En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de César Sánchez.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Cualquier barrio del cinturón obrero de Madrid o
Barcelona. San Blas sería perfecto.
¿Prefiere los animales a la gente? No, nunca,
bajo ningún concepto.
¿Es usted cruel? Sólo los lunes y los
martes. A partir del miércoles, me vuelvo tierno.
¿Tiene muchos amigos? Sí. Y más
porque no puedo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Lo normal:
locura, creatividad, antagonismo, ebriedad, amor por el r&r y la rumba
catalana… lo normal.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Si no me
decepcionan, no son mis amigos.
¿Es usted una persona sincera? Partiendo
del supuesto de que no me conozco, sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con mi
pareja, paseando por la ciudad con un mapa borrado y una brújula estropeada, dándonos
a la molicie con otros compañeros de naufragio.
¿Qué le da más miedo? Préstamos
hipotecarios, facturas, el gps, apps, internet.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Que no nos cuestionemos los principios que las ideologías
presentes, variantes (sudoraciones) del capitalismo anglosajón, dan por
sentados. El Nobel de la paz a Obama.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Soy muchas cosas más que
escritor: vendedor de interruptores de alta tensión, amante, padre, hijo,
charlatán, baterista de rock aficionado, chapuzas ocasional, madrileño, paleto,
futbolista frustrado, fumador, bebedor de cerveza… Me ocuparía de todo lo
demás.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Deporte
casero: flexiones, abdominales, lumbares y bici estática; si te concentras
puedes ver cualquier paisaje desde el sillín.
¿Sabe cocinar? Un poco. Quiero decir que
cuando cocino lo hago con mimo y dedicación, pero, luego, el resultado siempre
deja que desear. La salsa de mi rabo de toro recuerda al fango de los pantanos
de Luisiana.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Al hijo de
Tom Ripley. Creo que Patricia Highsmith no llega a mencionarlo en sus novelas.
De hecho, Tom Ripley no tiene hijos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Cambio.
¿Y la más peligrosa? Nanai.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Solo a los
que querían matarme a mí. Es decir, a nadie.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Marxismo-leninismo,
como buen cincuentón escolarizado en colegio de curas concertado.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Modelo de
lencería femenina.
¿Cuáles son sus vicios principales? El tabaco,
el rencor, el tabaco asociado al rencor: sentir rencor hacia mí mismo por no
ser capaz de dejar de fumar, la necesidad física de tener que llevar la
contraria ante cualquier discurso mayoritario, levantar la voz al hablar (estoy
un poco tapia), no hacerme la manicura con regularidad.
¿Y sus virtudes? Tesón, buena resistencia a
la cerveza, el tabaco (sentir rencor hacia mismo por no poder dejarlo, si no
los cigarrillos no sabrían igual de bien), la necesidad física de tener que
llevar la contraria ante cualquier discurso mayoritario, levantar la voz al
hablar (estoy un poco tapia), no hacerme la manicura con regularidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Gritaría y
las burbujas llevarían dentro, cual bocadillos de viñetas de tebeo, las frases
siguientes: ¡Cuidad bien del perro! ¡No os metáis en líos! ¡Disfrutad,
cabrones, que la función dura muy poco! ¡Coño, me he dejado encendida la
vitrocerámica!
T. M.