El 28 de octubre de 1910 Lev
Tolstói escribe una nota de despedida para su esposa Sofia, que dice: «Mi
partida te afligirá. Lo lamento, pero compréndelo y créeme que no he podido
actuar de otro modo». Aducía el autor el hecho de serle insoportable seguir
viviendo en las condiciones de lujo que le rodeaban y el deseo de apartarse de
la vida mundana para vivir en paz los últimos días de su existencia. Así, tras
48 años de convivencia, el escritor emprende una huida en tren acompañado de su
hija Alexandra y de un médico, y baja en la estación de Astápovo, en Riazán. Al
no haber hotel allí, el jefe de estación le acoge en su casa y, al cabo de una
semana, una neumonía será letal para él.
Pues bien, Vladimir Pozner (1905-1992) recreó en un libro, de 1935, las razones que
originaron este trayecto y agonía a partir de los telegramas conservados durante unos días,
además de informes policiales, en los que todo el pueblo, incluso el país,
estuvo pendiente de los acontecimientos. “Tolstói ha muerto” (prólogo y
traducción de
Adolfo García Ortega) es toda una joya del género
de la crónica literaria. A partir de una estructura magnífica, que alterna el “drama” con la
“historia de un matrimonio”, día a día vamos conociendo diferentes testimonios,
tan contradictorios como complementarios del propio protagonista y de sus
amigos y familiares. Todo ello en pos de contar el final de Tolstói y, en
paralelo, recordar su existencia y sus vínculos personales, para que el pasado
explique aquellos momentos terribles y ya legendarios a los que asistieron periodistas,
miembros de la Iglesia ortodoxa o políticos zaristas.
Publicado en La Razón, 5-XI-2022