En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rafael López Vilas.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Me tienta decir el Faro de Moncloa, en Madrid,
pero los años han puesto en mi camino San Vicente, en la península de O Grove.
¿Prefiere los animales a la gente? Depende
para qué. Comparativamente hablando, en mi caso, la mayoría de las veces la
gente no sale ganando.
¿Es usted cruel? Soy un ser humano.
Por supuesto que sí. Pero sobre todo, por error u omisión.
¿Tiene muchos amigos? Los suficientes. La
cuantificación, es relativa.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? No creo que busque
ninguna en concreto. Pero las que no busco las conozco a la perfección.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Todos lo hacemos
alguna vez. Va con el asunto este de vivir y relacionarse.
¿Es usted una persona sincera? La mayoría
de los que han tratado conmigo dirían que sí. También es cierto que las
mayorías no siempre tienen razón. Por otro lado, soy escritor, así que…
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Rebuscando
en la arena del reloj más tiempo para poder escribir.
¿Qué le da más miedo? Me duele
sólo imaginar la muerte de mi pareja.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? No sé si me escandaliza o no, pero me revuelve las tripas
que la gente no sepa distinguir su mano izquierda de su mano derecha, ni lo que
quiere decir el saldo que tiene a fin de mes (quien lo tenga) en su cuenta.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Habría embalado mis
bártulos y me habría ido al campo para intentar convertirme en un trasunto del
“Señor Cayo”.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Ciclismo
en TVE, en Eurosport…
¿Sabe cocinar? Como los ángeles del infierno. Y está
bien que yo lo diga.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Me tienta decir Bill
Murray, pero por justicia poética y por ser lo más parecido a un
extraterrestre, me quedaría con Nikola
Tesla.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Mañana. Pero yo hace ya mucho tiempo que no la tengo.
¿Y la más peligrosa? Democracia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Un mínimo de una vez
al día desde que tengo uso de razón.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Según los adictos al
dinero público de la bancada más rancia del Congreso de los Diputados y la
mayor parte de la prensa patria, soy un proetarra socialcomunista bolivariano y
golpista perroflauta. Otros, mucho menos rigurosos con la terminología que los
anteriores, me dirían marxista.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un hombre
libre.
¿Cuáles son sus vicios principales? Fundamentalmente
leer, pero también las noches interminables regadas con cerveza y sumergirme a
deambular entre los peces en las aguas territoriales de San Vicente (Do Mar).
¿Y sus virtudes? Conozco muy bien el
reverso de mis tripas y me sé de memoria los renglones escritos en las suelas
gastadas de mis zapatos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La sonrisa de María,
mi pareja. Mi hermana. La sonrisa de María. Mis padrinos. La sonrisa de María.
Aquellos a quienes quise alguna vez. La sonrisa de María. La sonrisa de María,
la sonrisa…
T. M.