Desde muy
joven tuvo claro que su destino sería libresco, pues no en vano su abuelo había
fundado una editorial y su padre era profesor de Derecho. Calasso estudió
literatura inglesa en la Universidad de Roma La Sapienza, siendo alumno de otra
leyenda del academicismo trasalpino como Mario Praz, que le dirigió su tesis
doctoral, dedicada al escritor renacentista inglés Thomas Browne. En 1968 se
casó con la escritora suiza Fleur Jaeggy, y en los cincuenta años siguientes se
consagró a la lectura, la edición, la escritura de ensayos y sus clases; por
ejemplo, realizó un curso en la Universidad de Oxford, a partir de uno de sus
temas preferidos, la relación entre la literatura y los dioses, y cuyo
contenido acabó en un libro de 2001.
Hinduismo y Kafka
Miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, y merecedor de varios premios, como el Europeo de Ensayo Charles Veillon en 1991 y el Formentor de las Letras en 2016, Calasso ha tenido un final de vida en la semana en que han visto la luz, casualmente, dos libros autobiográficos suyos: “Memè Scianca”, sobre su infancia en Florencia, y “Bobi”, las memorias de Roberto Bazlen, creador con Luciano Foà de la editorial Adelphi. Quedan estos escritos, y todos los que fue publicando entre nosotros, a destacar, uno, “El ardor”, producto de su pasión por un texto de hace unos tres mil años: un tratado sobre ritos védicos de casi dos mil cuatrocientas páginas y que “contienen pensamientos inevitables desde siempre, que sin embargo raramente han encontrado acogida en los libros de filosofía”.
De tal modo que Calasso era capaz de explorar unas líneas milenarias para concluir que son “un antídoto poderoso para la existencia actual”, pues en ellas se buscaba la “verdad”; todo lo cual se manifiesta en diversos “gestos” que según él sobreviven todavía hoy en la India entre gentes que, sin embargo, ignoran su origen. Y hablando de búsqueda de la verdad, mencionaremos otro texto clave en su trayectoria, titulado “K”, y que sólo puede pertenecer a aquel que buscó lo verdadero de manera obsesiva, Franz Kafka. La obra de este era analizada hasta llegar al meollo de la creatividad literaria, a su génesis lingüística, por parte de un Calasso que centraba su atención en «El proceso» y «El castillo», percibiendo enigmáticas e innumerables conexiones entre los dos libros. El editor florentino, en un rasgo muy suyo, apenas veía la necesidad de plantear sus análisis aludiendo a recursos biográficos. Este procedimiento era demasiado simple para él, pues siempre optó por consagrarse a la pura y tangible literatura. De hecho, de él se podría decir lo que el autor checo escribió una vez de sí mismo: «No soy nada más que literatura».
Publicado en La Razón, 30-VII-2021