Para todos aquellos que leyeron en Barcelona la famosa novela de Carmen Laforet (Barcelona, 1921-Madrid, 2004), en los años de estudios universitarios en el centro de la ciudad, era fácil establecer algún tipo de vínculo identificativo o atracción por el misterioso ocultamiento de la autora. «Nada» no sólo era una obra que había marcado un punto de transición en la novelística española, sino también la muestra de cómo un texto narrativo podía convertirse en un mapa de las aceras que se pisaban cada día. Andrea, la protagonista, llegaba a casa de su abuela materna, en la calle Aribau, con el objetivo de iniciar su carrera a pocos pasos de allí, aunque al final cayera en el desánimo de los sueños incumplidos, en el tedio juvenil, en la melancolía de un entorno gris y previsible.
Para muchos lectores, «Nada», ganadora en 1945 del primer Premio Nadal, tenía un encantador magnetismo, de precisa sencillez, de precocidad latente pues, no en vano, había sido escrita por una delicada joven de veintitrés años, estudiante de Letras y Derecho a comienzos de los años cuarenta en las mismas aulas en las que décadas después se oyó a profesores de filología analizar la novela. Ediciones Destino justamente ahora lanza una nueva edición, con prólogo y epílogo de dos de las ganadoras más recientes del Nadal. Una, Najat el Hachmi, como indica el editor Emili Rosales, reivindica el placer de leer la novela “sin limitarla, dejando que su significado nos encuentre libremente, que pueda campar hasta en nuestros sueños”. Por otra parte, Ana Merino “ve en Andrea al ser humano que hace preguntas y no halla respuestas, se va de Barcelona tras un año de anhelos y no se lleva nada, pero puede seguir su periplo sin quedar atrapada”.
El argumento era el siguiente: medio año después de que acabe la guerra civil, la protagonista se traslada a la Ciudad Condal para estudiar Letras en la universidad. Pero cuando entre en el piso de su abuela, verá cómo lo turbio y lo tenso, mezclado con la violencia y el odio –haciendo con ello un reflejo de la sociedad de la época–, van estropeando sus ilusiones. Con todo, al conocer en la facultad a Ena, Andrea podrá sumergirse en otros ámbitos más esperanzadores pese a las personas tóxicas que pueblan su hogar.
Renovación literaria
Pues bien, qué tendría «Nada» para que fuera una obra instrumental para que en España se produjera una renovación literaria –comenzada por Camilo José Cela tres años antes con el «Pascual Duarte»– que arrastraría a Rafael Sánchez Ferlosio, y al resto de componentes del grupo de escritores de los cincuenta, a concebir de modo distinto el punto de vista narrativo. En «Nada» se hablaba desde la primera persona, pero de hecho el personaje capital era colectivo, la ciudad con su nube común de mediocridad y tristeza, y ello sin ánimo de crítica social ni recreación sociológica.
En un artículo de hace más de diez años, José Luna Borge hablaba de cómo Andrea, «en su estéril e inútil lucha por salvarse y salvar a otros de la confusión del vivir», sólo hallaba frustración; y añadía: «El tema del desencanto, el carácter intimista y el detallismo de esta novela serían retomados a finales de los setenta por jóvenes narradores que por entonces comenzaban a despegar: Ana María Moix, Soledad Puértolas, Cristina Fernández Cubas y, poco más tarde, Ignacio Martínez de Pisón». Una influencia, así pues, que sigue viva ahora que se celebran los cien años del nacimiento de la narradora, el 6 de septiembre de 1921, que por cierto vivió de los dos a los dieciocho años en Las Palmas de Gran Canaria y se nutrió de su propia experiencia para su obra; por algo dijo en una ocasión: «Todo lo que aprendí en esa playa –la playa desaparecida de mi infancia–, que ya no es verdad, me parece lo más importante y lo más verdadero que he aprendido en mi vida».
Así, en 1939 regresó a su ciudad natal para estudiar Filosofía y Letras, para tres años después instalarse en Madrid, donde escribió su texto cumbre; sin embargo, cabe recordar que en la siguiente década fue muy prolífica, mediante artículos, cuentos y novelas cortas, como “La isla y los demonios” (1952) y “La mujer nueva” (Premio Menorca en 1955 y Premio Nacional de Literatura en 1956). Además, en 1963 publicó “La insolación”, primera parte de una trilogía inacabada titulada “Tres pasos fuera del tiempo”, cuya continuación, “Al volver la esquina”, publicó Destino tras su fallecimiento.
Nuevas ediciones
En este sentido, cabe destacar que la editorial Menoscuarto reedita este mes las siete novelas cortas de la autora, con prólogo de Álvaro Pombo, quien subraya la recreación del ambiente que se respiraba en la posguerra llevado a lo literario. En efecto, esa «posguerra que circunscribe y es circunstancia de todos los personajes, incluida la propia narradora» da unidad a las obras recogidas: «El piano», «La llamada», «El viaje divertido», «La niña», «Los emplazados», «El último verano» y «Un noviazgo», escritas entre 1952 y 1954. En ellas, como dice Agustín Cerezales en la nota a esta edición, «viven una serie de personajes inolvidables y una época, una atmósfera y unos escenarios en los que Laforet nos sumerge con su habitual maestría, de tal forma que, una vez leídos, los conocemos como si los hubiéramos vivido».
Y precisamente, para recorrer toda esta trayectoria centenaria ya, nada mejor que conocer una novedad que lanza Destino, “El libro de Carmen Laforet. Vista por sí misma”, del mismo Agustín Cerezales Laforet (Madrid, 1957). Este es autor de narrativa, traductor de clásicos franceses y el último de los cinco hijos de Carmen Laforet y el periodista y crítico literario Manuel Cerezales; en 1981 ya llevó a cabo una breve antología de la obra de su madre y de las críticas más destacadas, y ahora presenta una edición profusamente ilustrada. Con ella el lector podrá adentrarse en el universo artístico y la vida de la autora de “Nada” a través de fragmentos de su obra, fotografías inéditas, manuscritos, recortes de prensa, correspondencia, objetos personales, anécdotas y diversas imágenes.
Publicado en La Razón, 6-IX-2021