supervivencia que les devolvía el espejo. Para llegar a esas disquisiciones, Solnit habló con innumerables afectados, y en ellos, en sus rostros, se encontró una suerte de ilusión retrospectiva. Es casi una reivindicación de la capacidad de la alegría de la gente, ya fuera recordando tormentas de hielo en Canadá, nevadas en el Medio Oeste, apagones en Nueva York, calor extremo en el sur de la India, incendios y terremotos en México o colapso económico en Argentina.
Publicado en La Razón, 16-XI-2020