He aquí uno de esos impresionantes trabajos que despiertan una unánime admiración y hacen del periodismo una labor extraordinariamente necesaria e iluminadora. Ian Urbina, periodista de investigación nacido en 1972, habitual en las páginas del “New York Times” o “National Geographic”, y especialista en asuntos en torno a la seguridad de los trabajadores y al medio ambiente, escribió en el año 2015 una serie sobre la ilegalidad en alta mar que al final lo condujo a la escritura de “Océanos sin ley. Viajes a través de la última frontera salvaje” (traducción de Enrique Maldonado), y el resultado es asombroso y terrible a partes iguales. Se trata de una serie de reportajes que indagan en unas líneas fronterizas hechas de agua, que se diluyen hasta hacerse remotas y alegales, donde no hay autoridades policiales ni institucionales, y donde reina la ley del más despiadado.
A lo largo de este libro, pues, deambularán, sobre los inmensos océanos del mundo, seres criminales y explotadores, traficantes y contrabandistas, piratas y mercenarios, y también ladrones de barcos hundidos, ecologistas, cazadores furtivos o incluso activistas del aborto en el mar. De tal modo que Urbina navega en un abanico de casos que aborda todo tipo de casos realmente estremecedores, como aquellos en que simples muchachos –inmigrantes indocumentados– son tratados como esclavos y reciben palizas por ser demasiado lentos remendando una red. “Este es un espacio brutal”, advierte enseguida Urbina, al referirse a las cinco semanas que pasó intentando visitar «“barcos fantasma: embarcaciones no registradas que el Gobierno tailandés se muestra incapaz de controlar». Su objetivo, en esa ocasión, era conocer de cerca a los pesqueros del mar de China Meridional, en especial la flota tailandesa, famosa “por utilizar los denominados esclavos del mar, en su mayoría migrantes obligados por las deudas o mediante coerción a dejar tierra firme”.
Lo tremendo es que, en un mundo globalmente comunicado al que se accede, por así decirlo, con un simple clic de ordenador, sepamos tan poco sobre los océanos, dice cabalmente el investigador norteamericano, que tiene en su haber un premio Pulitzer. Los datos mundiales revelan que la mitad de las personas en el planeta vive a menos de 150 kilómetros del mar, las navieras llevan el 90% de las mercancías, casi 60 millones de individuos trabajan en pesqueros o petroleros. “Y, sin embargo, el periodismo en este campo es una rareza, excepto por la noticia ocasional sobre piratas somalíes o vertidos masivos de petróleo”, escribe un Urbina que viajó un total de cuarenta meses y atravesó 400.000 kilómetros por los cinco continentes, más 12.000 millas náuticas a lo largo de cinco océanos y veinte mares.
Caos y sufrimiento
A partir de una primera experiencia en Singapur, en el tiempo en que estaba preparando su tesis doctoral en Chicago, como marinero de cubierta y antropólogo residente en un buque de investigación, entendió que desplazar mercancías por mar es mucho más económico que por aire, al carecer los mares de burocracias y tener menos normas. Eso ha dado pie, ciertamente, a innumerables ilegalidades, desde el fraude tributario al almacenamiento de armas, detalla el autor, pues, a fin de cuentas, por ejemplo, el Gobierno estadounidense “eligió las aguas internacionales para desmantelar el arsenal de armas químicas de Siria, para algunos de los encarcelamientos e interrogatorios relacionados con el terrorismo o para deshacerse del cadáver de Osama bin Laden. En paralelo, las industrias pesquera y mercante son tanto víctimas del desgobierno mar adentro como beneficiarias y responsables de él”.
Encontró así el autor un filón descomunal, una especie de dos tercios de espacio virgen, desde el punto de vista periodístico, y así se puso a contar lo que conoceremos gracias a este libro, un hito como testimonio de una realidad realmente inquietante: la historia de un agente de recuperación de bienes que conduce un petrolero de un puerto griego a aguas internacionales; la de una médica que lleva a mujeres embarazadas, desde la costa mexicana hasta alta mar, para que les puedan practicar abortos que serían ilegales en el país; o la de una serie de ecologistas que, en busca de justicia, siguieron el rastro de un pesquero furtivo, en el Atlántico Sur, al que la Interpol había señalado para su caza y captura.
Un periodista, sí, y de los grandes, este Urbina, como es obvio, pero también un aventurero, un hombre increíblemente valiente para el que el descubrimiento de los hechos ocultos entre las olas era prioritario antes que su propia protección. Y así, en el mar de China Meridional, se vio en mitad de un conflicto armado entre dos países que tenían rehenes recíprocos, en la costa de Somalia se encontró varado en un pesquero pequeño y vulnerable en una zona repleta de piratas, y hasta vio naufragios, sufrió terroríficas tormentas y presenció un intento de amotinamiento; y todo en una acción trepidante y constante, que lo empujó a ver depósitos de armas en Omán o plataformas petrolíferas en el Ártico, en pos de describir unos océanos en que flota “el caos y el sufrimiento que a menudo afrontan quienes trabajan en sus aguas”.
Publicado en La Razón, 28-XI-2020