lunes, 10 de mayo de 2021

Entrevista capotiana a Eduardo Corrales

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Eduardo Corrales.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Seguramente Gijón, pero echando terriblemente de menos el lugar donde he crecido y vivido la mayor parte de mi vida.

¿Prefiere los animales a la gente? Depende de qué gente. Salvaría la vida de mi gato, Marlowe, antes que la de ciertos seres humanos.

¿Es usted cruel? No. La crueldad me pareció siempre, con cualquiera de sus disfraces, un refugio para cobardes.

¿Tiene muchos amigos? Tengo unos pocos amigos que, por su magnitud humana, son como centenares.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No hice un proceso de selección, como un departamento de personal. Mis amigos vinieron dados por la vida, algunos desde la infancia, otros en la juventud, compartiendo con ellos infinitas horas de trabajo. Cada cual demostró, sencillamente, algo tan difícil como que se podía contar con ellos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Nunca lo han hecho. Y, en cualquier caso, creo que los amigos están unidos, también, por el desencuentro.

¿Es usted una persona sincera? No suelo mentir.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? A menudo desearía desocuparlo de cualquier actividad siquiera lejanamente productiva.

¿Qué le da más miedo? Hago míos los veinticinco miedos de Raymond Carver, insistiendo, como él, en el miedo a la muerte, sobre todo si llega antes de tiempo. Y añadiría alguno más: sentirse traicionado, y en especial esa extraña vergüenza de uno mismo que viene después de serlo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? El insulto permanente a la inteligencia cada vez que enciendo la tele. Los eufemismos. La normalización de la barbarie. El triunfo de los mediocres. El éxito de los mezquinos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Escribo, pero no puedo decir que sea escritor, en el sentido que apunta la pregunta. No me dedico profesionalmente a la escritura. Por eso puedo responder que, lo que habría hecho de no ser lo que no soy, es ser lo que soy: ahora mismo, profesor de instituto; antes, un buen puñado de oficios dispares.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Desde niño me gustó correr. Y sigo haciéndolo todas las semanas. He corrido varias maratones. Siempre me sedujo la lírica del corredor de fondo.

¿Sabe cocinar? He vivido solo y sobreviví.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Ya que ésta es una entrevista literaria, elegiré a un escritor. Y por justicia escogería a Luis Cernuda. Su figura literaria y humana es un ejemplo de hondura, un autor complejo, de esos a los que se puede leer durante una vida entera y siempre se descubren cosas nuevas con cada lectura. A menudo me lo imagino en el contexto que narra en su poema 1961, que me parece uno de los mejores poemas que se hayan escrito en español en el siglo XX.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Camarada.

¿Y la más peligrosa? Olvido.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Nadie en su sano juicio dejaría tal afirmación por escrito.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Si alguien dice algún día de mí, como un “ínclito” periodista dijo hace poco de Pepa Flores, “ni guapo, ni simpático, ni buenecito: prosoviético”, me quedaría satisfecho.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me gusta ser lo que soy. Pero aceptaría de buena gana poder dedicarme a tiempo completo a la literatura.

¿Cuáles son sus vicios principales? Leer, salir a pasear por donde haya poca gente, mirar por la ventana y pasar el tiempo con mi mujer, Julia.

¿Y sus virtudes? Encuentro muy poco estilo en hablar bien de uno mismo.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Supongo que lo primero que me vendría a la cabeza es un momento de mi infancia, el de un día que me empujaron a una piscina envuelto en una toalla. Lo recordaría porque aquella vez sentí una gran angustia, el peso de la toalla mojada alrededor me hizo pensar que me ahogaba. Después de eso, si el esquema clásico es ver pasar la vida en imágenes, tengo mis dudas, pero diría que me pasarían muchas de mi infancia, menos de mi juventud, y bastantes de mi vida adulta, como el rostro de los seres queridos. En cualquier caso, es probable que el esquema clásico de los vencidos por una muerte inesperada y repentina no apareciera por ninguna parte; me temo que en mi cabeza no cabría otra idea que la de acercarme a la playa, en un esfuerzo enloquecido.

T. M.