jueves, 12 de agosto de 2021

Entrevista capotiana a Javier Almuzara


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Almuzara.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Vivo en esa ciudad. Oviedo está especialmente surtida para cubrir mis necesidades. Pese a sus cuestas retadoras, se puede ir andando a todas partes, porque está construida en una escala razonable. A mi medida también se ajustan como un guante su vida musical y demás ofertas culturales. Además, Oviedo incluye Gijón, que me ha acogido por motivos laborales con los brazos abiertos como el mar. Estoy donde quiero estar, y me quieren donde estoy, pero la prohibición de salir me haría invivible una ciudad en la que, siendo libre para marchar, siempre deseo quedarme, y a la que, cuando me tomo la libertad de irme, siempre deseo volver.

¿Prefiere los animales a la gente? Por los animales siento una gran curiosidad documental, pero encuentro muy limitada su conversación. Hombre soy y todo lo humano me incumbe. Mi relación con el resto de los animales queda en el ámbito de la biología y no compromete en exceso mi afectividad. Por otra parte, no puedo admirar a quienes solo obedecen al instinto, pero tampoco tengo en especial estima a muchos de mis congéneres. La Humanidad es una bendita abstracción que nos permite creer en el ser humano a pesar de conocer a los seres humanos.

¿Es usted cruel? Creo que no, pero a esa pregunta deberían contestar otros. Cuando he procurado hacer daño, siempre tuve la sensación de coger el cuchillo por la hoja.

¿Tiene muchos amigos? No necesito tener muchos amigos, pero necesito a todos los amigos que tengo. En realidad conozco a pocos y, afortunadamente, ellos me conocen poco a mí. Soy tal vez demasiado apático para mantener esas relaciones, pero me esfuerzo en hacer una fiesta de cada encuentro. La urgente necesidad de ser querido (y, por qué no, de brillar) siempre ha atemperado mi indolencia social.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Las mismas que procuro ofrecerles; en mi caso, de más a menos: alegría, bondad e inteligencia. En ellos prefiero el orden inverso, que es para mí más enriquecedor.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Casi nunca y, cuando llega el caso, procuro siempre acusarme a mí mismo de su olvido, como diría Felipe Benítez Reyes, teniendo en cuenta la cantidad de veces que me decepciono de mí. ¿Cómo podría mi inconstancia reprochar su desatención?

¿Es usted una persona sincera? La pura sinceridad es estricta barbarie (o simple trastorno); y como ya dije, no me tengo por una persona cruel, así que la respuesta es negativa. Eso sí, en las ocasiones propicias, creo ser atento y no callar las verdades halagadoras.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Reparto el tiempo libre entre el zanganeo y el pensamiento, que son dos caras de la misma moneda, pero no desconecto, porque cuando la inteligencia se va de vacaciones vuelve bronceada de tonterías. Me gusta pasear escogiendo el camino más distraído, que es el mejor para concentrarse, de la misma manera que el indiferente barullo del café me ayuda a aislarme. Además, soy hogareño, y me basta con tener a mano los libros, la música y las películas, series y documentales que quiero disfrutar, aunque posponga con frecuencia ese placer. De hecho, la única forma de perder el tiempo sin cargo de conciencia es no hacer demasiados planes para las horas de asueto. Faltaría más que uno se decepcionase por no cumplir, cuando no es preciso hacerlo. Bien pensado, no hay tanta diferencia entre lo que hago para trabajar y el trabajo de no hacer; en ambos casos se trata de jugar en serio (como cuando era niño, pero a lo que más me gusta ahora) y, como trabajo por gusto, no necesito divertirme por obligación.

¿Qué le da más miedo? La oscuridad en todas sus formas: el silencio definitivo, la ausencia, el dolor, la enfermedad, el odio, la brutalidad, la ignorancia, el desvarío... Escribí un poema para arrojar luz sobre alguna de esas amenazas. Sabiendo que no puedo vencerlas, necesitaba convencerme de su necesidad.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Todo lo que rebaje la dignidad del ser humano. Por no entrar en otros horrores, siento vergüenza ajena ante la vulgaridad exhibicionista y la estupidez soberbia. Por cierto, ambas suelen concurrir en el pobre espectáculo del presunto arte que se adora acríticamente en el altar de la modernidad.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No sé si habría tenido la fuerza para abordar empeños más exigentes. El trabajo creativo es el único en que no hacer nada puede dar buenos frutos. Con otro carácter, y en otras circunstancias, habría intentado ser médico. Mi enemigo radical es la muerte y la enfermedad es uno de sus omnipotentes ejércitos. Aparte de gozar la vida cuanto puedo, y procurar hacerla disfrutable a cuantos puedo, todo lo que hago lo hago para cuando no pueda hacerlo, para estar en mi ausencia, para no ser como si no hubiera sido, para posponer el último cese.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? No practico esa superstición.

¿Sabe cocinar? Lo justo para desayunar, merendar y cenar, pero no para comer.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A cada momento se me ocurriría uno distinto. Hay tantas mujeres y hombres ejemplares... No soy precisamente mezquino en el gozo de admirar.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Entusiasmo y considerar, literalmente «estar endiosado» y «pensar con las estrellas», porque mientras haya pasión vital y altura de miras, siempre habrá esperanza.

¿Y la más peligrosa? A gritos, todas.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Solo en sueños, para que pareciera un accidente cerebral, y no pudiera culparme ni  siquiera yo. Al fin y al cabo, los sueños, dueños son.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy de izquierdas, pero prefiero oír a quienes no piensan como yo; así evito la tentación de cambiar de bando. Bromas aparte, alterno de mejor grado con la buena gente de entre mis antagonistas políticos que con la mala de entre mis correligionarios, porque estos me hacen recelar de mis ideales y aquellos me reconcilian con la Humanidad.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Pese a lo dicho respecto a los animales, un pájaro; porque en la metáfora airosa de su vuelo va un alto ejemplo de mi ambición.

¿Cuáles son sus vicios principales? No confesaré esos vicios, porque no me siento con fuerzas de corregirlos y algunos de ellos prefiero disfrazarlos de virtudes. Hacer la vista gorda con ellos no es mal ejercicio de convivencia conmigo mismo. Eso sí, procuro que tales vicios no hagan imposible la convivencia con quien me quiere y me ve siempre mejor de lo que soy. A mi querida Mercedes se lo he dicho en verso: No me dejes, amor, / nunca a solas conmigo, / que hay alguien escondido, / y qué miedo me doy.

¿Y sus virtudes? A ojos de los demás, supongo que lo más llamativo es la simpatía (tal vez egoísta: quiero que me quieran, y por eso procuro ser amable) y, a efectos intelectuales, la curiosidad (nunca me cansa la eterna novedad del mundo). Pero lo mejor que tengo son quienes tengo a mi lado, pese a ser quien soy.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Las de una vida larga y luminosa que termina en un ahogamiento donde evoco una vida larga y luminosa que termina en un ahogamiento donde evoco una vida larga y luminosa, y así hasta el infinito.

T. M.