Ya han pasado más de treinta y cinco años desde que viera la luz un libro que se convirtió en un superventas tremendo, “El perfume”, de Patrick Süskind, que tras unos años de actividad desapareció del panorama (el último libro que publicó su editorial en España, Seix Barral, data de 1996). Era la historia de Jean Baptista Grenouille, un huérfano que, en la Francia del siglo XVIII, iba matando vírgenes en busca de coleccionar su esencia aromática, todo producto del trauma de no despedir ningún olor y por ello temer la presencia de algún demonio en su interior. A la vez, el personaje poseía un olfato prodigioso que le permitía percibir todos los olores del mundo, y se convertía en un reputado y creativo perfumista, cometiendo esos crímenes en pos de lograr determinados fluidos corporales para licuar sus olores íntimos.
Era tal vez la primera vez que el olor se hacía protagonista de este modo de una ficción narrativa. Así que no extraña que el último de los nueve epígrafes que abren “Odorama. Historia cultural del olor” pertenezca al escritor alemán. Federico Kukso (Buenos Aires, 1979), periodista científico, desde la Universidad de Harvard, nos propone un recorrido curiosísimo y a lo grande, porque hasta nos lleva al aroma, por decirlo así, del Big Bang. Consciente de que “a los olores se los silencia, se los ignora. Y en ciertos casos, se los desprecia y hunde en el abismo de la vergüenza” –ahí están los despectivos “hedores, hediondeces, tufos, fetideces, pestilencias” que componen lo que englobamos bajo la palabra “olor”–, ha querido ahondar en este cosmos oculto que, sin embargo, tuvo orígenes divinos y comerciales. Así, en tiempos inmemoriales se buscó aplacar la ira de los dioses a través de la quema de resinas fragantes, y además la compraventa sustancias aromáticas “ha erigido y hecho colapsar imperios”.
Qué fascinante conocer a qué olía el antiguo Egipto o las ciudades griegas, la manera en que apestarían en la Edad Media las grandes ciudades europeas, o qué olieron los astronautas al llegar a la Luna. Marcel Proust, el narrador que elevó a alta literatura la sensación del recuerdo del sabor de una magdalena en la infancia, quedaría subyugado por esta manera de acercase a otro de nuestros sentidos por su capacidad de evocar momentos y sitios remotos. Las axilas y la halitosis en el pasado o los perfumistas bajo el reinado de Luis XIV se enfrentan a nuestro presente, cada vez más higiénico y por lo tanto inoloro, cuando por culpa del coronavirus además la pérdida del olfato se ha hecho tan ostensible.
Publicado en La Razón, 24-IV-2021