miércoles, 16 de junio de 2021

Entrevista capotiana a Lorel Manzano

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Lorel Manzano.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La Nao de China. Viviría en un viaje transpacífico sin fin, sorteando corrientes y vientos entre Manila y Acapulco. Los galeones llevaban un mundo sobre el mar: seda, especias, biombos japoneses y hasta ochocientas personas abordo. Se acompañaban con aquellos libros de las horas, hagiografías, algún Quijote, y junto a sus cartas de navegación aparecían los astrolabios, sextantes de bronce. Durante la calma chica, contaban que había sirenas perversas y animales marinos tan inmensos como para devorar el galeón. Era muy peligroso, y quienes libraban los altercados de navajas, el escorbuto y la desesperación, descendían a tierra firme con el vaivén del barco en la cabeza. Me quedaría más de dos siglos en la Nao de China.

¿Prefiere los animales a la gente? No. Los animales me fascinan, admiro la perfección hasta del más pequeño ejemplar de la naturaleza. Entre los recuerdos entrañables de mi infancia figuran renacuajos, peces, cangrejos, orugas, gatos, perros, cotorros australianos, un chivo y una yegua. Pero también la gente me cautiva: cuando alguien ríe, se apasiona, miente o tiene miedo. Acostumbro a contemplar a las personas y a descubrir los rasgos animales que hay en ellas.

¿Es usted cruel? No lo soy. La crueldad me subleva. Sin embargo, soy muy rencorosa y nunca olvido una ofensa grave. Creo que heredé de mi abuelo esa manera delirante de no olvidar el agravio. Mi viejo siempre dijo que no perdonaría la traición ni siquiera en el lecho de muerte, menos aún después de muerto. Mi abuelo fue un hombre de palabra.

¿Tiene muchos amigos? No. Tengo muchos conocidos y colegas a quienes aprecio e incluso admiro, pero a mis amigos los cuento con los dedos de una mano.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? El buen sentido del humor, la solidaridad, y la generosidad para regalarme sus confesiones.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Nunca. Todo lo contrario: cada vez los quiero y atesoro más. Mis amigos son como árboles frutales que cada primavera se vuelven más frondosos y colman mis paisajes interiores de frutos que son un regalo de la vida.

¿Es usted una persona sincera? Sí. Soy una persona sumamente sincera para expresar mis sentimientos y opiniones, así como para conducirme conforme a éstos, pero sé mentir con cierta maestría. Soy escritora. Y desde niña recurrí al arte mayor de la mentira para escapar a los castigos de mi madre, una férrea generala. Desde hace tiempo aspiro a construir una estructura narrativa cuya lógica se sustente en la mentira.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Viendo buen cine alguna tarde, o en el chisme y la maledicencia. Por otra parte, como siempre tengo buena disposición para la aventura, me he hecho de tiempo para convertirme, por ejemplo, en la traductora simultánea de un prusiano difunto durante una sesión espiritista.

¿Qué le da más miedo? El tiempo y los finales. Cuando el tiempo se agota, el final está próximo y siempre es fatal porque cierra, corta, separa. Ricardo Piglia decía que el final es la ausencia. Le temo a la despedida irrevocable de quien promete regresar más tarde y nunca vuelve. A un último gesto en la terminal de autobuses, en una estación de trenes o en un aeropuerto, cuando el tiempo llega a la hora exacta del final.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Muchas cosas, acaso porque me cuesta comprender el maltrato animal, el abuso infantil, la violencia de género, la brutal explotación de los hombres... es decir, me afecta el abuso del poder expresado en todas sus formas y dimensiones. Me escandaliza el cinismo de los medios de comunicación, bien llamados el cuarto poder, cuando tergiversan la realidad para “formar” la opinión pública y llevar agua a sus molinos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Habría sido diatribista dialéctica profesional.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Poco. Tengo en mente el trágico final de la rana de Augusto Monterroso que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar... Por supuesto, disfruto caminar, andar en bicicleta y, desde la pandemia, acostumbro a bailar sola por las noches.

¿Sabe cocinar? Poco. Tengo unas cuatro recetas muy buenas para ofrecer a los amigos y comidas muy sencillas para mi cotidianidad. Me resulta más placentero comer y hacerlo de manera comunal entre delicias, mejor aún cuando hay maestros tragones en la mesa. Aunque, bien es sabido, el placer es la madre de todos los vicios y así lo demuestra Marco Ferreri en su Gran comilona (expresivo título en español) con un alarde pantagruélico del manjar que muestra las dos caras del hedonismo: el placer y la destrucción.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Renata von Hanffstengel. Profesora, fotógrafa e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México. Mujer de una pieza que cargaba en su concha de caracol el gran archivo del exilio germano hablante en México. Renata pasó su juventud en la Alemania de Hitler como hija de una mujer chiapaneca y un oficial de las fuerzas armadas. Contaba del silencio al que estaban sometidas ella y sus hermanas para no delatarse como hijas de una madre mexicana. Más adelante, debió salir de Alemania, estudiar en Estados Unidos y llegar finalmente a México con una pregunta que ningún profesor adoctrinado en las teorías de Adam Smith respondió: ¿cómo muere un imperio? En México, Renata publicó un material muy diverso y dio a conocer la labor humanitaria de don Gilberto Bosques, canciller mexicano en la Francia de Vichy que sacó de la Europa incendiada a personas de la comunidad judía, combatientes de las brigadas internacionales, a los republicanos sin esperanza de vida en el franquismo... Una historia larga, tremenda, que bien pudo Renata documentar y hermanar en México, gracias a su inteligencia, encanto y honestidad. Mujer de una pieza, fotógrafa del escritor José Revueltas, maestra dura que cuestionó a quién sabe cuántas generaciones sobre el difícil arte de pensar y, con el dominio grande de la palabra, preguntó una y otra vez: ¿cómo muere un imperio?

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Vida.

¿Y la más peligrosa? Venganza.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Claro que sí, pero me hubiera conformado con incendiarle la casa.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? No tengo ninguna tendencia política. Sólo ansío vivir en una sociedad que privilegie el reparto justo de la riqueza, lleve a la práctica la inaplazable necesidad de conservar los recursos naturales, en consonancia con el bienestar de las comunidades históricamente abusadas. Una sociedad que se oponga al abuso del poder y dirima la lucha de clases en beneficio del bien común, para que finalmente dejemos de sufrir como bestias y podamos empezar a sufrir como humanos.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un animal. Un felino de grandes dimensiones. Me parecen las criaturas más extraordinarias del universo y galaxias alternas. Con frecuencia sueño con jaguares, pumas, leones, panteras nebulosas... Una vez soñé que estaba con un león negro en una playa y no podía dejar de contemplarlo, de acariciarlo, de preguntarme si miraba el mar con altivez, tristeza o distanciamiento, así como se mira lo que resulta lejano e inalcanzable.

¿Cuáles son sus vicios principales? El placer... la madre de todos los vicios. En el placer se concentra el peligroso éxtasis de Ícaro volando siempre más alto pese a las advertencias de su padre. Pero el momento culminante es tan extraordinario en su goce que se abandona a las llamas del sol, a pesar de llevar sus alas unidas con cera. El placer es acaso el vicio fulminante al que nos entregamos como las bestias hedonistas que somos desde el inicio de los tiempos. por supuesto, sus formas son infinitas...

¿Y sus virtudes? Soy buena persona. Solidaria, generosa y trabajadora, además me encanta reír.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Si me estuviera ahogando, recordaría a mi madre besando con pasión todo mi rostro de niña. A mi padre recargado en el marco de la puerta que daba al patio, mirando al cielo. A mi abuelo haciendo emberrinchar a mi hermano con esa canción que decía “te metiste de soldado y ahora tienes que aprender”. Y antes de morir ahogada, vería llegar de pronto una lancha que me rescataría...

T. M.