martes, 1 de diciembre de 2020

Entrevista capotiana a Pablo Gutiérrez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pablo Gutiérrez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Un pueblo de la Costa Vicentina, en el Alentejo.

¿Prefiere los animales a la gente? Para nada. Ni siquiera me gustan demasiado los animales, si tengo que ser sincero.

¿Es usted cruel? Creo que no, pero es posible que alguna vez lo haya sido. De todas formas, eso sólo pueden juzgarlo los demás.

¿Tiene muchos amigos? Muy pocos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Ninguna en especial. Si buscara algo concreto en ellos, ya no serían amigos, entiendo. La amistad es desinteresada, y las mayor parte de las veces, casual. Tus amigos acaban siendo esas personas con las que te encuentras, azarosamente.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No he sentido nunca eso. Puede que al contrario, sí. No soy bueno conservando amistades. Me da pereza llamar por teléfono y escribir un mensaje.

¿Es usted una persona sincera? Igual que la crueldad, creo que eso deberían juzgarlo los otros.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Suena frívolo, supongo, pero vivo muy cerca de la playa y, en invierno, paso más tiempo surfeando que leyendo o escribiendo. Si hay olas. Y si consigo escaparme de mis hijos.

¿Qué le da más miedo? La enfermedad. No la mía.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Muchas cosas. Por decir una: la falta de compromiso de los poderes públicos con la educación.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Lo mismo que hago ahora: dar clases, que es mi verdadera profesión. La que paga mis facturas y la que sé hacer.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí. Jugaba al baloncesto con amigos hasta que tuve una lesión, cosa de la edad. Ahora procuro mantenerme en forma, y voy a la playa a hacer surf siempre que puedo.

¿Sabe cocinar? Soy padre de dos hijos, no tengo otro remedio.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Puede que a Mohamed Chukri, o a Chaves Nogales. Pero no me gustaría escribir ninguno de esos artículos, la verdad.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Entusiasmo. Por su etimología, y porque es la fuerza necesaria para hacer esa clase de cosas que no llevan a ninguna parte, como escribir una novela.

¿Y la más peligrosa? Un grupo de ellas, más bien: las perífrasis verbales modales de obligación, que suelen acompañar a las opiniones más terribles.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, nunca. Ni he querido ni sabría cómo hacerlo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Republicano. En el viejo sentido de la palabra. 

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Más alto. Más joven. Lo demás está bien.

¿Cuáles son sus vicios principales? La necesidad de estar solo, supongo. Y la inseguridad. Y que me distraigo fácilmente.

¿Y sus virtudes? Soy tenaz, y creo que eso es importante para un novelista.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Las de mis hijos, mi mujer, mi madre, mis hermanos.

T. M.